En días recientes he leído y escuchado decir a algunos analistas que Andrés Manuel López Obrador se equivocó al anunciar su alianza con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE).

Suponen que las graves afectaciones que han ocasionado los profesores disidentes y sus aliados a las economías de estados como Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán se convertirán en un bumerán para AMLO antes de que llegue 2018.

Difiero y les diré por qué. Por supuesto, dicha alianza es una apuesta —y, como con todas las apuestas, puede salirle mal— pero, visto el panorama nacional, parece bastante segura.

Desde luego, lo que está en juego en esa alianza no son los votos que la Coordinadora pueda aportar a Morena. Ya se vio en las recientes elecciones en Oaxaca el bajo peso electoral de los maestros.

Lo que López Obrador está diciendo —de hecho, lo hizo con mucha claridad en su mitin del domingo 26 de junio en el Paseo de la Reforma— es que él es el único que puede apaciguar al México bronco.

Aún hay tiempo de lograr una transición en 2018 “en un ambiente de tranquilidad y paz social”, aseveró López Obrador ese día, dando a entender que el poder se lo entregarán a él y a nadie más.

Y mientras el gobierno federal no encuentre una manera de aplacar las manifestaciones que han paralizado el tránsito en las carreteras —y que amenazan con extenderse a otras partes del país—, el tabasqueño tendrá la sartén por el mango.

“Yo o el caos” es un mantra casi tan viejo como la política misma. Han echado mano de él diferentes gobiernos autoritarios para perpetuarse en el poder.

El mismo PRI recurrió a ese discurso durante las crisis económicas de los años 80 y 90 del siglo pasado. Si no fuera por el PRI, nos juraban entonces, México estaría en condiciones mucho peores.

Ese PRI fue en el que se formó López Obrador, aunque muchos de sus seguidores pretendan que se trata sólo una nota de pie de página en su biografía.

Últimamente han echado mano de la misma teoría distintas ofertas políticas presuntamente antisistema —similares a la que encabezaLópez Obrador— en diferentes partes del mundo.

Entregarles el poder —han alegado partidos como el español Podemos y el griego Syriza— es la última oportunidad para encauzar la indignación y evitar que ésta se transforme en un estallido social.

Pero los griegos aprendieron que eso de ser antisistema es muy relativo porque no puede existir esa propuesta en estado puro.

Es decir, todo antisistema está condenado a volverse sistema porque el poder no existe sin alguna forma de organización. Y allá la radicalidad de Syriza se topó con la dura realidad de tener que gobernar.

Quizá por eso, los votantes españoles mandaron un recordatorio a Podemos en las elecciones del 26 de junio: no se vale sólo estar amenazando con el fantasma del estallido social, también hay que ofrecer alternativas para componer lo que está mal.

Pero aquí faltan dos años para las próximas elecciones presidenciales y cualquier pronóstico de lo que ocurra en México de aquí a 2018 es arriesgado.

Mientras se mantengan las protestas radicales de la Coordinadora y los grupos que se le sumen, López Obrador seguirá dando la impresión de tener el único antídoto para pacificar a los sublevados.

De poco sirve recordar que la Reforma Educativa obedeció a un deterioro de los niveles de aprendizaje, y que los cambios se aprobaron de acuerdo con lo que dice la Constitución y fueron avalados por la Suprema Corte. Una característica de la actual ola mundial de inconformidad con los gobernantes es que la indignación no hace caso de la razón. Y si no lo cree, pregúntele a los británicos.

Me parece que López Obrador tiene bien tomado el pulso del país. Calcula que el cuestionamiento de las motivaciones de la CNTE para tratar de reventar la Reforma Educativa —el intento de recuperar los privilegios perdidos— quedará sepultado por el deseo de acabar con “el sistema”, cueste lo que cueste.

Ya después de su eventual triunfo en 2018, podrá reconocer ante los votantes que no tiene las soluciones a los problemas. Para entonces, como ocurre con el Brexit, no habrá marcha atrás.

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