Por: Neftali Coria

Para Ramón Claverán Alonso, en su cumpleaños

Ahora que estoy leyendo escasamente por el acumulado trabajo de escritura que no me lo permite, pienso de lejos en las novelas que tengo a media lectura y descansan en mi buró y mi escritorio, porque lo que sí hago, es hojearlas y cambiar los libros de lugar. Y me pregunto sobre lo que pareciera que no es complicado en la escritura de una novela, y creo que se llega a pensar cuando leemos una novela bien escrita y nacida de la pluma de un autor dotado y habilidoso. “Qué fácil se ha escrito esta maravilla”, puede ser la expresión más común. Y cuando escribimos, todo cambia y pareciera que entramos al mar con los ojos cerrados. “No, no es fácil”, puede decirse antes que nos perdamos en el mar y ya no podemos volver a tierra.

Y pienso que para escribir una novela, hay muchas aristas y muchos sitios de la historia por contar, desde donde el autor debe encontrar el mejor ángulo y el mejor punto y desde donde ha de contarla con efectividad, con solvencia, con astucia, pero con todo eso, debe contarla bajo la sombra de la belleza del lenguaje. Nada menos.

La primera pregunta que hay que resolver de verdad y no como quien sigue en la orilla del mar y quiere entrar y lanzarse con los ojos cerrados es: ¿Cómo saber quien cuenta la historia? me preguntaba con mis alumnos en alguna ocasión en la que yo mismo, no sabía cómo seguir adelante una novela que ya había encendido los motores en las páginas de mi cuaderno. Es decir, que ya me había lanzado al mar y apenas podía flotar pero tenía los ojos abiertos sabedor que aquello era el mar, nada más y que allí hay bestias marinas que en cualquier momento podría ser suyo.

Si pienso en Madame Bovary y si ella (Emma hubiera contado su historia, creo que la novela hubiera sido un fracaso de Flaubert, porque tal vez ella no hubiera podido contar algunos secretos y con los mismos ojos, dar cuenta de su aventura sinuosa por la vida. Y pienso que si las voces en Pedro Páramo se hubiera ceñido a un solo narrador y a la estructura lineal de una historia, quizás no hubiera abarcado esos mundos que describen la muerte y la vida en la novela más hermosa de nuestra literatura del Siglo XX y Rulfo hubiese escrito una novela simple en la que difícilmente el lector se iba a conmover. Entonces, me vuelvo a preguntar, cómo elegir aquella voz omnisciente, de personaje, de testigo, etc., para que la novela sea una obra de cristalería en la que la transparencia –que no la simpleza–, pueda presentarnos una historia con la exactitud con la que Flaubert y Rulfo, nos entregaron dos obras maestras.

Y siguen las preguntas: ¿En qué lugar ocurren los hechos de tantos que en la historia se encuentran? Si hay reales o inventados ¿Cuáles convienen más? ¿Y cuáles ficticios, cuáles reales y dónde una mezcla de ambos? Si algún personaje nunca ha visto la noche derramada en su tristeza y en la historia ese personaje es un triste nocturno ¿cómo lograr que sea cierta aquella tristeza y sobre todo, el personaje sea verosímil? ¿Se debe al tino del autor? ¿O es que fue la sinceridad la que logró el efecto real con el que un personaje, el espacio, el narrador ha de contar esa historia, que bien se pudo narrar desde otro punto de vista, con otra voz y en otro tiempo verbal determinado? ¿Quién lo sabe antes de que la historia se desate en las palabras? Difícil tarea esta de saberlo, pero el novelista puede acercarse, porque habrá un momento que la historia en su pureza, exija su lugar en el lenguaje y el que escribe, no tenga más, que narrar, obedecer la historia, la pasión con la que hierven aquellos sucesos y ya no puede esperar con la inaguantable presencia de ciertos personajes y ciertas voces que lo tienen como en el paredón al borde de la muerte. O por volver a la metáfora del mar, todos esos elementos lo van llevando a las aguas profundas, sin que las bestias marinas importen y debe bucear en el mar, y debe nadar, y debe saber para dónde está la otra orilla, por lejos que se encuentre.

No es fácil, como nos hace parecer la lectura de una novela por la que transitamos con la ligereza y con la belleza que puede llevarnos a una lectura, donde las palabras nos parecen, como si fueran llegando solas, sencillas y accediéramos a un territorio donde podemos ser también habitantes o francos testigos de aquello que estamos conociendo, gracias al lenguaje que nos parece perfecto y escrito para que pudiéramos vivir aquella historia, tal vez como los lectores para quienes fuera escrita la novela.

Son aún más preguntas las que quisiera hacerme, pero debo recordar que el inicio de una novela en su escritura, no suele ser cosa de orden primario, ni casual o por orden divino. Esas decisiones que un novelista debe tomar, tienen mucho que ver con su propia vida y mucho tienen que ver con su libertad por esgrimir lo que en su vida ha visto y ha conocido, con aquello que ha imaginado y con las visiones que recuerda de las cosas del mundo y sobre todo, con la memoria de lo que imaginó un día cuando vio lo que no estaba en la realidad y aquella imaginación, se vuelve recuerdo. Y aunque no es fácil, como lo vemos en la lectura, una novela llega al novelista un día, como inundación y este debe escribirla, y si para ello –como dijo Faulkner–, ha de vender a su madre, no dudará en hacerlo. Y la escribirá hasta contra sí mismo, porque la la escritura entonces, ya no lo dejará escapar. º

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