Tradicionalmente, noticias de alto impacto mediático como la muerte de Juan Gabriel hacían que los medios de comunicación trataran de evocar cuanta anécdota pudiera recordarse acerca del personaje, ya sea hurgando en la memoria de quienes lo conocieron o consultando los propios archivos.
Ahora, buena parte de esa memorabilia ocurre gracias a las redes sociales. Ayer, horas después de que se diera a conocer la sorpresiva muerte del cantante y compositor, comenzó a popularizarse un trending topic en el que se recordaba la estrofa que, a manera de jingle, compuso para la campaña del candidato priista a la Presidencia, Francisco Labastida.
“Ni Temo ni Chente, Francisco va a ser el Presidente. Ni el PRD ni el PAN, ni el PRD ni el PAN, el PRI es el que va a ganar” es la tonada que la facción más politizada de Twitter recordó, no precisamente como una forma de rendirle homenaje.
No duró mucho esa referencia en las redes, entre otras cosas porque terminó imponiéndose el cariño y la admiración que sembró entre millones de personas en México y el mundo, mucho más grande que cualquier intención de partidizar un acontecimiento.
Pero, sobre todo, porque el fallecimiento de El Divo de Juárez concitó uno de esos raros consensos que logran unir, aunque sea por una vez, a políticos de distintos signos. No extrañó, porque ha ocurrido en casos análogos, que el Presidente de la República y secretarios de Estado manifestaran sus condolencias en Twitter.
Más noticiosa –si se recuerda el antecedente del jingle mencionado– es la frase con la que Andrés Manuel López Obrador quiso estar presente en el suceso: “Cuando fui jefe de Gobierno conocí a Juan Gabriel, cantó en el Zócalo hasta la madrugada; era pueblo, liberal y nacionalista. Q. E. P. D.”
Incluso, a escala internacional, Juan Gabriel mereció un pronunciamiento por parte del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien lo recordó como uno de los grandes de la música latina y subrayó que su obra trasciende fronteras y generaciones.
La declaración cobra valor justo en el momento en el que la mexicanidad es duramente cuestionada por el candidato presidencial de la oposición republicana.
Pero si alguien quisiera esgrimir el argumento de que Juan Gabriel era “cachorro del imperio”, baste recordar el tuit que el mismo domingo le dedicó el presidente venezolano Nicolás Maduro, en el que publicó unas fotos en las que aparecen juntos en el Palacio de Miraflores y donde lo califica como “extraordinario artista y ser humano”.
Es probable que su intención haya sido parecer simpático o populista justo cuando su régimen se tambalea; los rudos comentarios en su contra, publicados en la misma cuenta, revelan que se trató de una mala idea.
Como se ve, en la política Juan Gabriel no fue tan reservado como sí lo fue respecto de sus presuntas preferencias sexuales. Sin embargo, su música universal y su propia personalidad ecuménica le granjearon una admiración general a la hora de su muerte, que muy pocos personajes de su fama podrían gozar.
Es muy probable que ése haya sido su propósito explícito en la vida, que se le recordara como un hombre de paz y no de conflictos.
Al menos, ése es el mensaje que se ve en el videoclip de su canción Pero qué necesidad (1994) en el cual lo acompaña un coro góspel y en el que alterna imágenes del fallecido expresidente sudafricano Nelson Mandela, así como del saludo que se dieron los líderes Isaac Rabin y Yasser Arafat, con Bill Clinton de testigo.
La referencia no extraña, pues ese tema se dio a conocer un año después de los Acuerdos de Oslo que tenían como finalidad resolver el conflicto árabe-israelí.
Al final, el mensaje de Juan Gabriel trascendió la anécdota pasajera y se le recordará por estrofas como la de esa memorable canción, que representa el anhelo de millones de mexicanos por vivir en la concordia: “Pero qué necesidad, para qué tanto problema, mientras yo le quiero ver feliz, cantar, bailar, reír, soñar, sentir, volar...”.
Y sí, como él mismo cantaba, así sin penas.