Por Pascal Beltrán del Río
La sociedad mexicana está enojada. Lo admitió hace unos días el secretario de Desarrollo Social, José Antonio Meade, quien, por su responsabilidad, tiene un buen pulso del país.
Meade agregó a su comentario que los mexicanos deberían dejar “el mal humor” y reconocer que las cosas están funcionando bien.
Concuerdo con él: la economía mexicana se está desempeñando por arriba de las expectativas, sobre todo si tiene uno en cuenta lo que está ocurriendo en la región latinoamericana.
De entrada, México tiene tasas de inflación de las más bajas de la historia. Para alguien, como yo, que vivió la inflación de los años 80, eso no tiene precio. Cuando sube ese indicador, aumenta la pobreza, pues no hay peor impuesto para los que menos tienen.
Además, el consumo está creciendo y se convierte en un motor de la economía, muy importante en tiempos en que la incertidumbre afecta al sector manufacturero de exportación.
La competencia y las bajas tasas de interés tienen efectos benéficos para millones de mexicanos, quienes pagan menos en telefonía celular y en hipotecas, entre otras cosas.
Podría seguir, pero es obvio que la economía marcha bien. O al menos mejor de lo que podría augurar el contexto internacional.
¿Por qué, entonces, la mayoría de los mexicanos no siente eso y, al contrario, considera que el país está en crisis?
Seguramente en algo incide la enorme desigualdad que México viene arrastrando desde hace décadas y no ha logrado zanjarse. Pero no olvidemos que la impresión de que estamos en crisis la comparten, incluso, muchos empresarios, quienes, paradójicamente, admiten en encuestas que a ellos en lo personal les va bien.
¿Qué tendría que pasar para que, como pide el secretario Meade, los mexicanos dejen atrás el mal humor y se concentren en lo que está bien?
La única respuesta que encuentro es que las autoridades se lancen en una campaña sin cuartel contra la corrupción.
El gobierno no puede seguir actuando como si no viera este elefante que ocupa todo el cuarto. Un elefante que aplasta la innovación y la eficiencia.
Imagine usted un matrimonio en el que el cónyuge que provee el ingreso del hogar decide tener una aventura, de la cual se entera su pareja.
El primero tendría que ser muy cínico para decir, “mi amor, no te quejes, porque mira cómo te tengo, con todas estas comodidades…”. Su pareja, desde luego, lo mandaría por un tubo al escuchar tal afirmación carente de cualquier autocrítica o arrepentimiento. O, al menos, debería hacerlo.
Eso es lo que está pasando en México. La infidelidad –es decir, la corrupción– es abierta. Y ya ni siquiera es como la de antaño, cuando los beneficios de los contratos gubernamentales se quedaban en la cima de la pirámide.
Hoy hay visos de corrupción en los pequeños contratos, de menos de un millón de pesos al año, lo cual tendría que preocupar a todos los mexicanos, sobre todo al gobierno.
Va un simple ejemplo:
Para hacerse del servicio de monitoreo en medios, la Secretaría de Economía –¿quién más que ella debería promover la competencia económica?– organizó en 2014 un concurso por invitación, que resultó a modo.
Los invitados fueron Especialistas en Medios, Emilio Otero Cruz y SVS Internacional. La ganadora fue la primera empresa. El ejercicio se repitió en 2015 y 2016, con idéntico resultado.
El costo del servicio entre 2013 –último año en que fue licitado– y 2016 pasó de 292 mil 320 pesos a 847 mil 512 pesos. Un aumento de 190%, cuando los precios de estos servicios no han subido.
Enterada de que esto no es una excepción sino que comienza a ser regla, la Comisión Federal de Competencia Económica abrió un expediente al respecto para investigar posible colusión y posibles prácticas administrativas contrarias a garantizar las mejores condiciones económicas al Estado. Todo esto puede ser comprobado en actas administrativas disponibles en Compranet.
Por supuesto que la corrupción no es nueva. Hay registro de ella desde tiempos de la Colonia. Pero el gobierno no puede alegar eso, como hizo la presidenta brasileña Dilma Rousseff, quien dijo que las pedaladas fiscais de las que está acusada también las hicieron otros. Disculpas así no valen. El gobierno tiene que actuar decididamente contra la corrupción y hacerlo ya.