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Por Mario Alberto Mejía

Rogelio Cerda despierta por el sonido insistente de su teléfono móvil. Es Alejandro Armenta. No cualquier Alejandro Armenta. Es un Alejandro Armenta excitado, urgido: “¡Hermanito, ya llegaron los guarros del Estado de México!”. Los guarros no son otra cosa que las “fuerzas vivas”, los “porros”, los “golpeadores”. Muchachos nacidos en Neza que ya han estado antes en Puebla: en Chalchihuapan. Son expertos en bombas Molotov, bazukas rupestres, juegos artificiales, provocaciones.

Desde temprana hora, Blanca Alcalá sabe que este domingo 5 de junio será el día más terrible de su vida. O el más feliz. Sólo hay dos sopas. Sabe también que se juega el futuro. El triunfo la llevará a Casa Puebla, misma que dijo que vendería en caso de ganar, pero que en el año 10 meses 16 días que la habitará no tendrá tiempo de hacerlo. La derrota, en cambio, la volverá una paria. Una paria con fuero. Regresará al Senado sumamente maltrecha. Sin Comisión que la solvente. Se mudará de casa y de ciudad. Odiará a los poblanos como Nancy de la Sierra detesta a los teziutecos. Comerá con Ivonne Álvarez, su eventual compañera de penas: la candidata que perdió ante El Bronco en Nuevo León. Senadora como ella. Paria como ella.

Mario Marín Torres desayuna con su esposa. No se hablan. Ni siquiera se miran. Pero desayunan juntos. Uno de sus hijos le pregunta por el futuro de la elección. “Vamos a perder”, responde el ex gobernador sin dejar de leer TV Notas. Es otro de los parias que surgieron en este proceso. Blanca lo expulsó de su entorno por culpa de Lydia Cacho. Otra vez Lydia Cacho cruzándose en su vida. En 2006 acabó con su sexenio. En 2018, con su futuro político. No obstante, quiere ser senador a través de la lista nacional de su partido.

Los periodistas marinistas amanecieron nerviosos. Sienten un hueso en la garganta. Un hueso atorado. Un hueso que al mediodía habrá bajado a la altura del corazón. Esos síntomas sólo tienen dos explicaciones: infarto o gases acumulados. Es lo segundo. Navegan nerviosos por internet. Tuitean su estado de ánimo. Traducen para sí las expectativas que horas atrás les compartieron los priistas: “Vamos a ganar. Y si no ganamos, vamos a arrebatar. Y si no arrebatamos, nos vamos a cagar en ellos”. Con esa esperanza salen con todo a las redes sociales.

Armenta les pide que arranquen el día con una noticia brutal: “Hallan cadáver de operador priista en el Río Atoyac”. No hay cadáver para entonces, pero más tarde lo habrá. “No mames, pinche Alejandro”. / “Va por usted, señor”. / “¿Y si no hay muertito?”. / “Me pongo yo en su lugar”, promete el coordinador de campaña de la candidata. Así empieza Twitter. Así empieza Facebook. “¡Hallan cadáver de operador priista en el Río Atoyac!”.

El hashtag “muertitoEnElAtoyac” se vuelve trending topic a las nueve de la mañana. A las diez salen fotos del cadáver. A las once, El País, de España, habla del escándalo. La prensa nacional –sobre todo Reforma y La Jornada– asientan sus reales en Puebla. Jorge Estefan Chidiac y Armenta dan rueda de prensa y acusan al gobierno de Moreno Valle. Manlio Fabio Beltrones llega en helicóptero y da una conferencia en la sede del PRI. De Gobernación llegan las primeras señales ominosas: “Gobernador, vente a Bucareli”. Hay un shock masivo. La gente no va a las urnas. Todo mundo está en sus casas. Los priistas operan como en un día feriado. Beltrones llama a no detener la elección. Hay policías federales en todo el estado. Los panistas son bloqueados en las carreteras. El hashtag lleva seis horas como trending topic.

Los priistas instruyen a Ana Teresa Aranda y Roxana Luna: “¡Salgan a declarar que pese a la violencia institucional la democracia no se detendrá!”. Ana Tere se hace del rogar. Una maleta negra la hace cambiar de opinión. “Se ha vuelto insaciable”, comenta un operador priista.

A las cinco de la tarde, Beltrones tiene en sus manos la primera encuesta completa: Blanca supera a Gali por cuatro puntos. Habla con Osorio Chong antes de anunciar el triunfo. Desde Bucareli le mandan luces verdes. Blanca no da crédito a lo que vive. Pero tiene dudas: “¿Qué va a hacer Moreno Valle?”. Rápida, como una ráfaga, viene la respuesta: “Ya aceptó el resultado desde una sala de la Secretaría de Gobernación”.

Edgar Chumacero, su yerno, le informa puntualmente: “Gali está en la depresión. Lozano ya hizo su maleta y se regresó a México. Marcelo no puede contener la indignación tuitera”. Una llamada de Marín entra al celular de Chuma: “Marín quiere hablar contigo”, le dice a la candidata. “Dile que no estoy”, responde ella. Y agrega una posdata: “Dile que estaré ocupada hasta el último día de enero de 2019”.

Blanca se reúne con Beltrones. Se felicitan. Habla con Jorge Estefan. Muy seriamente: “No quiero volver a ver ni a Doger, ni a López Zavala, ni a Mario Marín, ni a Juan Carlos Lastiri. Que ni se les ocurra buscarme. Ya le pedí a Ismael Ríos una lista pormenorizada de los periodistas que estuvieron en mi contra. Échales al SAT y a la PGR. Los quiero en la cárcel o fuera de Puebla”.

Cuando la candidata arriba al Camino Real La Vista, ya es otra. Recuperados el temple y la sonrisa, suma un nuevo atributo a su personalidad: el deseo de venganza. Trae mil agravios en la espalda. Quiere cobrarlos desde el primer minuto. Ya no pide las cosas por favor. Ordena. Varios buscan acercarse a felicitarla. Una nube de guaruras se atraviesa.

Blanca ve a todos a lo lejos. Sabe que es otra la que mira todo con sus ojos.

 

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