Continuando con la serie Soy Tu Fan, hoy examinamos los perfiles de los simpatizantes de la candidatura de Blanca Alcalá, abanderada de la alianza PRI-PVEM-ENCUENTRO SOCIAL

 

Por Alejandra Gómez Macchia

Fotos ARCHIVO AGENCIA ES IMAGEN

Los tiempos han cambiado. Y no.

Antes, cuando un mexicano nacía, decían que traía una torta bajo el brazo.

Una torta y una tarjetita que lo afiliaba in situ al Partido Revolucionario Institucional.

¿La torta? ¿El PRI? Como la canción de Timbiriche, “son uno mismo”.

Aunque también estaban los de la izquierda. Los que en sus tiempos pertenecieron al partido comunista mexicano y fueron expulsados por sus propios compañeros.

Esa izquierda que con el tiempo se convirtió en una izquierda descafeinada, light, libre de glúten, magra…

Pero estábamos en la torta. En la torta y el PRI.

Me cuentan que cuando fue candidato López Portillo, la boleta de votación traía a un solo candidato por todos los partidos: López Portillo.

No había un menú selecto de dónde escoger. Era JOLOPO o la nada.

Érase una vez la alternancia. El cambio. El México ¡ya!

Muchos adultos mayores han votado “toda su vida” por el PRI.
Muchos adultos mayores han votado “toda su vida” por el PRI.

Fox pisoteaba tepocatas prietas con sus botas vaqueras. Con un Stetson XXX se protegía del sol. Y ganó en un acto de psicomagia y buena campaña mediática. Santiago Pando le ayudó a convencer a la gente de que el Partido Revolucionario Institucional era el cáncer. El chancro en el azur.

Y sacaron al partidazo de Los Pinos. Y la gente celebró.

Incluso los que abominaban el panismo y sus prácticas, abonaron para el cambio. Para sacar al enemigo de casa. Para azuzar los demonios desatados en la dictadura perfecta.

Entonces Zedillo quedó parado como el gran demócrata. Como el priista sensato que no incurrió en la operación “carrusel” ni en el “ratón loco”, ni preñó urnas con votos a favor del tricolor.

Muchos de sus compañeros de partido vomitaron sobre él. Era natural: sólo hay una cosa más terrible que tener el poder: perderlo.

Puebla era un estado priista, como casi todos hasta que llegó el nuevo milenio.

 Un sector juvenil se decanta por el PRI (y el Verde) debido a cuestiones de cuidar un estatus.
Un sector juvenil se decanta por el PRI (y el Verde) debido a cuestiones de cuidar un estatus.

A pesar de tener una fuerza Yunque y un conservadurismo radical manando de las fuentes angelinas, el PRI gobernaba a su manera. La manera de siempre, porque no había otra.

Esa manera es un clásico. Los priistas, ciertamente, son más “compas” de sus “compas” que los panistas o los perredistas.

Los priistas (y cito a uno de ellos) “sí comparten con los amigos”.

Se casan con sus ideales partidistas. Hacen un perfecto matrimonio entre ellos. Un matrimonio en el que las traiciones son el postre del festín.

La torta por delante.

La torta es la torta.

O parafraseando a Gertrude Stein: una torta es una torta es una torta es una torta.

Alcalá y vecinos de Hueytamalco

Blanquita de mil sabores

En su gestión como presidenta municipal de Puebla, Blanca Alcalá inauguró un mercado que quiso ser diferente.

Un mercado diferente porque no sería el clásico tianguis mugroso al que estamos acostumbrados a ir a comer o a comprar legumbres y verduras.

El de ella era un mercado para que el turista no sintiera tan gacho el choque cultural.

Para que la jodidez no se notara. Para que el paisaje demoledor de una marchanta descalza no hiriera la mirada del visitante. Para que Puebla fuera considerada una ciudad de primera y no de quinta.

Un mercado para ir a comer cemitas, molotes y antojitos poblanos limpios y con mejor presentación.

Un mercado que pareciera más una gran cocina económica, y sin correr el riesgo que de una pichancha te saliera una rata o que en tus aguacates apareciera un carpiote.

Los vendedores estarían bien presentables: con sus uniformes blancos, con cofias y toda la cosa.

Madrid tiene el mercado más bonito que he visto. El de San Miguel. Un mercado gourmet donde el cliente se pasea de puesto en puesto y bebe cava y cañas y pide cucuruchos de angulas y platos de pimientos de padrón mientras escucha soft jazz y se apoltrona en sillones lounge. ¡Muy mona la cosa! Muy “guay”, dirían los baturros.

El mercado de Blanca quiso ser así, pero le faltó algo.

¿Qué le faltó?

Planeación y lana. Visión, diría mi profesor de economía.

Pero no es que haya faltado visión. Es simplemente una tradición muy priista proyectar obras que, como son para el pueblo, son chafas y terminan en el basurero.

“Porque hay que compartir con los amigos”. Pero los amigos no son los que votan por el candidato, sino los que pasan la charola y apoquinan el varo.

Cemitas, que no tortas, son lo que traían los niños bajo el brazo.

Y qué mejor que un mercado de sabores desabrido, que hoy, a propósito, está más desierto que un burdel sin bailarinas.

 

Los habitantes de comunidades campesinas constituyen el grueso del voto del partido tricolor
Los habitantes de comunidades campesinas constituyen el grueso del voto del partido tricolor

Los de siempre: los jodidos

Los que votan por el PRI son los de siempre. Y en esta ocasión, los que van a votar por Blanca Alcalá, serán los mismos: los jodidos (y los amigos a los que les gusta compartir).

Los que ven en Televisa el áshram de la iluminación.

Los que no tienen mayor esperanza para su futuro próximo que un kit con utensilios y una despensita con frijoles llenos de gorgojos.

Las señoras que, en aras de un feminismo famélico y tergiversado, votan por la candidata porque, como Lupita D’Alessio, “es mujer”.

Los propios priistas que han chapulineado, han sido condenados al ostracismo y regresan a apoyar para ver si les tiran hueso.

Los pobre incautos que no acaban de entender que los gobiernos priistas tienen la mayor cifra de casos de desaparición de personas.

Los campesinos que necesitan un tractor y se los regalan en campaña, para luego abandonarlos.

Los burócratas que quieren chambear menos tiempo para comer tortas mientras la fila de solicitantes de un servicio crece como anaconda.

Los “godínez” que están muy conformes con trabajar en dependencias de gobierno mientras tengan una buena prima de vacaciones.

Los abuelos.

Los bisabuelos.

Los tatarabuelos.

Los adictos a las botellas de coñac.

Los aficionados al Bacardí y al Magno con coca.

Las esposas de los delincuentes de cuello blanco que no quieren perder su estatus.

Las amantes de esos mismos delincuentes.

Los amantes de las amantes de esos mismos delincuentes.

Los vendedores de piratería.

Las ayudantes domésticas que entregan su vida a criar niños de padres priistas.

Los del Verde.

Las novias de los mirreyes del Verde.

Las suegras de los mirreyes del Verde.

Las que adoran las telenovelas de Angélica Rivera.

Las fans de Anahí.

Los convidados a los ágapes de campaña en donde se sirven sendos platos de carnitas y cueritos de marrano.

Los dueños de esos marranos.

Los alumnos de derecho que tuvieron padres y abuelos beneficiados por los cacicazgos y los líderes de su partido.

Las tías vírgenes.

Uno que otro muerto.

 

Blanca por ósmosis (una anécdota)

  1. Mi abuelo, un priista irredento, tenía 87 años el día de la elección para presidente de la República.

Yo lo acompañé a la casilla. Entramos. En la lista aparecía su nombre. Un funcionario le entregó sus boletas. Le tomé el brazo y lo acompañé hasta la estructura plástica con cortinilla en donde se ejerce el voto.

Un supervisor me dijo que no podía pasar con él a la casilla. ¿Por qué no?, dije. “El señor está medio ciego”, mentí. El señor veía mejor que yo. Él (mi abuelo) rechinó los dientes. El supervisor, muy a su pesar, me dejó entrar con él. Entramos. Cerré la cortinilla. Le di el plumón para que cruzara el voto…

Sin pensarlo, en un acto involuntario, su mano se dirigió al escudo priista.

—Hey, hey, ¡abuelo! ¿no que ibas a votar por AMLO?

—¡Por qué chingadamadre voy a votar por un revoltoso! Yo soy priista de toda la vida.

—Sí, pero quedamos que tú ya estás más pa’allá que pa’acá, así que regálame el voto.

Se aclaró la garganta. No separó el plumón de banderita tricolor hasta que el funcionario de casilla preguntó qué pasaba ahí dentro.

—Nada, señor. Ya vamos. El abuelo está pensando.

En sus ojos vi pasar toda la historia de su vida. De su vida priista. Del partido por el que dio la vida y lo dejó en la calle.

Se lo recordé. No es porque confiara que AMLO fuera distinto. ¡Ese es más conservador que un miembro del Club Campestre Potosino!

Finalmente levantó el plumón, pero en la boleta quedó la prueba manifiesta de su intención de voto.

Le cogí la mano, le quité el plumón, y le dije: ni tú ni yo. Vamos a anular el voto. Vamos a poner que votamos por Agustín Lara ¡y a la goma!

Así fue.

El Partido Revolucionario Institucional ese día perdió un voto, pero porque… ¡oh sí!, una nieta rebelde coadyuvó al viejo necio y desmemoriado.

Fin de la historia.

¿Cuántos votan así todavía?

Añadamos pues a la lista de los que votarán por Blanca Alcalá a todos aquellos masoquistas a los que su partido les ha dado una patada en el culo, pero que como buenos adictos al sufrimiento, como víctimas de un síndrome de Estocolmo inevitable, siguen creyendo que el PRI no es ese Saturno de Goya que ha devorado a sus propios hijos.

 

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