Cuando las autoridades no acatan su deber constitucional de hacer cumplir la ley, no sólo se deteriora el Estado de derecho y se genera impunidad sino también se merman las finanzas públicas.

El domingo pasado, Excélsior dio a conocer, de la pluma de mi compañero Arturo Páramo, el proyecto del Gobierno de la Ciudad de México para remozar la Plaza de la República (conocida por el emblemático Monumento a la Revolución) y la Alameda Central.

Casi 13 millones de pesos serán destinados para los trabajos en el primer espacio y más de 16 millones de pesos en el segundo. Sobra decir, estimado lector, que ese dinero lo pagaremos los contribuyentes.

Nada tiene de malo volver más atractiva la ciudad para quienes habitan en ella y la visitan. El problema es que hace apenas seis años que se hizo una transformación a fondo de estos dos lugares. La razón por la que se vuelve a hacer, ahora, no es para corregir los desperfectos que aparecen con el paso del tiempo sino, en buena medida, para reparar los daños provocados por las manifestaciones que han pasado por la zona en los últimos años.

Como vecino del lugar –la redacción de Excélsior se encuentra a 700 metros del Hemiciclo a Juárez, en el corazón de la Alameda, y a 800 metros del Monumento a la Revolución–, he sido uno de tantos testigos del daño que las manifestaciones sin control han causado en el patrimonio histórico y la economía de pequeñas empresas de la zona.

Justo frente a nuestro periódico se encuentra la estatua de Leandro Valle, general liberal y aliado de Benito Juárez, cuya base de cantera ha sido dañada por la pintura en aerosol usada por manifestantes.

Del otro lado de Paseo de la Reforma, está uno de los 71 jarrones estilo rococó que fueron fundidos en el taller del escultor Gabriel Guerra (1847-1896). En febrero de 2015, dicho jarrón fue arrancado de su base por integrantes de la CNTE, quienes lo usaron para prender una fogata y lo dañaron de forma irreparable, sin que nadie resultara castigado.

Dos años antes, durante su estancia en la Plaza de la República –luego de ser retirados del Zócalo por la Policía Federal–, miembros de la misma CNTE convirtieron los alrededores del Monumento a la Revolución en un chiquero, destapando coladeras para hacer sus necesidades fisiológicas y llenando de grafiti los inmuebles de la zona.

En diciembre de 2012, grupos anarquistas que protestaban contra la toma de posesión del presidente Enrique Peña Nieto causaron daños en la Alameda, cuya remodelación acababa de concluir. Entre otras cosas, pintaron consignas en el Hemiciclo.

Hoy, todos esos destrozos y otros serán reparados con cargo al bolsillo de usted.

El contribuyente está amolado en esta ciudad. Debe aguantar cierres de calles –por asuntos que no tienen que ver con la libertad de expresión sino con una vil y simple extorsión– y, encima, le cobran para reparar los daños que causan los manifestantes.

Pero no se le ocurra a usted, lector, caer en un bache porque le costará un enorme trabajo que la autoridad capitalina le compense por el daño ocasionado a su vehículo.

Ojalá tampoco tenga la mala fortuna de raspar el pavimento en caso de sufrir un accidente porque se lo cobrarán como si lo hubiera diseñado el propio escultor Gabriel Guerra.

Si usted tiene un negocio en el corredor que ahora será remozado, olvídelo. Tendrá pérdidas porque ni la autoridad federal ni la local dejarán que lleguen sus clientes si hay plantón.

O si trabaja en la zona, su empleo dependerá de los días que haya circulación vehicular y de que manifestantes, como los de la CNTE, no hagan una pinta en la fachada del negocio o la autoridad no le instale un baño portátil en los alrededores.

Total, que ahí vamos de nuevo los contribuyentes, a pagar una remozada que se vuelve otra vez necesaria porque no hay autoridad que prevenga los destrozos y cobre a quienes los hacen.

Ya sabemos lo que va a pasar: una vez que terminen los trabajos de limpieza y reparación, en diciembre próximo, los edificios y monumentos de la zona volverán a ser blanco del grafiti y otras expresiones de saña bruta e ignorante.

Y usted, júrelo, volverá a pagar.

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