Por: Neftalí Coria / @neftalicoria

 

Para Sonia Medina, viajera.

Me dispongo a leer una edición de la “Obra poética” de Elizabeth Bishop. Es un libro que me espera desde hace algunos años y del que he postergado su lectura por incontables razones. Primero no es una poeta que no conozca, al contrario es la suya, una poesía con la que he convivido y le leído en distintas traducciones, Octavio Paz, Verónica Volkow y una traducción más de Eli Tolaretxipi que no conservo. La autora no es en lo absoluto desconocida para mí, incluso hay poemas que he querido saber de memoria como “Visitas a St. Elizabeths”, que es un poema que ha vivido en mí desde hace más de treinta años; un poema homenaje a Pound, porque estuvo allí, loco en tal hospital, y quizás tenga que ver con la memoria de Bishop, de los internamientos a su madre, aunque a ella no en el nombrado hospital. Y podría como ese, nombrar otros más que han sido de gran significado para mí a lo largo de mi vida en la poesía. Poemas queridos, como esos que se vuelven algo parecido a la casa propia.

El libro que me dispongo a leer, lo conseguí en una librería de la Gran vía en Madrid hace algunos años y desde que vi la edición me gustó mucho. Es un libro blanco de una muy bien cuidada edición, como suelen ser las de la editorial Terragonesa “Ediciones Igitur", en la colección de poesía “Igitur poesía”, colección dirigida por Ricardo Cano Gaviria y Rosa Lomelí, de las que tengo noción en un volumen de Ungaretti y otro de Montale, con estudios preliminares extraordinarios y como es el estilo editorial, las traducciones bien cuidadas con el original al pie de página y una tipografía que se lee con facilidad y agrado.

Pero ahora que decido abrir el libro, me pregunto por qué no lo he leído. Y desde hace dos semanas que el ejemplar está puesto en el buró, aunque debo confesar que estas dos semanas no he leído, por  trabajo acumulado. Pero también no lo he leído en estos años que el ejemplar vive en mi casa, quizás porque es una autora que conozco y me es tan familiar, que doy por hecho que no hace falta leerla en otro volumen, pero eso es un error, primero, es la “Obra poética” en una edición valiosa, traducida y anotada por D. Sam Abrams y Joan Margarit a quienes debo descubrir y tanto la introducción, como el estudio preliminar, en las hojeadas que le he dado, se me van los ojos; pues hay datos biográficos de la autora que allí se anotan y hablan de la escritura de ciertos poemas de la poeta en algunas de las complicadas etapas de su vida. No hay que olvidar que Elizabeth Bishop, padeció asma y muchas fueron las veces que fue a dar a hospitales por ataques de asma y por congestiones etílicas, porque el alcohol, también fue su mundo. Tampoco debe olvidarse que fue amiga hasta el final de su vida del gran Robert Lowell y de Mariane Moore, quien la cuidó en momentos delicados de salud de su frágil salud. Y si a eso sumamos su vida amorosa, de la que la autora de “Geografía III”, logró recoger momentos importantes en su poesía. Sus viajes numerosos también fueron materia de su poesía, pero sobre todo de su vida. Desde su estancia en Florida cuando contaba 27 años de edad y compartía la vida como Marjorie Stevens, sus etapas newyorkinas y su vivencia Outsider, que pasó en algunos momentos de su vida, y más tarde por los años treinta, sus viajes a Europa, a Bélgica entre 1935 y 1936 con Louise Crane y que pasan una temporada en un pueblo de pescadores de la Bretagne, en las cercanías de Brest, y por esos días traduce a Rimbaud. Y el viaje continúa a París, Marruecos,  y finalmente a España, que para Bishop, resultaría deprimente.

Una poeta para quien los viajes han de ser la sangre circulante en su poesía y en su vida. Se dice que nunca tardó más de dos meses en hacer un viaje por mínimo que fuera. Y ese inquietante viaje a Brasil que le valió el encuentro con Lota de Macedo y una estancia de catorce años en aquel país al lado de la arquitecta brasileña. En el poema “Llegada a Santos”, así como en una carta que Bishop le envía a Robert Lowell, hay pormenores de aquella nueva etapa en donde la felicidad de Elizabeth, comienza como da principio la luz sobre las flores.

Una poeta inquietante y magnifica es Elizabeth Bishop, de un pulso y una respiración en su verso, en el que puede verse la mejor influencia de Wallece Stevens, a quien leyó durante toda su vida, su influencia –para mi gusto no del todo afortunada– del surrealismo. Sin embargo es forma de escritura compacta y directa, me parece que bien debe observarse, sin hablar de la sabia prédica que en muchos de sus poemas vive.

Y por ahora me dispongo a leer a la magnífica Elizabeth Bishop, que por amor y soledad entregó su música espiritual a la palabra perfecta de la poesía. Me dispongo a escrutar un poco más sobre esta figura de la poesía de habla inglesa, que me ha impulsado desde ya hace muchos años de mi vida, a seguir leyendo y escribiendo la poesía de mi vida. Un ejemplo para mí, esa manera de componer poemas, que aclaran el mundo, ese mundo que en un parpadeo, se nos puede oscurecer…

Hasta aquí mi comentario de la poeta norteamericana.

 

Estos días he de tomar unas vacaciones y estaré ausente de las “Figuraciones mías” por unas semanas, que si bien no las merezco, sí las necesito.

Agradezco a mis lectores la labor de sus ojos y nos veremos en este mismo espacio el lunes 22 de agosto de 2016. Hasta entonces…

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