Por Pascal Beltrán del Río

Ayer, en estas páginas, Jorge Fernández Menéndez decía, con mucha razón, que la elección del 5 de junio ha sido una de las más desconcertantes de los últimos tiempos.

Lo es por la forma en que se fueron conociendo los resultados y porque no parece haber una explicación única de lo que le sucedió en las urnas al partido del gobierno.

La alternancia en ocho estados con elección de gobernador y la continuidad en otros cuatro envían muchas señales sobre lo que quisieron decir los votantes. Y se trata, en varios casos, de señales poco claras y hasta contradictorias entre sí.

Si suponemos que los resultados del domingo son una especie de referéndum del desempeño del gobierno federal, habría que concluir que el presidente Enrique Peña Nieto fue reprobado en siete estados, donde perdió el PRI, y aprobado en cinco.

Si concluimos que las alternancias significaron un repudio a los gobernadores en turno y a sus partidos, debemos meter en el mismo saco al veracruzano Javier Duarte, al oaxaqueño Gabino Cué y al aguascalentense Carlos Lozano de la Torre.

¿Son ellos tres comparativamente malos, mientras que el poblano Rafael Moreno Valle, el hidalguense Francisco Olvera Ruiz y el zacatecano Miguel Alonso Reyes, comparativamente buenos?

Otra explicación que he escuchado y leído sobre las elecciones que terminaron en la continuidad del partido en el poder es que los gobernadores de esos estados manipularon los procesos a su favor.

¿Debemos entonces entender que la calidad de la democracia poblana es peor que la veracruzana, o que la duranguense es mejor que la zacatecana?

Si opinamos que la inseguridad fue la principal motivación para salir a votar, ¿por qué los electores rechazaron al PRI en Tamaulipas y lo avalaron en Sinaloa, dos estados azotados por la violencia?

¿Será que los electores en el segundo estado están de acuerdo con las políticas de seguridad pública del gobierno federal y los del primero, no?

¿O será que los votantes consideran que la inseguridad que viven ha sido culpa exclusiva de los gobernadores y por eso hubo alternancia en los dos estados?

Quizá no fue eso lo que los sacó a votar. A lo mejor fue alguna otra cosa, como la situación económica.

Pero entonces hay que preguntarse por qué la enorme mayoría de los electores en el país optó ya sea por el PAN o por el PRI o por coaliciones en las que iban esos partidos. La política económica de los últimos 25 años ha sido diseñada y ejecutada por un equipo que tiene el visto bueno de esos dos partidos.

Quedan otras posibles razones por las cuales la gente votó el domingo como lo hizo. Por ejemplo, la corrupción. ¿Debemos entonces suponer que en Oaxaca el gobierno es más corrupto que en Puebla, o que en Aguascalientes lo es más que en Hidalgo?

Hay una constante en los comicios para gobernador de los años recientes. Y se llama alternancia. De los últimos 29 procesos para renovar el Ejecutivo estatal, 17 han terminado en un cambio de partido en el poder.

Es más, en cinco estados –Aguascalientes, Oaxaca, Sinaloa, Michoacán y Sonora– se ha echado a los partidos gobernantes dos veces seguidas. Y en tres estados –Baja California Sur, Morelos y Tlaxcala– han pasado por el palacio de gobierno tres partidos políticos distintos.

Sin duda eso significa que el voto en México vale, como escribí aquí ayer. Sólo ocho de las 32 entidades del país han sido reticentes a la alternancia en los últimos 19 años, o sea, apenas una cuarta parte.

Mi conclusión es que no hay una explicación única de los resultados electorales del domingo.

Más aún: no la hay porque la sociedad mexicana no es el ente homogéneo que suponen muchos.

Hay, por supuesto, una convicción compartida de que el voto puede ser un vehículo de cambio –de ahí la constante de la alternancia y, quizá, la impaciencia con los gobernantes y sus partidos–, pero las razones para cambiar varían.

No hay un solo México sino varios. Cada uno mata pulgas a su manera. Y cada uno tiene su propia visión de los problemas y sus soluciones.

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