La serie Sombras Nada Más concluye con el seguimiento que en 24 horas Puebla hicimos a Roxana Luna Porquillo, candidata a la mini por el sol azteca
Por Serafín Castro
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Cuando usted lea estas líneas, Roxana Luna habrá dejado las escobas en casa; habrá guardado las sartenes y cucharas en la alacena que la acompañaron en las primeras semanas de campaña.
O tal vez no.
La candidata perredista quiso cambiar su estrategia. Aun así no logró que los señores, que los jóvenes se solidarizaran con ella; mucho menos que le otorguen su voto.
Sin embargo, seguirá siendo la candidata que lanza críticas al Metrobús, al que más tarde se subirá, y que, lejos de escuchar los reclamos de los usuarios, pedirá a la joven que va sentada con su novio se “recule” para que ella pueda grabar un spot improvisado y lucir bien mientras los flashazos le iluminan el rostro.
Cuando observas a un político dentro de su escenario, de su público, es difícil imaginar dónde se encuentra el límite entre la persona y el discurso, entre el ser y el actuar, porque algunos aprenden el script y lo reproducen a la perfección: ser amable, saludar a todos, sonreírles, abrazarlos, y, sin importar a qué huelan, cómo sean o qué vistan, hacerles creer que en el primer día de gobierno serán los primeros a quienes atiendas.
Otros, en cambio, no aprenden.
Como Roxana Luna.

I
La candidata del sol azteca prefiere que su estilista le retoque con maquillaje los pómulos y le pase el peine sobre el cabello por enésima vez, antes que atender a una señora que se le acerca para pedirle ayuda y ofrecerle su voto el próximo domingo.
Es 1 de mayo. Apenas son las 10 horas; su contingente, un grupo de 30 personas, está a punto de arrancar la marcha en conmemoración al Día del Trabajo.
Ni el trayecto de 30 minutos de su casa, en San Pedro Cholula, al Centro Histórico de Puebla le alcanzó para que su estilista personal le diera los últimos retoques antes de entrar en escena.
Baja aprisa.
Atrás le sigue una mujer con un peine en la mano derecha y en la otra una esponja con maquillaje; la candidata se para frente al contingente, mientras que la “estilista” le alacia el cabello y le oculta las imperfecciones del rostro.
—¡Candidata, candidata! Quiero saludarla y pedirle que me ayude — dice una señora mientras se acerca a Roxana.
—Permítame un momento, ahorita la atiendo... O cuénteme, yo la escucho— más o menos son las palabras que le responde, pero sin verla, sin saludarla.
Siente cómo la esponja con polvo pasa por su rostro.
La mujer se va.

II
En sus actos proselitistas muy pocas veces hay sombrillas, playeras, gorras, bolsas... o cualquier otra variedad de los utilitarios que regalan los candidatos en las campañas. Tampoco hay gritos de “¡Roxana gobernadora!”, “¡vamos a ganar!” o el clásico “sí se puede”; no existen las porras ni los elogios.
Sobre un discurso motivador, Roxana prefiere uno de crítica en contra del gobierno del estado; muy pocas veces se le va encima al PRI ni a su candidata Blanca Alcalá, nunca hace un señalamiento contra el exgobernador Mario Marín Torres.
De subirse a una tarima para pronunciar su discurso opta por hacerlo sobre el piso. Eso sí, hasta el frente y con el silencio de todos para que la vean y la escuchen.
Son contadas las excepciones: cuando falla el audio mientras pronuncia su discurso, cuando alguien la contradice, cuando la mujer elegida para dar unas palabras a nombre de la comunidad tarda en leer las lo escrito o cuando el reportero le hace preguntas incómodas.
En público, en escena, procura siempre mantener la calma, aunque hay veces en que no lo logra.
Es fácil notarlo: alza la voz; voltea la cara a la izquierda, luego a la derecha: una, dos, tres, cuatro veces; se muerde los labios, baja la vista...
III
De vuelta al 10 de abril. Llega un aspirante a la gubernatura del estado a un lugar lleno de ciudadanos, de inmediato éstos se le van encima para saludarlo, tomarse fotos, hacerle solicitudes, mostrarle su apoyo; no lo dejan ni caminar.
No pasa lo mismo con Roxana.
Con la abanderada del sol azteca a la gubernatura corta todo es diferente: la ubican como la candidata que “barre”, pero hasta ahí. Ningún ciudadano se le acerca.
Roxana baja de su automóvil con el ligero retraso de 20 minutos que la caracteriza, se para frente a una lona con su nombre impreso, toma el micrófono y con voz fuerte inicia su discurso: arremete contra la administración estatal, contra el candidato oficial, contra los “elefantes blancos” y las obras del gobierno.
Pasan los minutos; termina su discurso, responde las pocas preguntas de la prensa y con las “gracias” da por terminado su evento del día.
Pero no le sirve de mucho para atraer a las personas que se encuentran fuera del Hospital Regional de Cholula. Nadie se acerca, a pesar de que ofrece con entusiasmo desde el micrófono crear nuevos hospitales y mayores salarios para personal médico, entre otras propuestas que se pierden con el ruido.
Para los que están ahí es una simple desconocida.

IV
Ese mismo 10 de abril, pero por la mañana: siete días han transcurrido desde que iniciaron las campañas, Roxana ha pasado de las escobas a las sartenes… y hoy utilizará piñatas para “romper la corrupción”.
Es la unidad habitacional Manuel Rivera Anaya de la Angelópolis. El evento ha sido agendado días antes para iniciar a las 10 horas. Son las 10:30 y la candidata no llega al escenario compuesto por una carpa, una mesa y no más de 30 sillas.
A los 20 minutos para las 11 horas aparece, por fin, la candidata perredista, ¡pero no hay gente!
A pesar de que los voceadores se desplegaron desde muy temprano para recorrer las calles aledañas para avisar de la visita de la candidata, no hay concurrencia.
Apenas cuatro colonos se acercan, las demás sillas se llenan gracias a los jóvenes que Roxana trae consigo; Luna Porquillo lee su discurso casi para ella misma; no hay quien la escuche, no hay quien coreé su nombre, no hay quien le levante la mano.De no ser por su ejército de simpatizantes, jóvenes “acarreados” para los eventos, que la acompañan por todos lados con banderas y pañuelos amarillos, lucirían vacíos.