La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Tenemos una tendencia natural a la derrota, dice Luis González de Alba.

Somos un pueblo que se cree vencido.

Eso viene desde nuestros orígenes históricos.

La mentira o las medias verdades también nos han acompañado.

¿Qué seríamos sin éstas?

En lugar de investigar y debatir, nos casamos con la verdad absoluta que nos da la razón frente al abyecto.

(En la historia reciente de Puebla hubo uno formidable, pero la prensa local le limpió la cara, lo bañó en leche de burra y lo exoneró. ¿De quién hablamos? ¿De quién otro? De Mario Marín).

Las redes sociales han transformado a nuestros contertulios.

Los que eran unos Don Nadie son ahora defensores sociales de avanzada que están con las causas más nobles.

Los que eran reaccionarios se volvieron revolucionarios.

Los de derecha se hicieron de izquierda.

Los oficialistas se mutaron en independientes.

Chalchihuapan es todo un caso.

Hay una verdad histórica irrebatible que cada vez que se puede sale a flote y que no deja lugar a dudas:

Los malos mataron a los buenos, los desollaron, los humillaron.

Al día siguiente de que la Comisión Nacional de Derechos Humanos dio a conocer su resolución sobre el caso Chalchihuapan, quien esto escribe inició una serie de apuestas sobre el punto central de la recomendación.

Crucé apuestas con todos: reporteros, columnistas, directores de medios, diputados locales, diputados federales, senadores de la República, funcionarios del gobierno de Peña Nieto.

Ufff.

Con todos y cada uno.

Han pasado los meses y todos, invariablemente, han guardado silencio.

Uno que otro intentó balbucear una respuesta, pero el silencio terminó por imponerse.

Comparto con el hipócrita lector el tema central de las apuestas:

Al decir de la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), dos testigos vieron que el policía agresor se acercó a cincuenta metros de la zona en la que se encontraba el menor José Luis Tehuatlie, le apuntó con el arma que llevaba con ambas manos, le disparó, vio que se desvanecía y corrió hacia donde se encontraban sus compañeros.

El video que exhibe al menor sangrando, y que el lector puede revisar en You Tube, muestra al “Testigo 1” tratando de cargarlo mientras le dice “pérate, pérate, pérate”.

Segundos después, un nuevo grito: “¡Le dieron a un niño, pendejos!”.

Y otros más.

Todos en plural.

Ninguno de los dos testigos que vieron al policía dispararle (a cincuenta metros) al menor personalizó sus gritos.

Nadie le gritó en singular.

Nadie dijo: “¡Le diste a un niño, pendejo!”.

O “¡mira lo que hiciste con el chavo!”.

No.

Todos los gritos eran en plural.

¿Existieron realmente los testigos que vieron al policía (de los cincuenta metros) más allá de que la prensa que siguió el caso jamás los entrevistó en su momento?

¿Por qué Roxana Luna, quien seguramente tuvo conocimiento de ellos después de la agresión al menor, no dijo nada en sus múltiples entrevistas y ruedas de prensa?

¿Por qué en la tribuna de San Lázaro no reveló una sola palabra de sus testimonios?

¿Por qué no los llevó al Senado cuando acudió por primera vez a denunciar los hechos?

Son preguntas que no tienen respuestas.

Estas irregularidades se suman a las contradicciones que evidencié en varias columnas anteriores.

Los fanáticos las descalificaron porque lo políticamente correcto es dar por hecho la resolución de la CNDH.

Aceptarla con todo y sus incongruencias.

Varios abogados con los que consulté el documento de la CNDH opinan que si este fuese un caso común y corriente ventilado en los tribunales locales o federales sería fácilmente impugnable.

Pero no lo es por una sola razón: las resoluciones del organismo no admiten la menor réplica.

Son absolutas.

Pese a sus errores, contradicciones, incongruencias, pifias y hasta mentiras.

(Una de éstas: en el fallo se lee que la Policía Federal sólo opinó del caso y que jamás realizó peritaje alguno, aunque más adelante hacen referencia a varios “peritajes” realizados por la corporación).

En junio de 2010, varios columnistas y comentaristas de radio y televisión cuestionaron duramente una recomendación de la CNDH –“acusación” la llamaron– contra la Sedena por la muerte de dos niños “en un incidente cerca de Ciudad Mier, Tamaulipas”.

La clave para entender esa acusación, dijeron, “se localiza en el testimonio de la madre”.

Y es que la CNDH asumió como propia la tesis de la señora y la colocó como la parte fundamental de su acusación contra el ejército.

La Comisión, insistieron, basó su argumentación no en una investigación de los hechos sino en el procesamiento de la documentación existente.

Algo así ocurrió en el Caso Chalchihuapan.

Los dos testigos claves de la investigación son más falsos que una moneda de quinientos pesos.

Han pasado muchos meses y nadie –ninguno de los personajes con los que crucé las apuestas– ha logrado responder mis dudas: las dudas que líneas atrás expresé de nuevo.

El sábado anterior se cumplieron dos años de que José Luis Tehuatlie fue lesionado durante el enfrentamiento entre uniformados de la Policía Estatal de Puebla y manifestantes de la población de Chalchihuapan.

En ese periodo (entre los hechos ocurridos en la autopista Puebla-Atlixco y la muerte del menor de 13 años de edad), decenas de medios locales y nacionales realizaron sus propias investigaciones periodísticas, además de entrevistar abundantemente a la ahora ex diputada federal perredista Roxana Luna.

Todos los días, a través de sus cuentas de Twitter y de sus propios medios, decenas de periodistas escribieron sobre los hechos y los avances en sus investigaciones.

No obstante, ninguno de los reporteros, columnistas y conductores de radio y de televisión detectaron en sus radares a los dos testigos claves en la trama de Chalchihuapan.

Tuvo que llegar a la historia la CNDH con su presidente Raúl Plascencia y sus visitadores para que esos dos testigos enigmáticos aparecieran en la escena, convirtiéndose, de la noche a la mañana, en los testigos claves que resultaron ser no sólo para el organismo sino para el caso entero.

En los primeros once días, antes de que falleciera José Luis, se hicieron varias denuncias públicas.

Desde la tribuna de la Cámara de Diputados federal, en San Lázaro, el entonces diputado Ricardo Monreal presentó una bala de goma y una granada que “fueron lanzadas desde un helicóptero” –así lo dijo- contra los habitantes de Chalchihuapan.

También subió la propia Roxana Luna Porquillo para exigir justicia.

Ninguno de los dos mencionó a los dos testigos claves con los que meses después se encontraría la CNDH.

Nada.

Ni por asomo.

En el Senado, el entonces vicepresidente de la Mesa Directiva, el perredista Luis Sánchez, habla por primera vez de iniciar un juicio político en contra del gobernador Rafael Moreno Valle.

Habla de todo menos de los dos testigos.

José Luis falleció el sábado 19 de julio y su muerte provocó todo tipo de reacciones en las redes sociales y en los medios locales y nacionales.

Pero de los dos testigos claves nadie dijo una sola palabra.

Dos meses después, la CNDH menciona por primera vez que el día de los enfrentamientos en la autopista Puebla-Atlixco hubo un par de testigos presenciales de la agresión en contra del menor de 13 años.

Así lo dijo en el contexto de sus conclusiones:

“De acuerdo con lo referido en la diversas entrevistas sostenidas con personal de esta Comisión Nacional, incluso en el lugar donde V1 (José Luis Tehuatlie) fue lesionado, el 9 de julio de 2014, sin poderse precisar la hora exacta, T1 (Testigo 1) y T2 (Testigo 2) acudieron a la manifestación que se realizaba en la carretera estatal 438-D, Atlixco-Puebla, y observaron la presencia de la Policía Estatal Preventiva de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado de Puebla.

“(…) Al estar en las inmediaciones de la rampa norponiente del “Puente de San Bernardino Chalchihuapan”, T1 y T2 vieron que V1 indicaba a los manifestantes hacia dónde dirigirse para resguardarse y que éstos lo seguían.

“En consecuencia, T1 y T2, junto con V1, corrieron en dirección paralela a una barda perimetral de ladrillo, que corresponde a un predio situado al lado norponiente de la carretera estatal 438-D, Puebla-Atlixco; al llegar al final de la misma, el niño giró en dirección al lado suroriente, pudiéndose observar desde ese lugar la citada carretera estatal, quedando a su lado izquierdo sur poniente la barda del mismo predio.

“En ese momento, según lo refirieron los mencionados testigos presenciales de los hechos a personal de este Organismo Nacional, V1, quien se encontraba a una distancia aproximada de 2 a 3 m de ellos, brincó un ‘charco’ e inmediatamente después cayó en dirección contraria a la que se desplazaba, es decir, hacia atrás.

“Ahora bien, los testigos indicaron que el niño fue lesionado por un elemento de Policía Estatal Preventiva que había disparado en dirección a la zona en la que ellos se encontraban desde la carretera.

“T1 y T2 agregaron que el elemento de la Policía Estatal Preventiva que disparó hacia donde se encontraban y que impactó al menor de edad, al momento de percatarse de que éste se desvaneció, corrió en dirección hacia el oriente de la carretera estatal 438-D, Atlixco-Puebla, en donde se encontraban otros elementos de su corporación. Para ese momento, según lo señalaron dichos testigos, algunos policías se encontraban en la carretera y otros posicionados sobre la rampa norponiente del citado ‘Puente de San Bernardino Chalchihuapan’.

“Entonces T1 se acercó a V1 y observó que tenía una herida en el lado izquierdo de la cabeza, justo arriba del oído; lo levantó del piso con ambas manos, sujetó su abdomen y gritó que lo ayudaran; entonces se aproximó T3 (Testigo 3), quien se identificó como tío de la víctima y se encontraba sangrando a nivel del cráneo; T1 se lo entregó mientras le gritaban a los elementos de la Policía Estatal Preventiva ‘¡le dieron a un niño, pendejos!’.

“(…) En este sentido, se puede concluir que V1 no fue lesionado por alguna explosión u onda expansiva por la acción de un cohetón tipo cañón a contacto con la región anatómica del cráneo. Analizadas las características de las lesiones que presentó en el cráneo y comparadas con el tipo de armamento (…) utilizados por los elementos policiales, los cuales al ser percutidos expulsan un contenedor (proyectil cilíndrico de material metálico y consistencia firme) que puede recorrer una distancia mayor a 150 metros.

“(…) Reforzó lo anterior lo expresado por T2 en el sentido de que observó a un elemento policial que portaba un arma con ambas manos y que se encontraba ubicado sobre el arroyo vehicular en la carretera estatal 438-D, dirección Puebla- Atlixco, a una distancia aproximada de 50 m, apuntando a la dirección en que se encontraba V1”.

Ya pasaron, sí, muchos meses y no hay quien quiera ganarme la apuesta.

O no quieren o no pueden.

O quieren, pero no pueden.

Sigo esperando.

Por cierto: en ninguno de los sesudos reportajes publicados este lunes hubo la mínima alusión a este fragmento de la recomendación de la CNDH.

¿Por qué lo omiten?

¿Por qué no les parece trascendente?

Sencillo:

Porque destruye su “verdad histórica”.

Gabriela Hernández, corresponsal de Proceso en Puebla, escribió este lunes las siguientes líneas: “Incluso en la recomendación que emitió la CNDH quedó establecido que los policías persiguieron a los pobladores por las calles de su comunidad, cuando la carretera ya estaba despejada, y hasta les dispararon cartuchos de gas desde un helicóptero.

“El niño José Luis Tehuatlie Tamayo fue golpeado en la cabeza por uno de esos objetos lanzados por los policías”.

¿En qué quedamos?

¿Cuántos policías dispararon?

Proceso y varios medios locales dicen que varios.

En sus párrafos malditos –que nadie quiere leer–, la CNDH dice que sólo fue uno.

Ufff.

Mejor pónganse de acuerdo.

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