Una Novelita por entregas

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

CLVIII

(Los Hermanos y los Hermanitos, circa 2004)

Solo, sin rival al frente, con un Fraco García sin puntería, Torrín Mares usó la campaña a la gubernatura para pactar lealtades y negocios con los líderes naturales de las diversas regiones del estado. Las comilonas abundaron. También el alcohol y los aduladores. Éstos destacaban su “nuevo estilo” de hacer política.

Torrín y sus cercanos viajaban en los helicópteros que Ricardo Urzúa puso a su disposición. Desde que subían, había whisky tibio en vasos de plástico. No importaba la hora. Todos lo bebían sin hacer caras. Llegaban a los actos de campaña ligeramente bebidos y seguían brindando a lo largo de la gira. Las muchachas más bonitas de los pueblos eran colocadas frente al candidato. Algunas de ellas, menores de edad. En Zacatlán se quedó prendado de varias jovencitas. Sus operadores les pedían teléfonos y direcciones. A vuelta de correo recibían flores, perfumes e invitaciones para comer o cenar con Torrín Mares. Los viajes a Puebla eran todopagados e incluían hotel, alimentos y nuevos regalos. Torrín se sentía un Clark Gable mexicano capaz de seducir a la flor más bella del ejido.

Los aduladores hacían bien su trabajo. Tanto en las columnas políticas como en las sobremesas destacaban la personalidad de quien sería su gobernador. De la noche a la mañana le habían nacido cualidades que antes nadie veía. Ahora era un maestro de la política capaz de escupir frases dignas de elogio. Dueño de una voz sonora, Torrín aprendió a modularla. También descubrió que no era prudente usar mocasines con trajes formales. Nuevos gustos, todos carísimos, surgieron en la ruta a Casa Puebla. Trajes, camisas, zapatos, corbatas… Todo el glamour del mundo se fue a vivir a su vestidor.

Displicente, el candidato sentaba en la mesa a algunos que en el pasado reciente fueron sus opositores. De principio a fin los saturaba con bebidas carísimas y bien dotadas. Dejó atrás el gusto por el Magno. Ahora tomaba tequila Selección Suprema, de Herradura, y vinos de la Ribera del Duero. Los más caros. El champagne rose se fue a vivir a su garganta. Relojes de Piaget y de Patek Philippe empezaron a aparecer en su muñeca izquierda. Discretamente los presumía cuando tomaba el pan o se ponía en mangas de camisa. Los convidados salían más que sorprendidos: abrumados.

Ruy Sainz del Vivar detectó esos desplantes y lo comentó con los magistrados Loranca y Oropeza. También con Iván Álvarez Arronis. Todos coincidieron en que algo había cambiado en el “compañero”.

—Hay que entender a nuestro amigo. Ya le llegó el poder absoluto. Ojalá no cambie con nosotros —dijo uno de ellos.

—Y si cambia, que nos invite a su sexenio —remató otro entre risas.

Torrín empezó a usar un nuevo término para referirse a algunos de sus amigos: “compañerito”: mitad afecto, mitad desdén. “El compañerito tiene razón”, decía cuando quería cambiar de tema humillando al de la voz. “No, compañerito, te falta mucho para saber de alta política”. Otros lo llamaban “hermanito” para simular una cercanía que no tenían. “Hermanito”, “hermano”, “bróder”. Las sobremesas se llenaban de miel y esperanzas de mejores negocios.

En el contexto de la campaña, el candidato se entrevistó con el gobernador varias veces. Éste empezó a notar el cambio. Dejaron de hablarse de usted. El tuteo de Malaquías Morales tenía una carga paternal. El de Torrín sonaba despectivo. El gobernador procuraba atenderlo rápidamente porque le irritaban sus desplantes. Ya ordenaba como si estuviera en Casa Puebla.

—Oye, mi candidato, ¿ya buscaste a Germán Fierro para sumarlo al proyecto?

—No, Malaquías. Que entiendan él y otros hijos de la chingada que hay agravios que nunca se curan.

El día de la elección llegó. A la una de la tarde supo que había ganado. Supo también que Denrique Éger estaba aplastando al candidato del PAN. No le gustó esta parte de la historia. Tendría que convivir en actos oficiales con quien en el pasado había sido su amigo y ahora era su enemigo. “¡La era torrinista ya llegó y nos quedaremos en el poder cuando menos dieciocho años!”, gritó al tiempo de brindar con una decena de socios y amigos. Betico Torrín, absolutamente borracho, alzó su copa y la tiró sobre la espalda de uno de los comensales. Esa noche bebieron hasta desconocerse.

(Continuará)…

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