La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
Edgar Chumacero es un buen esgrimista que participó en el pasado en olimpiadas y competencias internacionales.
Disciplinado, entregado al deporte, un día conoció a Blanca Alcalá Ruiz y ahí cambió su vida.
Se hizo político.
Desde entonces ha estado conectado en los diversos proyectos de quien acaba de perder la gubernatura de Puebla.
Con ella llegó al Senado de la República.
Con ella se embarcó rumbo a Casa Puebla.
En el camino se volvió indispensable.
Nadie como él para cuidarle las espaldas.
Convertido en yerno y secretario particular — en ese tránsito se casó con la hoy regidora Karina Romero Alcalá—, el Chuma era la puerta que se abría o se cerraba ante los peticionarios.
Así, en este clima de absoluta confianza, llegaron a la más reciente aventura de la senadora con licencia: una aventura de horror, traición e histeria.
Lo que parecía ser una campaña de trámite, dado el supuesto apoyo irrestricto del gobierno federal, se convirtió en una loza pesada que nadie quiso cargar.
En los días de vino y rosas, Chumacero —ya metido en su papel de aduana— empezó a opinar de todo.
Y algo curioso: la senadora no dudó en escucharlo.
Aplicaba el sentido común más que la experiencia política que no tenía.
Como suele ocurrir en estos casos, le apostó todo al olfato y a las corazonadas.
Así llegaron al momento crucial de las definiciones.
Blanca Alcalá no quería ser candidata de un año, 10 meses, 10 días.
A Edgar tampoco le atraía la idea.
Los astros, sin embargo, se alinearon para que así ocurriera.
Más sola que una higuera en un campo de golf, Alcalá se refugió en los consejos y en la operación de su yerno-asesor.
Y mientras Tony Gali armaba un trabuco con los nacientes Galileos, pero sobre todo con el gobernador Moreno Valle y sus operadores más cercanos y experimentados, la senadora sólo tenía a Edgar para enfrentar lo que llegaba como una palmera de brisa rápida.
Chumacero, pues, se volvió el enlace con los políticos, los empresarios y los periodistas.
Su carácter mesurado le ayudó al principio a sobrellevar el vendaval.
Poco duró el gusto.
Cuando vino la crisis, nuestro esgrimista extravió el sable y la careta.
Convertido en un poderoso Jefe de la Oficina de la candidata, no hubo poder humano que lo saltara o lo rebasara.
Todo, absolutamente, empezó a pasar por él: los dineros del CEN, los dineros del partido en Puebla, los escasos donativos.
Y más: los coordinadores —Alejandro Armenta, Víctor Giorgana, Silvia Tanus— tenían que tocar su puerta para obtener la aprobación de las propuestas y los proyectos.
Oh, paradoja: mientras el de Blanca Alcalá era un tren demasiado lento y burocrático, el de Tony Gali era para entonces un tren rápido que viajaba a 300 kilómetros por hora.
El trabajo para el esgrimista se cargó de la noche a la mañana, pero eso no fue obstáculo para que siguiera atendiendo los asuntos de la campaña.
En las reuniones privadas, se atrevió a darle instrucciones a la “señora”, como le decía a la candidata.
(El “usted” fue la constante. No el tuteo).
Pronto surgieron las desavenencias y las quejas.
Y aunque en corto le rendían una suerte de pleitesía, a sus espaldas lo despedazaban.
En particular Armenta y Giorgana, quienes, por cierto, escenificaron toda clase de pleitos y discusiones a lo largo de la accidentada campaña.
El final era previsible: el desorganizado contingente cerró la campaña en medio de una resistencia civil de caricatura.
(La idea de dicha resistencia nació en la oficina de Edgar).
Con asesores que lo orientaban mal —entre éstos algunos periodistas—, Chumacero contempló el domingo en la noche un espectáculo siniestro: el tren de la candidata ardía en llamas frente a los paraderos de Casa Puebla.
Una frase podría definir a nuestro personaje:
Demasiado joven para morir / Demasiado viejo para rockanrolear.
