Un día, cenando en casa de Sari Bermúdez –donde nos había convocado para convencernos de la bondad del proyecto de la biblioteca– me confesó la siguiente anécdota: a los tres meses de empezado el sexenio pudo tener su primer acuerdo con el presidente Fox, y eso que gracias a su amistad con Martha Sahagún ella tenía derecho de picaporte.
En él, asesorada por los mejores en ese entonces –Víctor Hugo Rascón Banda, Moisés Rosas, Felipe Garrido, entre otros– había preparado toda la información de las carencias múltiples del sector cultura en nuestro país y las necesidades de un replanteamiento total que le permitiera a las más de cincuenta direcciones generales del Conaculta operar del todo. Cuando el presidente Fox vio el tamaño del acuerdo exclamó, muy a su estilo: “No puede ser, Sari, ¿todo esto te di para dirigir?”.
Semanas después fue a su primera reunión con el secretario de Hacienda para lograr que se tradujeran en presupuesto los acuerdos con el presidente. En el coche, de camino a la dependencia, Moisés Rosas le advirtió: “No te darán más dinero. Las dádivas al Conaculta siempre provienen de economías de la SEP, por lo que te mandarán con Reyes Tamés”. Lo pronosticado por Rosas, a la sazón director del CENART, fue un hecho.
La anécdota viene a cuento porque los políticos no saben qué es la cultura ni lo que ha significado para el sector cultural haber conseguido lo que, hasta ahora, es fruto de muchas generaciones.
Recientemente, en Puebla fusionaron la Secretaría de Cultura –la primera del país desde 1985– con la SEP local casi sin levantar el debate y la polémica, cosa muy necesaria en un país donde la cosa pública se trama en lo oscurito –impúdicamente, diría yo.
El primer argumento que se esgrimió (y algunos alabaron) es el adelgazamiento del presupuesto y de la nómina. Dos de los asuntos en los que la secretaría no es obesa: le falta personal para operar y su presupuesto es muy limitado.
La Secretaría de Cultura de Puebla tenía una sola subsecretaría, un presupuesto apenas mayor a los 100 millones de pesos –muy por abajo del 2% que sugiere la UNESCO– y cuando el actual gobernador electo era presidente del congreso local asumió el control de todos los organismos descentralizados encargados del patrimonio histórico así como los diversos consejos e institutos. Tuvo a su cargo diez museos, –entre ellos una galería de arte contemporáneo que nunca tuvo un presupuesto autónomo y que la Secretaría asumió como proyecto propio desde 1999.
Pero esto sólo en la ciudad, pues coordinaba más de 640 bibliotecas públicas y casi 200 casas de cultura en el interior. De ella también dependía una oficina desconcentrada del gobierno federal, la Dirección de Culturas Populares, y un sinfín de compromisos mayores (la presidencia del Teatro Principal, el más antiguo de América aún en funcionamiento, la Biblioteca Palafoxiana, la antigua fábrica La Constancia, expropiada para convertirse en un Centro Estatal de las Artes, ahora Casa de la Música de Viena).
Coordinaba las actividades en la materia en todo el estado, lo mismo en artes plásticas que literatura, en teatro –tenía una compañía estatal que coordinó nada menos que José Solé–, en música –la sola orquesta sinfónica requiere un presupuesto autónomo y mucho personal, no sin contar con los CECAMBAS o centros de capacitación en música de banda que operan en el estado con niños indígenas. Este argumento, entonces, no cabe ni tiene peso: la cultura de Puebla requiere presupuesto pero también cuadros formados y profesionales, por lo que aún requiere personal operativo –menos generales, pero más soldados y oficiales, qué duda cabe. No es este el lugar donde deben listarse las actividades de la dependencia, pero el botón basta.
Porque el otro problema, mayúsculo, radicaba y lo dije en su momento en que al fusionarse con la SEP sería engullida por una máquina burocrática omnívora –la secretaría ya fue, en su momento, una subsecretaría inoperante–, con problemas propios del sector educativo que son, a su vez, inaplazables pero que no guardan relación alguna con los propios del sector cultural cuando nos referimos a la creación de políticas públicas.
En algún momento expresé que si debía fusionarse a alguna dependencia, Cultura y Turismo serían un binomio –por la naturaleza particular de Puebla– menos ilógico. Se me acusó de anacrónico tan sólo por plantearlo, cuando es un modelo que sigue operando allí donde el turismo cultural es el principal ingreso económico en la materia –Francia, España–, pero esto también es lo de menos. Lo más sano sería que la Secretaría de Cultura se conserve autónoma y que se amplíe su presupuesto y su alcance.
El gobernador electo tiene en el bono democrático que lo hizo ganador una de sus mejores cartas, pero también es cierto que en la cultura debe depositar buena parte de sus esfuerzos si quiere que Puebla vuelva a adquirir un liderazgo –material, espiritual y simbólico– que la cercanía con la Ciudad de México y el quiebre de las guerras de reforma en el XIX le han arrebatado desde entonces.
Fui titular de la dependencia y conozco sus carencias, pero también su potencial. Luchar en medio de la burocracia por el respeto al presupuesto de la dependencia –aún con ser sector reconocido por el Congreso–, era en ocasiones tarea titánica.
Al inicio del sexenio de Melquiades Morales sentaban al secretario de Cultura después del Instituto del Deporte y del de la Mujer. Y en consecuencia ese era el peso específico de la dependencia. ¿Cómo articular una política deportiva o una política de género, se preguntarán sin duda los titulares de dichos organismos una y otra vez, cuando no son cabeza de sector, ni sector siquiera y deben vérselas casi a diario, con recortes presupuestales y los caprichos del funcionario en turno del que dependen?
La escritora Esther Hernández Palacios fue la directora del Instituto Estatal para la Cultura y las Artes de Veracruz durante dos sexenios. Hablé con ella en incontables ocasiones sobre lo difícil que era lograr la atención del secretario de Educación y hacer funcionar así la maquinaria cultural. Terminó renunciando, desesperada. Y las supuestas virtudes de independencia de presupuesto y de gestión de un desconcentrado nunca surgieron –ni surgirán en Puebla, si es el caso–, maniatada como estaba a los caprichos del secretario en turno.
En México la cultura es un asunto del cual el estado no puede desentenderse –no se trata de un organismo ciudadano, como el INE–, aunque es sano que exista transparencia y ciudadanía, representados fácilmente, con un consejo ciudadano de cultura, otra de las asignaturas pendientes en Puebla.
Lo más curioso es que en Puebla desaparecimos la Secretaría y en el gobierno federal la crearon. Cosas de risa, sinceramente, si no fueran tan trascendentes. Pero es preciso no confundirnos: los creadores artísticos no son la cultura. Son una parte de ella, central, pero no omnipotente. Existe un Fondo Estatal para la Cultura y las Artes que asigna recursos y políticas públicas para la creación y el estímulo, pero es esencial también la difusión artística y cultural y la creación de públicos para el consumo artístico. Puebla requiere un censo general de cultura antes de una fusión a otras dependencias de la secretaría que garantiza a los ciudadanos –sean o no artistas– que la cultura sea un derecho, como la educación, la salud o la justicia.
Se nos dijo que tal fusión era un rumor y que, por ende, no debíamos hacer caso. Y sin embargo directores de medios e incluso funcionarios educativos han venido a ensalzar tal posible hecho, ponderando beneficios que no son tangibles y sin esgrimir argumentos serios. Gabriel Sánchez Andraca, por ejemplo, dijo que era falso que desaparecería la secretaría y luego afirmaba que sería un consejo o un instituto desconcentrado (que así se lo habían informado fuentes fidedignas). Sánchez Andraca cayó en el peor de los cantinflismos políticos –el de Luis Echeverría–, es decir, que la secretaría ni desaparece ni aparece sino todo lo contrario.
Esas son las cosas locas de la política. Con gran desconocimiento de Puebla, de la dependencia en sí misma y del potencial humano de las artes y las culturas de nuestro estado se atentó flagrantemente con una de las pocas conquistas de los ciudadanos democráticos y pensantes. Menos se alzó la voz cuando además se fusionó con Gobernación. Ahora la cultura y la policía están en la misma dependencia, no conozco ningún otro caso en el mundo donde esto ocurra.
No nos queda más que esperar que quien asuma la gubernatura piense incluir a la cultura como sector en las políticas públicas, de lo contrario, atentaría contra una de las mayores posibilidades del desarrollo de nuestro estado.