Por Victoria Hernández / [email protected]

Recientemente tuve la desgracia de haber sido víctima de un carterista, el cual introdujo su mano rápidamente en la bolsa de mi abrigo y robó mi celular en cuestión de segundos. Tras percatarme de que no lo tenía, de inmediato intenté llamar para descubrir que lo habían apagado, así que di por hecho que fue un robo. Los días posteriores fueron bastante difíciles, no sólo por el hecho de que no tenía celular, sino porque me di cuenta de la dependencia que tengo hacia mi smartphone.

Para comenzar el día siguiente no me pude levantar con alarma debido a que utilizaba mi celular de despertador. Posteriormente, me resultó imposible intentar llegar a mi destino debido a que no contaba con una aplicación de mapas y me perdí. Por último, cayó una tormenta abismal y no estaba preparada porque no supe que iba a llover, ya que no tenía teléfono.

Aunque suena como una dependencia algo banal, si nos ponemos a pensar en Europa cada vez más servicios y actividades requieren de un teléfono inteligente. En la ciudad de Oslo, por ejemplo, los boletos del metro son totalmente electrónicos, lo que significa que uno compra su boleto a través de la aplicación en su celular y al subir al metro se valida automáticamente. Un ejemplo más radical es que en la mayoría de los baños públicos siempre se debe de pagar una cuota (alrededor de 50 centavos de euro) para utilizarlos. En Oslo las puertas están cerradas y piden un código para ingresar, por lo que la gente tiene que mandar un mensaje de texto al número indicado, se le cobran 50 centavos al estado de cuenta de la persona y luego se manda un código para abrir la puerta por mensaje de texto.

En Bruselas aún no se llega a esos extremos, sin embargo está en el proceso de convertirse en una ciudad inteligente. Cuenta con internet inalámbrico en la mayoría de las áreas comunes, el transporte público cuenta con su aplicación que muestra los autobuses y metro en tiempo real y aceptan tarjeta en la mayoría de los comercios. Los baños se siguen pagando con monedas, afortunadamente.

Es bastante raro pensar en la dependencia que tenemos con nuestros smartphones, pero es inevitable vivir sin ellos. En Bélgica se pueden hacer transacciones instantáneas desde la aplicación del banco en los celulares y comprar tiempo aire desde la aplicación de la compañía telefónica en segundos. La cita con el médico se hace rápidamente desde una aplicación y podemos ordenar  los restaurantes de comida rápida desde nuestro celular y sólo pasar a recogerla.

El mundo se mueve rápidamente y debemos seguirle el ritmo; dependientes de los smartphones o no, es inevitable que los utilicemos e incorporemos a nuestra vida diaria, nos ayudan en las tareas más simples y sencillas y a ubicarnos, despertarnos, organizarnos y comunicarnos. Siempre y cuando no nos volvamos adictos los teléfonos, les podremos sacar bastante provecho. Además, un smartphone es la única manera en la que se puede ir al baño público en Oslo.

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