Por: Neftalí Coria
Suelen hacerme comentarios sobre mi columna de los lunes y son diversos, muy diversos. Casi me acostumbro a escuchar aquellos que me dicen que algo le falta, o a los que les gusta pero creen que le falta fuerza en la opinión, o a los que no les gusta y me lo dicen, los que la leen y fingen no leerla y jamás me hablan de lo que escribo en ella, o a los que me leen y tienen un dialogo constante conmigo. Es es imposible imaginar lo qué piensan el resto de los lectores que a mi columna se acercan, por eso yo me desprendo de todas las preocupaciones por saber qué más opinan los que me leen. A los lectores siempre se les agradece por tradición y cortesía. Y sí, lo agradezco porque soy agradecido y he recibido también la gratitud de algunos lectores que han estado de acuerdo conmigo, aunque tampoco escribo para hacer consensos.
Hace muchos años que escribo –además de mi poesía, mi teatro y mis novelas–, estas piezas para el periódico y hasta hoy me gusta hacerlo. Muchas veces también creo que mi columna les da un servicio a los que les interesa la literatura y algunos otros temas –de los que no tengo especialidad–, pero no me son extraños, ni desconocidos y sobre todo, se me antoja decir algo al respecto, una opinión, una apreciación llana sin mayores intenciones que descubrir secretos del mundo en el que vivo. Soy escritor y eso me ha dado mucha práctica para pensar el mundo y en mis ficciones, los personajes viven como viven los hombres de mi aldea. Saben e ignoran las cosas, desconocen y conocen el mundo, lo odian, les parece hermoso y como yo, también son contradictorios y se arrepienten.
He leído mucha literatura y he estado muy cerca del arte y muchas veces no tengo el más mínimo deseo de hablar de arte o literatura, pero ¿A qué viene todo esto? Porque hace poco encontré a una de esas personas honestas que me dijo que en mi columna las opiniones estaban vacías y es que en su opinión, nunca digo claramente –en mis blandas críticas– lo que pienso sobre asuntos políticos del estado o el país, o nunca digo que a los maestros deberían meterlos a las aulas como presidiarios para que atiendan a los niños que son su responsabilidad. O no pregunto quién paga los plantones, quién paga las tortas y los traslados de las multitudes en estos “movimientos” oscuros contra las reformas. Tal vez no tenga una razón importante por la que no abordo estos temas. Simplemente no lo hago, aunque muchas veces la provocación, sobre mí triunfe.
Entiendo que el poder –no sólo me refiero al del gobierno, sino al de la oligarquía– se burla de los pobres de México. Y fabricarán más pobres. Pero quisiera preguntarle a los que sí están preocupados y no duermen porque el país se les está cayendo a pedazos, qué hacen por que las cosas cambien. Qué hacen en sus legítimos insomnios, porque se detenga ese monstruo que está devorando al pueblo. A lo más que llegan es a planear tomar las calles, tomar escuelas y Palacio de Gobierno y acuerdos en moneda nacional. ¿Acaso no saben que sus verdaderos enemigos no están en el gobierno? Si no lo saben están perdidos, y si lo saben y no se los dicen a sus agremiados y acarreados y fingen no saberlo, me parecen sumamente perversos porque tienen sus jugosos motivos monetarios.
No solo de critica se alimenta la escritura y no es para hacer critica permanente mi columna. Aquí visito autores, pienso la poesía, la creación, la lectura, la imaginación; este es un espacio que escribo para que se guarde lo que vi, lo que leo, lo que he encontrado en el camino. La política cada día me importa menos. Y recuerdo alguien que me dijo que yo era derechista, y otra persona no hace mucho, nunca dejó de llamarme “rojillo”. Recuerdo cuando a Ionesco el dramaturgo rumano –en su visita a México y ya muy cerca de su muerte–, le preguntaron de qué ideología política era. Y contestó con la franqueza y sencillez que siempre lo caracterizó, dijo que algunos lo tacharon de izquierdista y comunista en un tiempo y otros lo vapulearon como derechista. Él al final de su vida supo que fue “un pensador solitario”. Al respecto, hoy día hay menos razones poderosas para que yo pudiera ser partidario o correligionario, simpatizante, seguidor, etc., de algún partido o de alguna facción ideológica en la política de nuestro tiempo. Soy uno más de los decepcionados que dejaron de creer en la política como una forma de cambiar las cosas en el país. Y veo a muchos que están en el gobierno, en los partidos y en la múltiples ramas por donde emerge el presupuesto. Los veo trabajar con uñas largas y en esa comezón monetaria que les da andar fingiendo que aman a su país y que están sirviendo al pueblo. Y hablo de los miembros de cada uno de la multitud de partidos sanguijuelarios de este país. Todos fueron educados en las aulas de la corrupción que marcó el modelo Sanguijuela de “servir al pueblo”.
Veo las cosas claras y la escritura de esta columna, tal vez sea más útil para los lectores que prefieren la literatura. Y también prefiero escribir novelas porque allí la libertad sí existe. Prefiero escribir poesía porque allí el lenguaje es un instrumento de libertad en el que sí creo y hasta hoy día, he buscado ser libre, sin que me importe la desdicha y la soledad del “pensador solitario” que fue mi admirado Eugene Ionesco. º
