Por: Alejandra Gómez Macchia
En los años 50 se dio un boom en Acapulco. Todos (mexicanos y extranjeros) querían visitar esta bahía.
Los recién casados buscaban a toda costa pasar los primeros días de su larga condena junto a las playas. Hacer el amor en el pacífico, para regresar listos a una guerra casi permanente en sus lugares de origen.
Surgieron hoteles esplendorosos. Se poblaron nuevas playas, lejanas y salvajes, como la de Revolcadero, que en 1970 dio la bienvenida al gran Fairmont Princess, y que hoy es la zona más moderna y exclusiva. Acapulco Diamante, lo que no sé porqué nos recuerda las transas de Diego Fernández de Cevallos…
Pero volviendo al pasado, los restaurantes de cocina típica de la región ofrecían al visitante la dosis suficiente de potasio y colesterol para aguantar la bruta embestida del calor. Antes de la sobrepoblación de antros, bares y cadenas restauranteras gringas, el Pipo´s, por ejemplo, era “El” lugar para comer.
Hoy, cincuenta años más tarde, este legendario restaurante sigue en pie, pero más vacío que una alberca sin agua.
El sol de Acapulco siempre ha sido otro sol. Un sol digno de cuadros de Turner. Un sol llameante, salpicado de bermellones y amarillos. Y el mar… el mar no tiene la excentricidad turquesa y cerúlea del caribe, pero sí la fuerza del cobalto y el equilibrio del gris Oxford.
La naturaleza es una dama caprichosa y su dedo milagroso ha desdibujado el horizonte. Aquí uno puede seguir pensando que la tierra es plana, porque el mar parece caer al vacío desde esa línea perdidiza que lo divide de un cielo solidario que adopta la tonalidad de su elemento gemelo, el agua.
Agustín Lara inmortalizó esta bahía con un vals a su esposa, María Félix. Pero puedo atreverme a decir que “La Doña” es más un elemento accesorio en la canción que el personaje principal, ya que “su cuerpo del mar juguete” no hubiera sido el mismo si lo revolcara el mar de Ciudad del Carmen, ¿o sí?
Además la canción fue una forma de obtener el perdón de la diva, quien se horrorizó a la pocas horas de haber empezado su luna miel. ¿El motivo? El flaco de oro había matado a sangre fría (y con una piedra) a una iguana, el animal favorito de “La Félix”.
En diciembre de 1958 se inaugura “La Reseña de Acapulco”, un festival internacional de cine que reunió a la crema y nata de la industria fílmica. A la segunda reseña (1959) asistió el escritor y crítico de cine Guillermo Cabrera Infante, quien escribió sobre impuntualidad de los mexicanos, la cinta La fortaleza escondida, del japonés Akira Kurosawa, y sobre el fuerte de San Diego ("una maravilla de la arquitectura militar española y fue construido en el siglo XVI"). En su segunda nota para Carteles comentó:
"Acapulco cuesta un ojo de la cara. No hay hotel modesto ni inmodesto disponible. Quedan dos salvedades, el Pierre Marqués, solitaria sucursal de la casa Pierre, en la rada de Marqués, a 38 kilómetros del lugar de la Reseña y El presidente, el hotel más caro de México...”.
Tras diez años ininterrumpidos (1958-1968) “La Reseña” desapareció, aunque hubo un intento de revivirla en 1987. Fracasó. Y para el año 2005 se convirtió en el FICA (Festival Internacional de Cine de Acapulco).
Acapulco degradó con mi generación. A finales de los ochenta y todos los noventa fue el lugar propicio en donde los directores de telenovelas de Televisa coronaban sus esperpentos. No había una sola telenovela que no pusiera en marcha la “operación nalga al sol” para que durante una o dos semanas subiera el raiting al mostrar a sus protagonistas en diminutos bikinis. Acapulco era lo “cool”. Las noches del Baby`O y el Palladium, una locura. Las puestas de sol desde las piscinas privadas de los magnates en Las Brisas o El Guitarrón, el clímax del hedonismo. Algo inalcanzable para la plebe. Inalcanzable, pero existente en el mundo de los hijos putativos (e idiotas) de Luis de Llano Macedo.
En esa época del peor pop, de la peor televisión, del peor cine mexicano (en el que surgen adefesios como “La Risa en Vacaciones”) el cantante Luis Miguel se convierte en uno de los iconos de la Bahía. Él y la naciente industria de banquetes liderada Susanna Palazuelos, quien ha hecho un emporio al organizar las bodas más “caras y glamurosas” de los alrededores. Eventos que sólo pueden pagar políticos, pillos, actores y familias de prosapia.
Acapulco ha padecido los estragos de convertirse, junto con Cancún, en la sede mundial de los springbrakers: esa plaga de gringos desorientados que buscan sol, bebida adulterada, drogas duras y sexo inseguro las 24 horas del día durante una semana. Jóvenes a los que en su país se les prohíbe beber y coger antes de los 21, pero pueden portar una metralleta para matar a sus compañeros de clase desde temprana edad.
Así pues, las vacaciones de primavera en Acapulco son equiparables a transitar por uno de los círculos del infierno de Dante, pero con la desventaja de no contar con un Virgilio amoroso que nos ayude a salir, pues seguramente habrá sucumbido ante los encantos de una gringuita de 17 años que le hizo un guagïis a cambio de un poco de cocaína cortada.
Hoy es triste ver cómo aquel ashram del desmadre está desierto. Es fin semana, el inicio del verano. Los chilangos que corrían presurosos cada viernes a tomar posesión de las playas guerrerenses han desaparecido. Sólo los invitados a unas cuantas bodas de lujo (organizadas por Susanna Palazuelos) se dan cita en el ex paraíso.
El burro que se embriagaba en la Isla Roqueta murió tras una crisis de síndrome de abstinencia. Antes tuvo un lapso de Delirius Tremens, y juró que era un caballo de Pedro Domecq.
Luis Miguel, “El Sol” de México, ha vendido por una cantidad ridícula su mansión de El Guitarrón y su piel quedó reducida a un tocino frito por tantos paseos en yate.
Al Baby´O entran treinta noctámbulos despistados que buscan fiesta en un mausoleo del vicio y la vagancia.
Los clavadistas de La Quebrada están más flacos que nunca. Se avientan buscando caer en un farallón que acabe con su miserable existencia.
El Palladium tiene telarañas en las luces de neón. Es un palacete encallado en la piedra a punto de colapsar.
La Plaza Isla tiene más tortugas que gente. Las Golfinas nadan buscando aunque sea un trozo de PET para tragarlo y dejar de sufrir.
El Princess, ruinoso, no es más el señorial hotel que recibía a un Howard Hughes lleno de tics y de TOCS.
Hoy Acapulco está secuestrado.
Los diferentes grupos del narco que se pelean la plaza han inundado las calles de terror y oscuridad.
La costera, otrora luminosa, ahora se vislumbra tétrica con sus luces ahorradoras de tlapalería. Un local abierto, pero vacío, por diez que se rentan.
Los hoteles que decía Cabrera Infante que eran carísimos, hoy ofertan sus habitaciones a precios ridículos.
Los taxis hacen su agosto. Llevan y traen a turistas furtivos cobrando las perlas de la virgen.
A diferencia de Cancún y la Riviera Maya que siguen siendo el TOP de la fiesta y el desenfrene, Acapulco está muerto.
Es un Comala tropical.
Aún así, sigo prefiriendo esta bahía a las playas del exótico y cerúleo caribe. Porque la belleza de Acapulco radica, precisamente, en sus fantasmas.
Por aquí pasó Marilyn, Brando, Errol Flyn, Liz Taylor, Los Beatnicks.
Aquí María Félix supo que su matrimonio con el músico poeta sería un fracaso tras su propia Noche de la Iguana.
Para los amargados, los solitarios y los suicidas. Para los nostálgicos, hoy Acapulco está mejor que nunca. Pero, ¿y las familias que viven de la horda de turistas convulsos de alcohol?
Para ellas sí que la cosa es grave.
El paraíso ha sido secuestrado, pero sigue siendo un paraíso.
