Por VICTORIA HERNÁNDEZ/ [email protected]
Contrario a la creencia común, las famosas “papas a la francesa” no son originarias de Francia sino de Bélgica. Su origen se remonta a la mitad del siglo XVII, cuando los habitantes de la ciudad de Namur solían pescar y freír pequeños peces del río cercano. Al llegar el invierno, el río se congelaba y se sustituían los peces por gajos de papas cortados de la misma manera que los peces.

Cuenta la leyenda que, después de la Primera Guerra Mundial, las papas fueron servidas a soldados estadounidenses que al escuchar el idioma francés creyeron erróneamente que estaban en Francia y es así como se popularizó el nombre de “papas a la francesa”.

Sea verdadero el relato o no, lo cierto es que poco a poco evolucionaron hasta convertirse en las mundialmente conocidas “papas fritas”. Por famosas y deliciosas, en Bélgica se consideran gastronomía tradicional y orgullo nacional.

La forma belga y correcta de comerlas consiste en servirlas en un cono de cartón, el cornet de frites, con la salsa preferida.

Aquí no se conforman con mayonesa o cátsup. Las salsas belgas varían desde la clásica Andalouse (hecha a base de mayonesa con tomate y pimientos), la Brasil (con piña y especias) y hasta la Samurai (hecha con chiles y especies).

Pasando de lo salado a lo dulce, Bélgica también es famoso por sus deliciosos wafles. Estos son preparados con masa de levadura y tienen una textura crujiente y sabor dulce. Pueden ser cubiertos de azúcar, crema batida, frutas y hasta de chocolate. Existen dos tipos de wafles en Bélgica, los de Lieja y los de Bruselas, lo que cambia es la forma: unos son cuadrados y los otros redondos; sin embargo, los dos son igual de deliciosos.

Estas dos especialidades culinarias son conocidas como comida callejera belga, a la cual se tiene fácil acceso en todas las horas del día. Las “friterías” abren con horario extendido los fines de semana y las “waflerías” se encuentran por toda la ciudad en establecimientos tanto fijos como móviles.

Mi madre siempre me dijo que “de golosos y tragones están llenos los panteones” y la mayoría de mi infancia le hice caso; sin embargo no recuerdo nunca que mi madre haya vivido en Bélgica ni tenido el acceso diario a estos platillos dignos de tragones. Entonces, supongo que es el momento de decirle: Pues de algo me he de morir. ¿No, mamá?

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