El PRD, que a nivel nacional sufre un lento proceso de desintegración, que es corrupto, que se ha pervertido ideológicamente y que en Puebla es una caricatura política, evitará nuevamente su extinción.

Los acuerdos pragmáticos de sus tribus y las previsibles alianzas con el PAN le darán aliento en su fragilidad.

Esta nueva crisis no desencadenará una guerra fratricida entre sus corrientes, aunque tampoco traerá un cambio de fondo.

La comodidad de su cúpula y el anhelo de conservar cotos, puestos y candidaturas llevará a los perredistas a un reacomodo de supervivencia.

En menos de 15 días tendrán una o un dirigente nacional, que comenzará –o intentará– la reconstrucción sobre las ruinas.

Son una especie que se destruye a sí misma, para luego volver a juntarse.

Seguramente el PRD irá a una alianza con el PAN para los comicios del Estado de México, que son de vital importancia.

Su línea política para el 2018 y la definición de una nueva dirigencia nacional en 2017 quedarán para después.

Es el día a día, la sobrevivencia, la que le da esperanza al PRD.

Las pruebas están en Veracruz, Quintana Roo y Durango, donde pudieron rescatar algo por la coalición con el PAN.

No así en Tamaulipas y Chihuahua, en donde el PRD se diluyó; en Zacatecas, Morena los rebasó; en Tlaxcala optaron por ir solos y dejaron que el PRI ganará.

Perdió el bastión simbólico de Oaxaca y también Sinaloa, dos estados en los que, con Puebla, había ganado en 2010.

En el contexto estatal, el PRD vive un conflicto y una problemática mayor.

Es un espacio patrimonialista, caciquil y corrupto. Lo controla desde hace 18 años el senador Miguel Barbosa.

La radiografía del PRD poblano es contundente: corrupción; órganos que no funcionan; sin crecimiento; padrones inflados; total opacidad en el manejo de prerrogativas.

El partido que todavía encabeza, como empleada de Barbosa, la improductiva diputada local Socorro Quezada, no tiene propuestas de políticas públicas y en él privan el nepotismo, el abuso y la intolerancia.

Particularmente grave es el oscurísimo manejo del dinero público que recibe y que, desde 2010 a la fecha, suma 90 millones 250 mil 092.39 pesos.

Éste ha estado a cargo de Barbosa, a través de Eric Cotoñeto Carmona y los secretarios de finanzas.

Está la acusación de que el anterior, Arturo Rojas Rivera, se llevó 5 millones de pesos con total impunidad, dada su cercanía con la actual presidenta.

También que Cotoñeto y sus secuaces tienen constructoras con las que lavan dinero y cobran cheques que les pagan a los proveedores del partido para que éstos los endosen a su favor.

Es un saqueo total.

En términos electorales, la catástrofe no es menor. Su eficacia fue pésima, con cero aportaciones a los resultados nacionales.

Hizo el ridículo en las urnas.

Los argumentos para ir solos fueron demagogia pura.

El cuento de rescatar la “identidad de izquierda”, de las corrientes Alternativa Democrática Nacional (ADN) e Izquierda Democrática Nacional (IDN) fracasó.

La campaña por la minigubernatura fue un mal chiste, un ridículo electoral, con la votación histórica más baja.

En 2004, en solitario, el PRD consiguió 100 mil 157 votos, que representaron 5.61%; en 2016, apenas 68 mil 353 boletas tachadas, con 3.8%.

Roxana Luna fue aspirante de una sola corriente, no de un partido. Se ridiculizó barriendo calles y haciendo bromas, pero no hizo política.

Su coordinación fue suplida por miembros del Estado de México. El control lo mantenía el senador Luis Sánchez, segundo de a bordo de Héctor Bautista, cacique de ADN, mientras el manejo de los recursos los tuvo su hermano Vladimir Luna, además de manos externas.

Antes esta debilidad, Morena rebasó al PRD por la izquierda y le arrebató su voto duro.

Caricaturizado en Puebla y frágil en su estructura nacional, así es el PRD hoy.

Su “proyecto de izquierda” poco a poco languidece o, como diría el ex dirigente Agustín Basave, el PRD es un partido corrupto y con un adversario fuerte, Andrés Manuel López Obrador.

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