Toda gestión de gobierno implica desgaste. Más aun en tiempos de las redes sociales.
Gobernar, hoy en día, es estar bajo el reflector, con mil ojos pendientes de que el gobernante resbale, diga algo incorrecto o falso, o caiga en la comisión de un acto ilegal. Por supuesto, hay autoridades que no necesitan ayuda alguna para ser exhibidos. Lo hacen solitos y hasta con fruición.
En tiempos de elecciones, esas personas se vuelven lumbre pura para sus partidos. El PRI ya lo vivió este año con los mandatarios estatales de Veracruz y Quintana Roo, entre otros.
Da la impresión de que la oposición hubiera podido postular en esos estados al gorila Bantú –que en paz descanse–y habría ganado.
En eso quizá ya haya tocado fondo el Revolucionario Institucional. Quizá.
Las elecciones del año entrante en Coahuila, Nayarit y el Estado de México se presentan como de alto riesgo, pero hay una diferencia notable que, por ahora, juega a favor del PRI: no dudo que a los gobernadores de esas tres entidades les busquen y les encuentren desaciertos, pero, por lo pronto, no tienen la misma mala imagen con que llegaron a la cita con las urnas el veracruzano Javier Duarte y el quintanarroense Roberto Borge. Claro, no faltarán los señalamientos al coahuilense Rubén Moreira por los pecados de su hermano Humberto.
Tampoco perdonarán al nayarita Roberto Sandoval que se esconda cada vez que lo acusan de usar prestanombres para adquirir propiedades. Y el mexiquense Eruviel Ávila difícilmente se quitará el estigma de que ha hecho muy poco por frenar la ola de feminicidios en su estado.
Ésas y otras cosas achacarán a los tres gobernadores, sobre todo, conforme se vaya acercando el arranque de las campañas, pero ninguno de los tres parece estar hundido en el fango, listo para ser cazado, como Borge y Duarte.
Eso implica que la oposición probablemente no cuente con la inercia de la indignación y tenga que hacer un mayor esfuerzo por arrebatar al PRI esas gubernaturas, a las que el oficialismo se aferrará como un náufrago a un bote salvavidas. Los opositores necesitarán algo más. Deberán escoger buenos candidatos y diseñar una eficiente estrategia de campaña para hacer frente a la maquinaria priista en esos estados, la cual, seguramente, habrá aprendido las lecciones de las pasadas contiendas electorales.
Dicho eso, el PRI mal haría en apostar sólo por su capacidad de movilización, eso que los estrategas llaman “ganar en la tierra”.
Además de comprender por qué falló su estructura territorial el 5 de junio, el PRI deberá revisar minuciosamente la gestión de los mandatarios cuyos estados tendrán elecciones.
Por debajo de esa apariencia de control pudiera haber temas en las tres entidades que la oposición buscará a fin de explotarlos.
No hay que olvidar que el talón de Aquiles del PRI, más que sus candidatos –que, en general, no eran tan malos– fueron los gobernadores, encabezados por los ya mencionados, Javier Duarte y Roberto Borge.
Si 17 de las últimas 29 elecciones de gobernador han terminado en la alternancia, matemáticamente el PRI está en peligro de perder dos de los tres estados.
Será más fácil exigir a Eruviel Ávila, Roberto Sandoval y Rubén Moreira corregir el rumbo hoy que confrontarlos en la Suprema Corte mañana.
¿Están razonablemente limpios los tres? La apariencia indica que sí –fuera de algunos señalamientos puntuales–, pero el PRI no puede darse el lujo de ser poco precavido.
Incluso Nayarit, que parece el premio más modesto de esa lotería, tiene su relevancia: es donde más fácilmente se armará la alianza PAN-PRD.
En las elecciones del 4 de junio de 2017 el tricolor se estará jugando no sólo la posibilidad de repetir en la Presidencia de la República el año siguiente sino, por eso mismo, su existencia como partido.
Una derrota en el Estado de México –o peor aún, en dos estados o en los tres–, lo dejaría herido de muerte. Mucha de la responsabilidad de qué suceda recae en los hombros de esos tres gobernadores.
