Por Mario Galeana

Es 1862 y las brigadas del ejército francés anuncian su llegada. Desde los Fuertes de Loreto y Guadalupe, el general Ignacio Zaragoza defiende, con cierto desasosiego, la capital poblana.

“La gente rica –hacendados y fabricantes textiles– quería que los franceses llegaran tranquilamente a Puebla (…) Había una idea generalizada de que todo lo que venía de Europa era excelente”, explica el cronista e investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Eduardo Merlo Juárez.

El desenlace de aquel 5 de mayo es conocido por todos. Las armas se cubrieron de gloria y la entonces ciudad de los Ángeles fue, cinco meses después, rebautizada como Puebla de Zaragoza.

Pero las luchas cambian.

Es 2016 y las brigadas propagandísticas de los candidatos a la gubernatura de Puebla por el PRI y el PAN, Blanca Alcalá Ruiz y José Antonio Gali Fayad, respectivamente, anuncian su llegada con miles de sombrillas.

Ante sí, el campo de batalla –que no es más que el bulevar 5 de Mayo– despliega a sus costados gradas donde otros miles de poblanos aguardan el inicio del desfile cívico militar en conmemoración por el 154 aniversario de la batalla entre franceses y mexicanos.

La bayoneta, claro está, ha quedado convertida en mangos de paraguas. Lo que permanece son las caras de muchachos repartiendo utilitarios de campaña que quieren convertirse en sufragios.

La lucha –la de este 2016– no es menos cruenta: un pequeño grupo de brigadistas de Alcalá Ruiz arrebata a otro puñado de jóvenes panistas las sombrillas que estos reparten y en donde reluce no sólo el nombre de Tony Gali, sino los colores de los cinco partidos que abandera en su intento por llegar a Casa Puebla.

Ahí, tal vez, ha quedado sembrada la primera victoria para el ejército blanquiazul: el nombre de Blanca Alcalá es apenas distinguible en las sombrillas blancas que reparte su equipo de brigadistas.

El tiempo es apremiante y las brigadas peinan el campo de batalla al menos dos horas antes de que el desfile inicie. Para las 10 de la mañana no hay cabeza sobre la cual no una sombrilla.

Pero en ese palmo de terreno hay más de una lucha: otros brigadistas reparten, sin tregua, volantes con propaganda negra en contra de Gerardo Islas Maldonado, dirigente de Nueva Alianza, y a favor de la candidata independiente Ana Teresa Aranda Orozco.

¿Por cuánto venden la vida los y las jóvenes en el 154 aniversario de la batalla más importante en la historia de su estado? “Son 140 pesos por cuatro horas si se trata de día festivo. Cuando es día normal, sólo son 100 por las mismas cuatro horas”, responde una de las brigadistas con las marcas del sol en el rostro.

Otra lucha se libra sobre el mismo palmo: la de los hombres que ofrecen nieves de limón o guanábana por 5 pesos; la de aquellos que cargan sobre pequeños diablitos asientos de madera en 40 pesos más; la de las mujeres que envuelven entre servilletas tortas que venderán a 10 y 15 pesos; la de los muchachos que empujan estantes con gafas de sol…

Aquí no hay ejércitos donde la muerte cabalgue a plomo. Aquí no hay ejércitos franceses. Sólo queda la guerra: la de partidos, la de gubernaturas, la de vendedores ambulantes.

Sí, las luchas cambian.

 

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