Es lícito dividir a quienes han recuperado los vestigios del pasado, historiadores, coleccionistas, arqueólogos, en dos grandes grupos.
El primero –normalmente relacionado con el imperio, el expansionismo y todas las formas de coleccionar, de atesorar– está formado por individuos egoístas, cuyo afán es el de poseer, celosamente, para ellos y unos cuantos, todo lo que pueden comprar, incluso robar, en sus más variadas formas, hasta las diplomáticas.
En el segundo grupo colocaría a quienes buscan divulgar lo que con tanto amor han recuperado –generosos, siempre relacionando lo antiguo con lo moderno, innovando, enseñándonos a ver nuestra historia– al trabajar en nuestro presente y a tener confianza en nuestro futuro.
En este grupo de altruistas, de apasionados, de filántropos, cabe incluir en un lugar privilegiado a Edward King, mejor conocido como Lord Kingsborough, quien nació en 1795 en Dublín, Irlanda.
Estudió en la Universidad de Oxford, en cuya biblioteca descubrió diferentes códices mexicanos, mismos que le fascinaron desde joven, y le hicieron interesarse en los antiguos mexicanos, que él consideró descendientes de las tribus perdidas de Israel, recordemos que todo el siglo XIX será el de la Historia y que igual en Biología con Linneo o Darwin, que en Lingüística con Schlegel y Bopp, la búsqueda del origen les obsesionaba, fuera en una lengua madre, en los reinos y géneros de la taxonomía o en el sistema vocálico del sánscrito o, más allá, del protoindoeuropeo.
En ese contexto debe entenderse la obra de rescate de Lord Kingsborough, quien dedicó gran parte de su vida a intentar probar el origen israelí de los mexicanos. Compiló textos, manuscritos y miles de dibujos. También acumuló interpretaciones de los códices mayas Mendocino, Telleriano-Remensis y Vaticano, invirtiendo en ello su dinero, su tiempo y su pasión.
Lord Kingsborough trabajó largos años en la preparación de Antiquities of Mexico, y en 1831 logró sacar a la luz los primeros siete volúmenes de su magna obra; sin embargo, debido a las deudas contraídas con los fabricantes de papel, fue encarcelado en Dublín donde contrajo el virus del tifo que lo llevó a la muerte en 1837 a los 42 años de edad.
Una tragedia personal enmarca la aventura del conocimiento, en este caso, y no deja de ser ilustrativa de la difícil relación entre el dinero y la cultura, ¿no habría podido alguien, se pregunta uno ahora, con estupor y asombro, ayudarlo en la empresa cuando se estaba realizando, es decir cuando su materialización era ardua, casi imposible, titánica?
De no haber muerto, el año siguiente el investigador hubiera recibido una cuantiosa herencia con la que habría pagado sus deudas y podido ampliar, aún más, su ambicioso proyecto, siempre personal, como ya dijimos.
Sin duda la obra bibliográfica más importante del siglo XIX es Antiquities of Mexico, una edición príncipe publicada en Londres entre 1831 y 1848, que reproduce por vez primera quince códices mexicanos, dibujos inéditos y crónicas históricas de las culturas del México antiguo en nueve volúmenes.
En este trabajo reproduce La Historia de las Cosas de la Nueva España de Bernardino de Sahagún; Crónica Mexicana de Fernando Alvarado Tezozómoc; Historia Chichimeca de Fernando Alva Ixtlixóchitl y muchas otras más.
Antiquities of México le significó a Lord Kingsborough un gran esfuerzo y tiempo considerable en la investigación previa a su proyecto editorial debido a que sólo parte de los manuscritos que incluiría en su obra monumental se encontraban en Inglaterra, los restantes los localizó en diferentes repositorios de diversas ciudades europeas, tales como París, Viena, Roma, Hungría, Bolonia y Dresde, ante los cuales debía tramitar los permisos correspondientes para poder tener acceso a los códices originales y entonces realizar copias de ellos, empresa cuyo romanticismo aún se antoja como obra del mejor Balzac, por ejemplo el de Las ilusiones perdidas, ¿cómo habrá convencido a los bibliotecarios que le dejaran hacer las copias? Se tiene noticia que el Códice Borbónico que se encuentra en la célebre Biblioteca del Palais Bourbon, sede de la Asamblea Nacional Francesa en París, no fue incluido en su obra ya que le fue negado el permiso para reproducirlo.
El dibujante italiano Agostino Aglio colaboró con Lord Kingsborough, a su destreza se deben las reproducciones de las pictografías de 15 códices, realizadas in situ, basándose en calcas directas de los dibujos originales para la elaboración de las litografías, con lo cual logró impresiones de excelente calidad.
En total Agostino Aglio elaboró 565 bellas láminas, mismas que se incluyeron en los primeros tres volúmenes y que le tomó cinco años realizar.
Once años después del fallecimiento de Lord Kingsborough, en 1848, se publicaron los volúmenes 8 y 9 que incluyen crónicas y obras históricas. El costo de los primeros siete volúmenes fue de 32,000 libras esterlinas, cantidad que en aquella época le significó a Lord Kingsborough toda su fortuna.
Desde la aparición de Antiquities of Mexico, la obra fue elogiada por historiadores y críticos europeos como la obra cumbre del siglo en su género y la mejor lograda a partir del invento de la imprenta, su consulta aún es punto de referencia indispensable para precisar deterioros posteriores sufridos en los códices y documentos incluidos en ella.
En México, durante el siglo XIX, la obra Antiquities of Mexico no tuvo difusión debido a su alto costo y a la dificultad para su envío desde Inglaterra, en esa época sólo había un ejemplar en el Museo Nacional. Según el historiador William Prescott, su valor era de 175 libras por volumen con láminas a color. Actualmente, es muy difícil encontrar una colección completa de esta magnífica obra.
