“Castigo”. Los padres de Germán y Sofía convocan a una reunión familiar para discutir la infidelidad en su matrimonio. Después de muchos dimes y diretes, resuelven que la pareja se mude a Nueva York

 

Juicio a la adúltera

10 de junio/ 2006

 

Parecía un juicio del santo oficio…

En la mesa de jardín, en círculo, estaban mis papás, Germán y sus padres. ¡Cuántas veces festejamos y brindamos en el mismo lugar! El alcohol corriendo en cantidades generosas y la música de Johnny Cash hacían cantar a los amigos extranjeros “because you’re mine, I walk the line”. Toda una acuarela de idiomas y culturas. La paella, los asados… los niños corriendo felices, subiendo al pasamanos, volando en los columpios, nadando en la piscina o revolcándose en el arenero.

Hoy mi pequeña Victoria juega sola en esa misma arena. Llena una cubeta y la vacía. No hay más niños. Cree que todo está bien. Que en cualquier momento llegarán los primos para hacer travesuras y robar dulces del cajón de la abuela. Victoria ignora que “los grandes” hoy no festejan más. No hay música, no hay vino, no hay ring of fire. Sólo tazas de café y caras largas.

Mi suegra empezó por darme un abrazo como cachetada con guante blanco. Sentí que bajo el calor de esos brazos brotaba la consigna: “te perdonaremos si regresas al camino del bien. Esta es tu casa y tu familia mientras sigas al pie de la letra nuestras órdenes”.

El suegro en cambio estaba frío. Sentado, fumaba un cigarro tras otro. Tenía cara de asistente a un funeral. Sus ojos son claros y cuando sufre se nota a primera vista.

Mi papá estaba nervioso y movía la rodilla bajo el mantel de la mesa. Sé que quería correr a la barra y tomarse una botella de un solo trago para aguantar lo que iba a suceder. Mi mamá aparentaba estar bien. Hablaba de cosas intrascendentes: el clima, el color del agua en la alberca, la última película de Spielberg.

Germán traía puesto un sombrero de palma, me veía con duda y sus dedos se entrelazaban haciéndolos girar. Yo, en medio de todos, sentía que no estaba ahí. Lo que acontecía era una completa ridiculez. ¡Mira que entrometer así a la familia en un asunto de pareja es lo más inmaduro que hay! Pero como nadie se dignaba a abrir la sesión, pues comencé a romper el hielo.

“Bueno, ¿qué quieren escuchar? A lo mejor esperan que ofrezca disculpas, pero ¿por qué voy a pedirles perdón? En todo caso el único que merece una explicación es Germán y creo haberlo hecho ya. Fuera de eso no veo para qué me tienen acá sentada interpretando un espectáculo patético para todos”.

Luego de quebrar su absurda solemnidad, la madre de Germán dio un sermón sobre el perdón y la inmadurez. Habló de conflictos entre pareja, de pruebas que el destino nos manda, de lo mucho que cuesta trabajo mantener a flote un matrimonio. De nuestra actitud prepotente hacia los viejos. De nuestra ausencia de Dios. Me preguntó quién era ese hombre que se había metido entre nosotros. Le contesté que su hijo sabía y que mejor le preguntara a Germán, quién inició con el juego al tratar de enredarse con mi mejor amiga.

Todos sacaron los ojos como palomas de catedral pues nadie se imaginaba que Germancito tuviera debilidades. ¡Por Dios, todos las tenemos! Germán saltó de su asiento y dio una explicación breve de su resbalón. Dijo que él se había detenido a tiempo porque sí pensó en su familia. También mencionó que metí a mi amiga a trabajar con nosotros sabiendo que era una coqueta… pretextos de macho. De que se la quería tirar, no hay duda. De que no le di tiempo porque lo caché antes de que pasara a mayores, tampoco.

Mi padre manoteó en la mesa y dijo que nos estábamos desviando del tema y también desplegó un discurso sobre la naturaleza humana y las debilidades carnales. Hablaba de mi amante como si fuera un ser ruin y despiadado (como si yo no supiera que él ha sido un bajo con mamá, que amantes no le han faltado y que esas mujeres sí nos hicieron daño). Pero la cosa era distinta. La víctima era un hombre, y eso no está permitido. La acusación que caía sobre mí tenía todas las agravantes.

El suegro no decía nada. Sólo fumaba y movía la cabeza en señal de desaprobación. Pensaban que iba a ponerme como cordero en la piedra de los sacrificios. Pero, en vez de hacerlo, me reía de la situación y decía que estaban exagerando. Que el amor y  la pasión no eran cosas del demonio y que uno estaba siempre expuesto a eso. Germán palidecía y gritaba que cómo era posible que me expresara con tanta ligereza de un engaño que lo dejó roto. Yo lo entendía. Sabía que mis acciones no fueron buenas, pero tampoco malas; tan solo anacrónicas.

Me quedé sentada y abrí los brazos como diciendo “disparen”. Mi niña entraba y salía de la casa al jardín e interrumpía el juicio. Victoria me miraba con curiosidad porque tenía el rostro incendiado de coraje, mientras que los demás me inspeccionaban como un bicho raro.

Una vez que la niña estuvo quieta viendo la tele, mi mamá fue al grano y dijo: “lo importante es saber qué sigue. Lo hecho, hecho está. Sofía: la cagaste, pero ¿qué es lo que quieres hacer?”. Germán no me dio tiempo de contestar y dijo que yo no estaba convencida de seguir con él porque estaba hechizada por esa rata asquerosa a la que iba a matar en cuanto la viera. Se volvió a encender y se agarraba la cabeza constantemente. Le quité la palabra y dije: “yo no cometí ningún crimen. Germán ya sabe qué es lo que está pasando y como ya los inmiscuyó en el chisme, pues entérense bien: lo mío es esencialmente un problema sexual. SÍ, SEXUAL, no se espanten, carajo. Todos tenemos una vagina y un pito. El sexo no es nada de qué avergonzarse y yo tengo un atorón. No soy frígida. Mi problema radica en la falta de deseo hacia mi marido. Me siento anticlimática, aburrida. No es problema de Germán y me he cansado en repetírselo. Ya que metieron su cuchara hasta adentro, pues entérense que Germán tiene todo lo que cualquier mujer entrada en calores quiere. Todo. Como quien dice es un hombre bastante bien dotado y sin ningún problemita”.

El suegro manoteó y pidió cambiar el tema. Nadie comprendía el porqué de mi inconformidad. La suegra dijo: “pues entonces no es tan grave el problema. Todas pasamos por un periodo donde la libido baja. Si es así, y si se aman, deben resolverlo. El sexo no lo es todo, es importante, pero al final todo se arregla. Vayan a terapia, qué sé yo”.

Respiré hondo y añadí: “No señora, lo que pasa acá es que es demasiado tarde. Yo adoro a su hijo. Es un excelente marido, etcétera, pero yo ya me metí con otro hombre y eso jamás me lo va a perdonar Germán. Conozco casos, señora. Mire: acá hay uno”.

Mi papá escupió el trago de agua que estaba bebiendo y trató de evadir el tema.

“Se los dije: ¿quieren exhibirme?, pues nos exhibimos todos. Sí, señores, mi mamá acá presente una vez intentó tener una aventura con un profesor de natación, y fue justificado porque mi papá, acá presente también, era un mujeriego y se la vivía en la borrachera con sus primos. Mi mamá estaba sola: nos llevaba a mi hermano y a mí a todos lados y parecía que no tenía marido. Aparte era una belleza y pues no faltó el acomedido que le brincara, y casi cae. Sólo le dio unos besitos al entrenador y se arrepintió. ¿Arrepentirse de qué? ¡Chingao, si mi papá era un cabrón! Era lo menos que se merecía. Además, cada vez que mi mamá intentaba dejarlo, él se ponía de rodillas y juraba que iba a cambiar y todas esas letanías clásicas. Nada. Siguió igual. Pero qué pasó el día que se enteró que mi mamá tenía un mini romance con aquel maestro ¡fue a buscar al tipo hasta que lo encontró, le chocó la camioneta y luego le puso una madriza de miedo en pleno Zócalo! Aun así el muy bondadoso “perdonó” a mamá. ¿Y qué ha pasado desde entonces? Cada vez que puede le reclama y la tenía amenazada con contarnos a sus hijos el desliz… Lo que no sabe mi papá es que yo lo supe desde hace años y en lugar de odiar a mamá le dije: ¿y por qué no te fuiste con el otro”.

Mi papi se levantó de la mesa mentando madres, la suegra lo calmó diciendo que no era momento de tomarse nada personal, “nuestros hijos nos necesitan y Sofía en especial está muy confundida, es una catarsis”. Vaya, la señora resultó ser una profesional en el tema de relaciones interpersonales.

El concilio de la comunidad del anillo matrimonial se prolongó por horas. No llegamos a ningún lado. Bueno sí: por decisión unánime se aprobó la moción de que yo debía seguir junto a Germán pese a mi errar bochornoso, y que la mejor manera de resolver y olvidar era irnos fuera del país para que el nuevo paisaje nos sentara divinamente y… carpetazo: mi vida sexual sería óptima cerca de la Estatua de la Libertad y sanseacabó. Caso cerrado.

No puedo más que reírme ante esta situación surrealista. No entiendo: soy una adúltera horrenda, digo la verdad, me perdonan a coro y luego me premian mandándonos a vivir a Nueva York.

(Continuará)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *