Cuando usted esté leyendo estas líneas, estimado lector, 25.7 millones de alumnos de educación básica estarán regresando a clases.

En la enorme mayoría de las escuelas del país, éste será un lunes que no se apartará de una tradición de año con año: estudiantes reencontrándose con sus amigos, niños nostálgicos porque se acabaron las vacaciones, tránsito en torno de los centros escolares, padres agobiados porque dejan a sus pequeños por primera vez en el kínder y otros, con hijos mayores, aliviados porque no tendrán que pensar con quién dejarlos cuando se vayan a trabajar…

Así será en todas las entidades del país, menos en cuatro o cinco, donde la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) ha advertido que no permitirá el regreso a clases.

¿Por qué? Por sus pistolas. Porque sus integrantes no quieren que cambie un ápice la relación que tenían con las autoridades antes de la Reforma Educativa y que les permitía, entre otras cosas, ocupar plazas de maestros sin concurso ni examen de aptitudes, así como controlar las secretarías de Educación en varios estados y faltar a clases los días que quisieran para trabajar como “comisionados sindicales” o para participar en movilizaciones.

Ésa es –y hay que repetirlo las veces que sean necesarias– la molestia de la CNTE con la Reforma Educativa: haber perdido privilegios que ningún otro trabajador al servicio del Estado tiene.

El deterioro de la calidad de la educación pública –atribuible a esas prácticas, pero también a otras– ha llevado a muchos padres de familia a buscar en la educación privada mejores opciones para que sus hijos aprendan lo que les será indispensable en su camino de convertirse en adultos responsables.

Eso ha llevado a que aumente dramáticamente la matrícula de las escuelas privadas, lo que se vuelve un círculo vicioso para las escuelas públicas (y una auténtica privatización), pues van quedándose en ellas los hijos de las personas que menores posibilidades tienen de exigir la educación a la que sus hijos tienen derecho, y porque el Estado sigue gastando en preparar profesores cuyos servicios han dejado de ser necesarios.

Pese a que no es verdad que la escuela privada promedio ofrezca una mejor educación que su similar pública, el número de estudiantes inscritos en colegios particulares crece 6.5 veces más rápido que el de sus pares en escuelas públicas.

De acuerdo con datos de la SEP, esa cifra pasó de representar 9.3% de los estudiantes de educación básica hace una década a 9.8% en el presente ciclo.

Evidentemente las posibilidades de los padres de familia de cambiar a sus hijos a escuelas privadas se reducen en grupos y regiones de menores ingresos.

Eso deja a millones de estudiantes de familias pobres a merced de profesores como los de la Sección 22 en Oaxaca, estado donde –como publicó Excélsior ayer– se ha perdido en diez años el equivalente a un año escolar completo, 209 días en paros magisteriales.

Durante ese tiempo, la CNTE tuvo sometidos a gobiernos estatales –especialmente los de Chiapas, Oaxaca y Guerrero– que les otorgaron privilegios sin medida, con cargo al erario.

Se puede alegar que los gobiernos de esas entidades no tenían cómo enfrentar a un grupo belicoso como la CNTE. Lo que es más difícil de entender es que, una vez aprobada una reforma que recentralizó el pago de la nómina, la Coordinadora haya puesto contra la pared al Estado mexicano y hasta lo amenace con desatar un baño de sangre si se atreve a abrir las escuelas este lunes.

Durante los últimos dos meses, el gobierno federal ha alegado que busca “agotar el diálogo” con la CNTE. Quizá yo no entiendo bien lo que está en juego, pero me parece que las posibilidades de ese “diálogo” se terminaron cuando la Coordinadora se puso en la postura intransigente de que la Reforma Educativa se abroga porque se abroga.

Hoy, en el inicio de un nuevo ciclo escolar, las alternativas para dejar atrás este conflicto se limitan a solamente dos: o los gobiernos federal y estatales cumplen con su deber constitucional de hacer valer las leyes y el derecho de los niños a la educación –como lo exigen amplios sectores de la sociedad– o ya, de plano, mejor ceden a las exigencias de esa minoría agrupada en la CNTE y entregan la plaza.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *