Se entiende que ante las condiciones atmosféricas inusuales que hemos vivido desde hace un mes en el Valle de México, con altas temperaturas y poco viento, las autoridades hayan decidido aplicar el programa Hoy No Circula obligatorio para todos los vehículos hasta junio –cuando la llegada de las lluvias ayudará a dispersar los contaminantes–, a fin de no empeorar la calidad del aire.
En una situación de emergencia como ésta, todos debemos hacer un esfuerzo y aportar al mejoramiento de las condiciones de vida de todos.
También se entiende que el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, no es el culpable de lo que se ha hecho mal en esta capital durante casi dos décadas –por cierto, el tiempo que lleva gobernando el PRD–, como la falta de inversión suficiente en el mantenimiento y ampliación de la red de transporte público.
Todo ello tiene lógica, para mí.
Lo que no la tiene es que el sacrificio que están haciendo los habitantes de la ciudad –dejando de usar el auto un día, aunque sus emisiones estén bajo control, o utilizando un transporte público más saturado que de costumbre– no sea compartido por quienes desean expresar una idea o torcerle el brazo a la autoridad mediante marchas y bloqueos.
La semana pasada, en plena contingencia ambiental, hubo quienes salieron a las calles a protestar. Y, peor aún, hubo quienes decidieron que éste era el mejor momento para bloquear la avenida Bucareli, que forma parte de uno de los pocos ejes viales que cruza la ciudad de norte a sur.
Los manifestantes ya aprendieron que, mientras más molestias causen a la ciudadanía, mejor respuesta tendrán de parte de las autoridades.
Además, saben que, ante el temor que tienen los gobernantes de ser acusados de represores –aunque sea sólo por aplicar la ley–, nadie se atreverá a pedirles que se suban a la banqueta.
Los habitantes de esta urbe hemos ido aprendiendo que las especies dominantes son los marchantes y los ciclistas –a quienes no hay que molestar– y luego están todas las demás.
Lo que no sabían quienes bloquean las calles para ejercer su derecho a crear el caos es que encontrarían en la autoridad a un vocero y hasta un abogado.
Entra en escena Tanya Müller, secretaria de Medio Ambiente de la Ciudad de México. El martes pasado, la funcionaria dijo, en pocas palabras, que las manifestaciones no son las que contaminan sino los autos.
Es decir, el pan no engorda, engordan quienes se lo comen. O la bala no mata, lo que mata es la velocidad a la que se desplaza.
Müller no hablaba en cualquier lado ni ante cualquier público. Dijo lo que dijo en el Taller sobre Calidad del Aire CDMX 2016. Y agregó: “Cuando hay una marcha, las personas que se movilizan o que utilizan el auto particular ya salieron de su casa, entonces ése es el origen.
Qué es lo que sí sucede en otros países cuando hay un congestionamiento, y eso es una práctica ciudadana, es que se apaga el automóvil”.
¿En qué país, fräulein Müller? ¿En Deutschland? Usted disculpe, pero creo haber visto escenas de policías antimotines alemanes arremetiendo a macanazos contra manifestantes cuando éstos no tienen autorizado marchar o se salen de la raya, como cuando miles salieron a protestar, en enero, contra las políticas migratorias del gobierno.
Dudo mucho que allá el Umweltminister pida a los Autofahrer que apaguen das Auto.
Habría que explicar a Tanya Müller que ningún automovilista sale a la calle a ver pasar una manifestación. Sólo está tratando de ir al trabajo o volver a casa.
Aquí no se trata de qué fue primero, si el auto o la marcha. No es un sofisma. Es muy sencillo: los vehículos contaminan más cuando toman velocidad después de estar detenidos.
Por eso, en estos días de calor y poco viento, lo que se necesita es que los autos se detengan lo menos posible.
Lo que quiere esta María Antonieta del medio ambiente es que quienes piden que las marchas se regulen –como en Alemania– vayan a comer bollos. Porque eso no va a suceder aquí, dice ella. Al gobierno capitalino nunca nadie lo va a llamar represor. Ni lo mande Gott.