Por Neftalí Coria

Imre Kertész murió el jueves 31 de enero de este año que corre. Otro autor húngaro –como Sandor Márai–, que hizo su vida y su escritura fuera de su patria. Su obra mereció el Premio Nobel de Literatura en 2002, y se le hubo otorgado justamente por haber dado testimonio a lo que los europeos –protagonistas y antagonistas– han llamado la catástrofe de la historia. Le llevó trece años en escribir una de las novelas más conmovedoras sobre Auschwitz y en particular sobre su experiencia. “Sin destino”, es la novela a la que me refiero –publicada en 1975– y de la cual se ha hecho una buena película, merecedora de diversos premios.

Imre Kertész, es un escritor de quien se ha dicho, que es de los últimos testigos que contaron su historia, aunque para la literatura no basta solamente haber vivido los hechos, para escribir una obra como la del autor de “Yo, otro, Crónica del cambio”, que hora leo a manera de homenaje por su muerte, es necesaria esa esencia de terrible belleza que contiene la literatura que trata sobre las desdichas humanas. Su obra se ha ocupado de narrar, con esa mirada íntima, la atrocidad que la guerra provoca, aunque en “Sin destino”, no se narra –como único fin–, la descripción de los campos de concentración, la novela es la historia de un adolescente que mira bajo su percepción, un sitio como aquel desde la primera persona con el cúmulo de dudas y contradicciones que un niño puede enfrentar. Imre Kertész era un muchachito de 15 años con la estrella amarilla en el pecho, cuando fue deportado en 1944 por la policía húngara al campo de exterminio alemán de Auschwitz, en Polonia, de manera que vivió el horror en carne propia. Cuando ganó el Nobel, dijo que era “afortunado por estar aquí contándolo”.

Al igual que Elie Wiesel, el judío húngaro que también fuera deportado a Auschwitz, Premio Nobel de la Paz, o como Primo Levi, el químico italiano que se suicidara, Kertész, enfrentó la vida con la memoria de haber sobrevivido a tal atrocidad. Pasó la vida con el pasmoso recuerdo del Holocausto. Y hay quien ha dicho que su literatura va más allá de las palabras, sin embargo, yo creo que su literatura estuvo “más acá” de lo escrito, más acá de lo que la narrativa nombra. Su propia historia –a mi parecer– le dio la escritura y el consuelo, el análisis, la explicación y la fuerza para resistir la vida y al contrario de Primo Levi, Kertész, dejó que llegara la vida y se fuera sola, resistiendo aquella trágica memoria que por ningún motivo, pudo haber sido fácil de soportar. “Yo vivo con el campo cada día de mi vida”, afirmaba. Admiró a Paul Celan, a Kafka y tradujo a Freud y a Canetti. Dice Guadalupe Nettel, una escritora joven mexicana a quien admiro, que en su primera novela, Kertész, sugiere que “somos seres sin un destino determinado”, porque más adelante la autora de “Después del invierno” cita a Kertész cuando ha dicho: “En cada minuto, en cada momento de la vida se pueden cambiar las cosas. El conformista que asuma los hechos por absurdos que sean, y se adapta a ellos, pierde su libertad, porque se convierte, en mayor o menor grado, en víctima o en verdugo.” Y a mí me queda la pregunta: ¿Somos seres sin destino, o “juguetes”, como lo dijo Shakespeare?

En una entrevista fechada en enero 2013 que le hiciera su traductor al español Adam Kovacsics, Kertész le dijo “El  es el hundimiento universal de todos los valores de la civilización. Y una sociedad no puede permitir que se repita, que vuelva a presentarse una situación parecida. Pero mira la crisis económica, una crisis así dio pie a la llegada de Hitler al poder. Por tanto, deberían sonar todas las alarmas. Pero no suenan. Lo cual quiere decir que el Holocausto no está presente en la conciencia de los políticos europeos.” Y yo pienso en la crisis que se vive en América mientras la carrera triunfante de la derecha monetaria se encumbra en los Estados Unidos y en México está sucediendo exactamente lo mismo.

Su aprecio a la música era una de sus cuidadas pasiones. En una llamada que le hiciera Adam Kovacsics a su casa en Berlin, el traductor cuenta que al fondo, en el teléfono se escuchaba un concierto de Alfred Brendel y al respecto le preguntó: “¿Qué va a escuchar después?” Y Kertész le dijo que escucharía a Béla Bartok a quien amaba. Pero su afición no quedaba en sólo escuchar, también escribió sobre Wagner, Mahler, Schönberg y Debussy. Su obra preferida era la Sonata para piano Nº 32 en do menor Opus 111 de Beethoven, y que fuera interpretada por Schiff en la recepción del Nobel en 2002.

Ahora que escribo estas líneas escucho la Sonata que Kertész amara; comprendo por qué su amor a la belleza de esta naturaleza que Beethoven descubrió en el aire y su piel. Comprendo por qué o creo comprender. Termino compartiendo unas líneas que hace unas horas leí y subrayé de su libro “Yo, otro, crónica del cambio” y que he comenzado a leer. Dice: “No se puede vivir la libertad allí donde hemos vivido nuestra esclavitud. Habría que marcharse a algún sitio, muy lejos de aquí. No lo haré.”

Adios a Imre Kertész.

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