Por: Neftalí Coria

Yves Bonnefoy murió el viernes 1º de julio. La poesía ha perdido a uno de sus mejores combatientes que tuvo entre las filas de su ejército. Bonnefoy, merecía el Premio Nobel, lo dije varias veces, pero la Academia sueca se los le dio a tres escritores franceses de poca talla, antes que concedérselo a Tournier o al autor de “Las uvas de Zeuxis”. Ni hablar cuando la muerte, ni qué decir cuando le llega a los hombres más necesarios, a los que con su palabra pueden enseñarnos la verdad. Quedamos más huérfanos y recibimos lecciones de la implacable muerte que no se detiene. Hoy he leído su poesía, una entrevista de 2004, he leído lo que escribió sobre Mondrian y seguiré leyendo sus poemas durante estos días para recordarlo. Resuena en mí un poema, ahora que la muerte lo ha encontrado. Y puedo mirarlo decir aquello que escribiera en su poema “El recuerdo”: “Me levanto, escucho este silencio,/voy a la ventana que domina la tierra que he amado.” Me parece que estuviera diciéndolo ahora, que desde otra esfera pudiera ver “la tierra que (ha) amado”.

Escribió sobre los mitos de los que dijo que eran “frutos de confusiones y errores en la apreciación de las situaciones de la vida”, sin embargo –aunque pareciera lo contrario– estaba a favor de la razón, pese al apego que al ejercicio de la imaginación Bonnefoy tenía. No se olvide que estudió Matemáticas y Filosofía en Tours, Potiers y Paris y desde 1944, se estableció en esta última ciudad. Fue profesor de “Estudios comparados de la función poética” en el Collège de France.

El poeta reflexionó sobre el desgaste del planeta, la sumisión de sus habitantes y “esos peligros inmensos” de destrucción del mundo y que los gobiernos no parecen notar, ni darle importancia y agregaba, “Añadamos al panorama el deambular de esa multitud ignorante y salvaje de turistas que oculta con su presencia los más bellos vestigios del pasado…”, aunque tenía esperanza en el lenguaje, quería por sobre todas las cosas, que se tuviera “la confianza en el lenguaje”, y no lo decía bajo las garras del pesimismo, común entre los poetas de su generación. Bonnefoy apuntaba con la flor de la esperanza en las manos que “por amenazadores que sean los nubarrones que se acumulan en nuestro horizonte común, una evidencia subsiste: la permanencia de la palabra.” En eso creía, pero también argumentaba que debía entenderse la raíz del desastroso uso del lenguaje que actualmente se le da. Imborrable su poema que con frecuencia leo y vuelvo a leerlo en voz alta “Verdadero nombre”: Desierto llamaré el castillo que fuiste,/noche a esa voz, ausencia tu rostro/y cuando te derrumbes sobre la tierra estéril,/llamaré a ese relámpago que te lleva la nada./ Morir es un país que tú amabas./Yo llego si bien eternamente, por tus sendas sombrías./Destruyo tu deseo, tu forma, tu memoria/y tu enemigo soy, y seré despiadado./Guerra te llamaré y tomaré contigo/todas las libertades de la guerra:/en mis manos tendré tu rostro oscuro traspasado/y dentro del pecho ese país con luces de tormenta.”

Quizás tenga razón Christopher Domínguez, cuando dice que la Academia sueca está enojada con los franceses, desde el ofensivo rechazo del premio protagonizado por el estrafalario Sartre. Puede ser que así sea si tomamos en cuenta que el Premio siempre se ha valido de pesquisas políticas, aunque no será una regla general. Lo que llama la atención, es la fina manera de castigar a los franceses, otorgándole el premio a los más grises y dejando de candidatos permanentes a los mejores. Pero al igual que Borges, hay quienes no necesitaron de tal corona y Bonnefoy y Tournier los podemos agregar a la lista. He escrito en este mismo espacio sobre ambos autores; los he releído y mi convivencia con su obra ha llegado hasta pequeños atisbos de traducciones personales que he hecho de Yves Bonnefoy para lectura y consumo personal. Yves Bonnefoy, fue un hombre que miró la pintura con arrobamiento y escribió sobre algunos pintores que la apasionaron como Mondrian o Bellini. Y sé que en 2004, escribió un ensayo sobre Goya que mucho me inquieta leer, dada su profunda mirada a los pintores que amaba. No es por demás decir que sus ensayos, gozan de una exquisita prosa y de una veloz inteligencia, pues en Bonnefoy, se unen el fuego de la imaginación, y los baldes fríos de la razón como una sola cosa. De allí la misteriosa belleza en su obra.

Vivió en París en el barrio Montmartre. Nació en Tour en 1923. Era uno de los poetas mayores de la poesía europea del siglo y sus traducciones de Shakespeare al francés son excepcionales. Recibió en premio que otorga la FIL de Guadalajara.

Sobre el hombre contemporáneo dijo: “El simple animal que somos –y que en tantos aspectos seguimos siendo– ha introducido en la tierra, en el espacio ciego, inconsciente, del propio ser, de la materia, el lenguaje, y ésa es la vía que, aunque también sirve de cauce a lo peor, nos ofrece una oportunidad de salvación. Tenemos que confiar en el lenguaje.”

Le preocupó el presente y sobre eso reflexionó. Dijo que “la poesía hace que pasemos del espíritu de la posesión, impulsor de equívocos y guerra, al deseo de participación simple y directa del mundo.”

Muchos deberían considerarlo y tal vez la vida en este único mundo fuera mejor. Dios guarde al poeta y la memoria nuestra, a su poesía. º

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *