Por Pascal Beltrán del Río

 

Hace más de 26 años que cayó el Muro de Berlín, pero una parte del mundo no puede sacudirse la mentalidad que prevalecía en la Guerra Fría.

Si usted no la vivió o no la recuerda, aquél fue un tiempo en que el escenario internacional estaba dividido en dos bandos –encabezado, cada uno, por Estados Unidos y la Unión Soviética– cuya confrontación estuvo a punto de acabar con la vida en el planeta y contaminaba buena parte de la actividad humana.

En ese mundo bipolar había que tomar partido o arriesgarse a ser aplastado, a pesar de ser muy ducho en malabarismos ideológicos.

La Guerra Fría dejó subproductos como el anticomunismo y el antifascismo, banderas que, de manera abierta o clandestina, se desplegaban para combatir al enemigo, es decir, casi cualquiera que viera el mundo de forma diferente en las esferas de influencia de Washington y Moscú.

El signo de aquellos tiempos era la polarización. El análisis político terminaba en blanco o negro. Los espacios de razonamiento ponderado eran la excepción.

Mucho de eso estamos viviendo hoy. No sé si es sólo la recreación de la URSS, que encabeza el mandamás ruso Vladimir Putin, o un conjunto de factores lo que anima ese regreso a la mentalidad de la Guerra Fría.

Lo cierto es que en muchos hechos actuales veo reflejos de aquella época que, por cierto, me tocó vivir pues nací pocos años después de la Crisis de los Misiles.

En América Latina el anticomunismo dio lugar a dictaduras militares u otro tipo de regímenes autoritarios, en los que las fuerzas armadas eran el principal dique contra la influencia del Bloque Socialista.

Entonces, los militares solían ser los más importantes violadores de derechos humanos. En nombre de la lucha contra el comunismo mataron y desaparecieron a miles de personas en este hemisferio.

Algunos quieren creer que ése sigue siendo el caso. Como el GIEI de la CIDH, obsesionado en endilgar al Ejército la responsabilidad de la ausencia de los normalistas de Ayotzinapa (aunque los indicios digan otra cosa).

Pero la persistencia de la Guerra Fría no se nota solamente en los objetivos de algunos activistas y defensores de derechos humanos. Muchos ya no deben recordarlo, pero por aquellos tiempos hubo un hombre llamado Philip Agee.

Agente de la CIA, Agee se desilusionó con el trabajo de inteligencia que hacía y comenzó a revelar secretos de la agencia de espionaje. Unos dicen que lo hizo por el dinero que le pagaba la KGB, pero él siempre sostuvo que lo hizo por conciencia.

Una de las principales revelaciones de Agee fue la identidad de los agentes de la CIA que pasaban como diplomáticos estadunidenses en diferentes países.

Washington lanzó una persecución contra él, logrando que fuera expulsado de diferentes países europeos. Aunque siempre negó que hubiese trabajado para otro servicio de inteligencia, Agee aceptó asilo en Cuba, donde murió en 2008.

Yo veo el reflejo de Agee en hombres como Julian Assange y Edward Snowden, quienes parecen creer que todo mundo tiene derecho a saber cualquier cosa sobre la vida de los demás. Revelan todo lo que pueden… y luego piden asilo político a países que han reprimido a los medios.

En la filtración masiva e indiscriminada de documentos fiscales que se ha dado a conocer como Panama Papers (aunque aún no hayamos visto un solo papel) hay mucho de eso: una histérica tábula rasa incriminadora de cualquiera que aparezca en esos documentos, más allá de si ha cometido delitos o no (y sin consideración de la privacidad, gran víctima de nuestros tiempos como dice Vargas Llosa ni de la presunción de inocencia).

Pero hay algo peor: no detenerse un momento en reflexionar quién y con qué motivos extrajo y divulgó 11.5 millones de documentos. El riesgo es que quienes se entusiasman irreflexivamente con los Panama Papers acaben trabajando para quienes no saben, como lo hicieron los denostadores de la ley antipiratería SOPA hace cinco años.

Como ya lo demostró Chris Ruen en su libro Freeloading, el supuestamente espontáneo apagón contra SOPA fue financiado por ¿quién cree? Sí, las empresas tecnológicas.

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