El inspector de San José El Mirador, en la Sierra Negra, sabe lo que ocurrió en el asesinato de once familiares suyos perpetrado durante la noche del pasado jueves, pero nadie lo ha visto
Por Guadalupe Juárez
Apenas se enciende el foco en la pequeña vivienda de adobe y Clemente celebra. Ha logrado gestionar que en la comunidad de San José El Mirador llegue la luz eléctrica.
Meses después, en enero de este año, se convertirá en el inspector de la localidad, por la confianza y cariño que le tiene la gente.
Un día es el mejor amigo de los maestros del Conafe que suben al cerro a enseñarles las letras y los números a los niños que ahí viven. Al siguiente, acude a la presidencia municipal a hacer trámites para que reconozcan a San José El Mirador como inspectoría; lo logra.
En su cabeza se forman más planes de “progreso”, les cuenta a sus amigos y familiares. La idea de una carretera de enlace con Coyomeapan y evitar la terracería que los conecta con Puebla y Oaxaca no abandona su mente, le parece que todos estarían de acuerdo con el progreso de la comunidad.
Con la nueva vialidad, tanto los pobladores de El Mirador como de Potrero evitarían recorrer el desfiladero todos los días y arriesgarse a caminar entre el monte, ahorrando tiempo para comercializar sus productos en los pueblos cercanos.
Ahora, su celular no deja de vibrar. Sus pensamientos son interrumpidos por las abundantes lágrimas que recorren sus mejillas.
El olor a muerte impregna su ropa, misma que no ha cambiado desde la noche del jueves.
Cierra sus ojos y ve a su madre, hermanos, cuñadas y sobrinos tendidos en el suelo de tierra sobre charcos de sangre. A su hija la escucha gimiendo por el dolor de la bala alojada en su abdomen y a su esposa gritando por el nerviosismo, mientras atraviesan con dificultadla maleza del cerro para llegar a un lugar seguro.
Trata de estar tranquilo; aunque sus manos tiemblen por el miedo, quiere mostrar seguridad, pero se dobla ante los recuerdos.
De sus planes no quedará nada. A San José El Mirador no piensa volver, porque hacerlo sería arriesgar su vida.
Aquella vida que salvó al ocultarse de los ojos de la muerte, para convertirse en uno de los cinco sobrevivientes de un multihomicidio que cimbró a la Sierra Negra.
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“Él (Clemente) ahorita no va a hablar. Es el único que vio todo, pero ni a mí me contesta el celular, ha de estar consternado porque toda nuestra familia es gente buena, humilde, trabajadora”, cuenta su tía, quien no puede contener el llanto.
El nombre de Clemente se repite en las conversaciones de la familia lejana que ha viajado para dar el último adiós a las víctimas.
A continuación, la descripción de un amigo de la familia asesinada:
“Clemente ni se parece a su familia. Es güero y chaparrito, todo un genio y un político nato, le gusta trabajar para su comunidad. Es lamentable que la gran víctima sea él; su niña está herida y él es bueno. A alguien no le gustó que sea el inspector, ha de ser eso, la venganza se debe a eso”, afirma quien ha compartido con él el proceso de ser comisariado ejidal y luego inspector.
“Clemente es todo un servidor público. Anda en la política, él fundó El Mirador y llevó la luz en Potrero –comunidad a 30 minutos de Coxcatlán–, después lo hizo donde vivía. Su familia no se mete con nadie, y si así hubiera sido, sería lamentable que hayan pagado todos los que rodeaban a Clemente”, opina un habitante de la comunidad de Tres Ocotes, quien recorrió kilómetro y medio para acompañar a los dolientes en el funeral.
Pero la línea de investigación de las autoridades gira en torno a un problema personal. El victimario violó a una de sus hermanas, quien tuvo hace siete años un hijo, producto de esa agresión, por lo que el perpetrador amenazó a la mujer con matarla si ella sostenía una relación con alguien más.
“Creo que es porque se dedicaba a la política. Sólo Dios lo sabe. Sólo Dios lo sabe”, dice la mujer con trenzas que interrumpe su relato cuando recibe de pobladores un par de veladoras para el sepelio.
El presidente de Coxcatlán, Vicente López de la Vega, niega esa versión. Ninguna de las víctimas –señala– trabajaba en un proyecto de una carretera; el móvil del asesinato –afirma– son los problemas personales, aquellos de los que la familia que vela sus cuerpos ignora.
“Uno de los agresores es su conocido, ya se tiene plenamente identificado pero es imposible decir su nombre, definitivamente el móvil del crimen es la venganza”, repite el edil en entrevista cada que tiene oportunidad, pese a que unas horas después del asesinato su imaginación voló y aseguró que sus muertes fueron ocasionadas por diferencias religiosas.
El inspector se salvó, dicen que el ataque también pudo tener motivos políticos o porque los agredidos estaban a favor de una carretera en la comunidad: “¿Hay posibilidades de que se abra una línea de investigación por esto?”, se le preguntó.
“No, no. Lo que dijo la Fiscalía es lo que se tiene y sobre lo que nos vamos a guiar”, respondió el edil.
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La parentela de las víctimas es humilde. Hasta ahora, los gastos fúnebres corren a cargo de las autoridades y a buena voluntad de quienes se compadecen con los deudos.
“Son personas humildes, muy humildes, No puede ser que les haya pasado eso, es algo terrible y difícil de creer”, señala uno de los habitantes que acudió a apoyar a los familiares de las víctimas.
La familia Sánchez Hernández, víctimas del multihomicidio del jueves 9 de junio, de acuerdo con más testigos, se dedicaba al comercio interno de aves de corral y al pastoreo. Parte de su siembra la intercambiaban por otros productos, y en ocasiones, si era necesario, la vendían en las localidades cercanas.
“El mayor (Baltazar) era un muchacho bueno, era maestro del Conafe y se dedicaba al campo. No sé qué pudo hacer para merecer esto, no es posible, no lo creo, quien lo haya hecho no tiene corazón”, exclama una de sus primas. La impotencia la embarga y aplasta el vaso de unicel en su mano, derramando un poco de café en su ropa.
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Plácida Sánchez Martínez, de 59 años de edad; Ángela, de 30; Ángel de 23; Johnny y sus nietas Monserrat, de 10, y Carolina de 9; Baltazar Sánchez Montalvo, de 42; su esposa Isabel Hernández Sánchez, de 43; así como sus hijas, Silvia y Belén, y el esposo de esta última, son los integrantes de la familia que perdió Clemente.
“Cuando subí olía a muerte”, expresa un policía municipal que acudió al llamado de auxilio.
En sus años de servicio –que prefiere no mencionar para evitar lo identifiquen– había visto uno o dos cuerpos, pero nunca una familia completa.
El aroma de la muerte no es la del cuerpo sin vida combinado con la sangre de las heridas: es el de la vida pérdida, el del aliento arrebatado, el de la comida fría dejada en el plato, el de la noche fría donde los estruendos de un arma y los gritos se ahogaban en la nada.
La tensión se percibe en el anfiteatro del panteón de Tehuacán. Un descuido de los forenses permite ver tres de los cuerpos que yacen sobre las planchas de metal: dos de ellos pertenecen a hombres y la tercera es una mujer con el vientre abultado.
El personal de criminalística cierra la puerta, pero ese olor en las entrañas de la sierra también queda impregnado en quienes lo han visto.
Cronología
Desde la noche del jueves pasado, cuando se perpetró la masacre de 11 miembros de la familia Sánchez Martínez, hasta ayer, día en que se llevó a cabo el entierro de los cadáveres, los habitantes del municipio de Coxcatlán viven con temor ante la tragedia que ha sacudido la comunidad.
Jueves 9 de junio
20:30 horas. Dos sujetos asesinan a once personas de la familia Sánchez Martínez, en la comunidad de San José El Mirador, perteneciente al municipio de Coxcatlán, localidad enclavada en la Sierra Negra.
Viernes 10 de junio
10:00 horas. Bajan los cuerpos de la comunidad de El Mirador; debido a que la zona es de difícil acceso, los pobladores fueron quienes se ocuparon de la tarea sirviéndose de camillas y cobijas.
Sábado 11 de junio
12:00 horas. Los cuerpos permanecen en el anfiteatro de la ciudad de Tehuacán donde les practican la necropsia de rigor. En el panteón municipal de Coxcatlán cavan fosas para 10 personas; el cuerpo restante fue velado por un familiar distinto.
Domingo 12 de junio
Después de tres días de espera, los cuerpos fueron entregados a sus familiares. El funeral se realizó en una capilla improvisada detrás de la presidencia municipal, debido a que los deudos tenían miedo de otro ataque por parte de los agresores.
Lunes 13 de junio
Se lleva a cabo el sepelio en el panteón municipal; los familiares deciden que con mariachis y un ritual náhuatl se realizara la despedida.