JOSÉ RAMÓN LÓPEZ RUBÍ C.

—¿Cuál es el mejor libro que leíste el año pasado?
—Toda selección bibliográfica es arbitraria, sobre todo cuando depende de la memoria. Además no estoy seguro de cuáles libros leí el año pasado y cuáles en otros años. Pero sin duda diría El impostor, de Javier Cercas. La desmitificación de una mentira, el encuentro de la investigación y la realidad con la narrativa y el papel del autor en la construcción del relato me parece que son magistrales.

—¿Cuál es el peor que has leído en tu vida? O: ¿hay algún libro célebre que de veras te haya
decepcionado?
—Si uno fuera tan malo no lo habría leído. Me decepcionan a menudo las obras menores de grandes autores (por ejemplo, Número cero del admirable Umberto Eco), pero en los grandes autores incluso las obras menores son siempre
mayores.

—¿Estamos ante una crisis de la crítica?
—Vaya que estamos. La crítica, a la que no hay que confundir con la murmuración ni con la descalificación sin argumentos, escasea en todos los terrenos. No tenemos una crítica política digna de ese nombre con excepción de unas cuantas plumas. La crítica literaria o la cinematográfica –para hablar de dos géneros que fueron prósperos y creativos en otros tiempos– son cada vez más marginales. Y cuando las hay, las ideas no dialogan entre sí. Tenemos sobre todo una crisis de nuestra deliberación pública.

—¿En qué, exactamente, consiste la famosa y larga “crisis de los medios”?
—No sé si hay crisis de los medios. No lo creo, sobre todo si reconocemos las industrias prósperas que son los consorcios más relevantes, la creatividad exuberante que hay en la nueva televisión y en producciones como las de Netflix y especialmente la influencia política y social de los medios. Lo que hay es una enorme desigualdad entre la cobertura de los medios y la calidad de sus contenidos, especialmente en la televisión y muy especialmente en la televisión mexicana. Allí sí hay una crisis que ya comenzó porque ante la disponibilidad de contenidos en línea y en otros formatos digitales las audiencias mexicanas la cobran a Televisa y TV Azteca la factura por tantos años de televisión autoritaria y pésima y, simplemente, están dejando de ver los canales de esas empresas.

—Resume la realidad de Twitter en menos de 140 caracteres.
—Es un medio, muy entretenido, para notificar, denunciar, aplaudir o descalificar. Pero no sirve para la reflexión ni la deliberación.

—Internet frente a la democracia, ¿salvador, amenaza, promesa sin cumplir, todo lo anterior?
—La “Red de redes” es un formidable recurso para develar y documentar la realidad, así como para expresar y propagar posiciones y puntos de vista que de otra manera serían soslayados. Es muy útil para propagar y consolidar la democracia pero de ninguna manera la
reemplaza.

—¿Cuál te parece el mejor libro para entender la “era digital”?
—Aprecio y aprovecho mucho la obra de Manuel Castells, desde su trilogía sobre La era de la información. Tengo reparos a varios de sus libros recientes pero estoy convencido de que es un pensador cardinal para entender el entorno digital.

—¿Cómo debería ser la relación entre el mundo de los libros y el mundo de los medios?
—Fluida, constante, complementaria. En una sociedad con el déficit cultural que padecemos nos cuesta trabajo entender que los libros y los medios electrónicos se respaldan mutuamente, aunque no hay que olvidar que la televisión es refractaria al pensamiento complejo. En Francia durante muchos años uno de los programas de mayor audiencia fue “Apostrophes” de Bernard Pivot. Nuestra televisión pública tendría que abrir espacios como ése.

—¿Qué justifica que los periódicos tengan en Internet zonas de comentarios para los “lectores”?
—Es la posibilidad de que haya retroalimentación: el lector se convierte en autor y puede replicar, tener voz propia. Pero como todos sabemos, la tontería y el vituperio, favorecidos por el anonimato que suele ser refugio de cobardes, impiden cualquier deliberación. La puede haber, como sucede en los foros de publicaciones como The New York Times, pero hay que invertir en moderadores para tales espacios.

—¿Qué has concluido sobre el e-book?
—Más que conclusiones, tengo manía y debilidad por ellos. Mi cuenta en Amazon crece a la par que mi debilidad para hacer click y traer al iPad y la computadora más libros digitales que los que puedo leer. Muchos de ellos son instrumentos de trabajo. Mi seminario en el Posgrado de la UNAM suele ser un espacio para discutir los textos más recientes sobre Internet y cibercultura.
—¿Qué es un embodegador de libros?
—Supongo que un señor que guarda libros en una bodega. O una editorial que imprime libros destinados a la humedad y la tristeza de las bodegas. Nuestras universidades públicas han acostumbrado editar títulos que no encuentran lectores, en primer lugar por las dificultades para distribuirlos. Entre ellos hay libros de calidad que si no son editados por esas instituciones no se hubieran publicado. Creo que ahora todos los libros de las universidades públicas deben editarse de manera digital y la gran mayoría únicamente en ese formato. No habrá pretextos para que los problemas de distribución impidan que sean conocidos.

—¿Qué harías si pudieras disponer de los libros embodegados en el país?
—Jejeje… Mi primera reacción fue responder que haría una gran hoguera. Pero no lo diré. Desde luego trataría de encontrarles lectores, pero no es fácil. Me consta. Hace años acostumbraba llevar dos ejemplares de mis libros a la biblioteca de mi Facultad, la de Ciencias Políticas y Sociales. Dejé de hacerlo hace como 10 años cuando tuve que esperar como una hora para que me recibieran esa donación. Entiendo que están saturados de libros no solicitados y me prometí no volver a ofrecer libros a quien no los quiere. Así que colocar los miles de millares de libros que hay en bodegas no sería sencillo pero, con recursos, sería interesante.

—Supongo que eres de los que se acuerda de Monsiváis. ¿Por qué lo recuerdas más?
—Me acuerdo mucho. Por su inteligencia e irreverencia. Por las conversaciones en donde él preguntaba mucho y yo aprendía siempre. Por los muchos textos que me publicó en el irrepetible suplemento de Siempre! y, también, por las diferencias políticas que tuvimos en los últimos años y que ni él ni yo soslayamos nunca.

—Recomienda un libro a nuestros lectores.
—Estoy terminando de leer La forma de las ruinas, del colombiano Juan Gabriel Vásquez. Me gusta mucho, igual que los libros anteriores de ese autor. Se trata de varios episodios imbricados de la historia de Colombia en donde la obsesión por encontrar conspiraciones políticas cuando quizá no las hubo se convierte en asunto de fe para quienes no se conforman con las explicaciones más directas que a veces son las mejores explicaciones.

De Raúl Trejo Delarbre se recomienda el libro Alegato por la deliberación pública (Cal y Arena, 2015).

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