El presidente de Chicahuaxtla, Luis Picazo, declaró un día después del siniestro que 250 casas que allí existen, fueron derrumbadas
Por Guadalupe Juárez
En Chicahuaxtla todavía se camina entre el desastre y la pérdida.
Niños corren sobre un panteón, otros más descansan sobre los restos de la escuela primaria en ruinas y con lodo en las bardas que todavía están de pie.
Hoy, lunes, sería su primer día de clases. No están en la hora del recreo o sentados en sus butacas, en su lugar escuchan hablar de la reconstrucción del pueblo.
De ir a una nueva escuela hasta la próxima semana.
De apoyos para su tristeza.
De cómo los ríos con agua cristalina se convirtieron en verdugos.
De cómo crecieron llevándose todo a su paso.
Los accesos aún son frágiles.
Al paso de cualquier vehículo la tierra parece reblandecerse. Tus pies se hunden entre el lodo sobre las calles.
La ropa con tierra se está secando en los tendederos improvisados sobre las paredes débiles.
Los colchones reposan en los patios con la esperanza de sus dueños de volver a utilizarlos.
Las nubes entre los cerros lucen amenazantes, con poder de terminar lo poco que queda de esta junta auxiliar del municipio de Tlaola.
El presidente auxiliar, Luis Picazo Tlacomulco, había declarado un día después del siniestro que 250 casas, de las 440 viviendas existentes –según cifras oficiales–, se habrían derrumbado.
Este lunes, el gobernador del estado, Rafael Moreno Valle, dio a conocer que una parte de la localidad tendrá que ser reubicada para evitar que se pierdan más vidas por lo peligroso de la zona.
Un nuevo pueblo, quizá con el mismo nombre, como pasó en 2013 con Huixtla.
Sin embargo, el mandatario estatal señaló que no cuentan con el número de familias a reubicar, puesto que aún no culminan con el recuento final de los daños, además de que los ediles no han logrado ubicar los terrenos en zonas seguras donde se reubicaría el nuevo poblado.
En el informe preliminar dado a conocer por el Ejecutivo del estado, en toda la entidad se tiene identificado 945 viviendas a trasladar a otro lugar.
En la calle Zapata, vivienda número 5, todavía está de pie una barda de la casa de la familia Fidencio Vázquez. El lunes 9, cuando todavía la comunidad estaba incomunicada por los caminos de acceso destruidos, el hogar de esta familia no era visible, se encontraba bajo grandes rocas y troncos de árbol capaces de enterrar cualquier objeto sin importar su altura.
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El nombre de Manuel, el de Petra, el de Candelaria, Pascasio, Renata, Zenaida, Elisabeth y Diana aparecen en una lista, la de los nueve fallecidos en la comunidad de Tlaola, ubicada a 10 minutos de la cabecera municipal, una de las cinco demarcaciones consideradas prioritarias por los daños de Earl.
Los nueve nombres se unen a otro listado: el de las 41 vidas que cobró la depresión tropical a su paso.
Sus deudos, recibirán–informó Moreno Valle– una compensación de 90 mil pesos, correspondiente al seguro contra desastres naturales contratado por el gobierno del estado.
En Chicahuaxtla, que tal vez no sea el mismo porque la mitad de las casas no se encontrarán de nuevo entre el río ni al lado de los cerros imponentes, todavía se camina entre el desastre y la pérdida. Entre los recuerdos.
Entre las mujeres que días atrás se tomaban de las manos para cruzar una calle; se camina al lado de Daniel, el conductor que salvó su vida y su taxi colectivo, con Candelaria, cuyo recuerdo sigue entre quienes la conocieron y que la lloran, con el doctor Manuel Espinosa, que murió en el lugar que más amo.
Sí, en Chiacahuaxtla aún caminas entre el desastre y la pérdida.