Me declaro detractor de esa tendencia que obliga a gran parte del cine mexicano a abordar, exclusivamente, temas polémicos de corte realista. Sería absurdo afirmar, eso sí, que los cineastas nacionales no han sabido explotar estas temáticas. Es verdad que en el país suceden cosas importantes y que existe, por lo mismo, una obligación de hablar sobre ellas. Aun así, grandes realizadores mexicanos, que evaden las temáticas convencionales del realismo cinematográfico, han terminado por mudarse a otros países para trabajar con productoras foráneas y obtener, así, una legitimación en aquellos proyectos que versan sobre géneros, tal vez más banales, como el terror o la ciencia ficción (como sucede, por ejemplo, con Guillermo del Toro).

Creo que Desierto (Jonás Cuarón, 2015) se encuentra dentro de esa clase de filmes que afrontan problemas sociales de innegable importancia. Aun así, la cinta termina por sujetarse a una fórmula estructural que puede rivalizar con un trasfondo tan delicado. Me explicaré a continuación.

Desierto narra la historia de un grupo de inmigrantes que se ven forzados a cruzar a pie el desierto para alcanzar la frontera de EU. Durante su tortuoso éxodo los caminantes se topan con un brutal ermitaño que decide cazarlos y evitar, por los medios más sanguinarios, que logren alcanzar la “Tierra de las Oportunidades”.

Como mencionaba, la cinta, a pesar de que aborda un tema tan serio como el de la migración en México y las vicisitudes que deben enfrentar las miles de personas que parten a la frontera en busca de una vida mejor, se sostiene como un típico thriller en donde perseguido y perseguidor son quienes mantienen toda la tensión dramática en el espectador. Ahora bien, creo que en esto mismo radica la falla guionística del filme, puesto que al emular las fórmulas convencionales de un género perfectamente identificable la trama se vuelve bastante predecible y los personajes resultan, de igual manera, poco originales. Encontramos, de ese modo, a una “chica en apuros”; al egoísta que sólo ve por sí mismo, así como al típico “gordito” que sirve para retrasar al grupo y agregar tensión a la historia y que morirá, por supuesto, como mueren los “gorditos” en las películas de terror (deben dispensarme tan tremendo spoiler, pero difícilmente alguien puede creer que el “gordito” iba a sobrevivir hasta el final de la película). No puede faltar, por supuesto, el “joven héroe”, quien, desde el inicio de la historia, realizará un par de actos heroicos bastante mediocres, como defender el honor de la estereotípica “chica en apuros” y no dejar atrás al estereotípico “gordito” del grupo.

El conjunto de migrantes, por tanto, resulta bastante homogéneo. La historia se olvida de que para conmocionar a una audiencia (al menos en esta clase de géneros) se requiere de personajes sólidos que agraden (o desagraden) al espectador. Esta falla, de hecho, sucede en un gran número de thrillers y cintas de terror estadunidenses, mismas que abusan del cliché de grupo-de-jóvenes-subversivos-y-sexualmente-activos que perecen, uno por uno, en manos de un slasher o un extranjero sádico (con ejemplos como Hostal o Turistas).

Porque no podíamos dejar de lado al antagonista. Muchas veces, en esta clase de filmes, el villano logra equilibrar una trama mediocre cuando resulta lo suficientemente interesante para intrigarnos (como sucede con la película australiana Wolf Creek [Greg McLean, 2005]). A pesar de que Sam, el lonely cowboy de Desierto, es interpretado por Jeffrey Dean Morgan (un actor poco valorado, pero que muchos reconocen por su papelazo como The Comedian, en Watchmen), su personaje resulta demasiado plano. Al igual que con los integrantes del grupo de mexicanos, pocas escenas nos permiten explorar la mente o el pasado de este antagonista y, por tanto, no logra justificar sus actos con las simple noción de que se trata de un gringo racista. En este sentido, creo que el único personaje que logra resaltar lo suficiente para generarnos coraje, frustración o desidia, es el de Tracker, el perro cazador que usa Sam para seguir la huella de los migrantes. Su intervención es tan bien lograda que sobresale por encima de cualquier otro protagonista.

No quiero demeritar la película con estas observaciones. Por el contrario, comprendo que es una cinta que aborda un tema tan lastimoso que tal vez no exista espacio para dilaciones tan nimias. A pesar de lo anterior, creo que se hubiera logrado una mejor historia y una mayor envergadura discursiva trabajando más en los personajes e, incluso, abordando otros peligros que suelen ocurrirle a los migrantes en el desierto. Después de todo, el escenario y contexto de la trama daban cabida a un sinnúmero de problemas. Creo que el cazador nacionalista pudo ser un elemento tangencial y no el recurso medular de todo el drama.

Aun así, creo que Desierto es una película entretenida, cuyo trasfondo da pie a reflexiones de mayor importancia que la que usted, lector, acaba de leer.

 

Siete notas en negro.

 

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