Por Guadalupe Juárez
Tlaola. El solo respirar duele, los recuerdos lastiman, las heridas todavía no cicatrizan.
Earl arrebató casas, vidas, cerros, vialidades, automóviles, sueños. Pero no se llevó las deudas, la pobreza, el dolor, la desesperanza.
Juan aprieta el volante con fuerza, mientras el tanque de gasolina de su automóvil se vacía.
Cierra los ojos para contener las lágrimas que ahora ruedan por sus mejillas.
El auto que hoy maneja para trasladar a las pocas personas que se atreven a entrar a la zona devastada por la tormenta tropical de nombre Earl todavía tiene lodo en sus asientos, el parabrisas quebrado, cuatro llantas desgastadas.
En la guantera, un desglosado de los pagos a realizar, como si de un reloj suizo se tratara, sin importar contingencias, ni desgracias, ni Earl.
¡Qué tristeza¡ ¿De dónde vino tanta agua?
¿De dónde? Se repite.
Observa la carretera destrozada, el montón de tierra, árboles sobre ella obstruyendo el paso y el río insistente, furioso.
Su mente viaja al sábado 6 de agosto. Un derrumbe lo atrapó en la carretera camino de Tlaola cuando se dirigía a casa. Un árbol golpeó su taxi, quebró su automóvil recién comprado.
Con un machete, en compañía de otros taxistas, intentó liberar la carretera. Pero a diez metros había más tierra, avanzaba y se encontraba otro árbol tirado, luego un trozo de dos metros de pavimento como camino, parecía imposible regresar a casa.
La lluvia seguía.
Se toma la mano derecha y la soba, se truena los dedos, todavía le duele haber intentado lo que hoy hacen dos máquinas. En menos de dos minutos retiran los escombros de la tormenta, lo que a él le tomó una noche.
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Juan nació en la ahora Ciudad de México; es analista de informática y operó las líneas de ADO.
Dice que el amor lo trajo a Tlaola.
La conoció en Puebla, ahora tienen tres hijos y vive en casa de su suegra en Tlaola.
En el municipio es una persona querida. En 10 minutos saluda a cada habitante. Afirma le están agradecidos porque a falta de ambulancias lleva enfermos al hospital en Huauchinango de manera gratuita, al igual que a los doctores que prestan el servicio en el centro de salud.
“Cuando hay personas que vienen de otras juntas auxiliares a consulta no me mando, como otros compañeros. Los llevo al mismo precio y no les cobro, creo que es lo correcto”.
Lo mismo es el chofer de médicos que lo apoyan con lo que pueden que de las pocas personas que dan posada a familiares de enfermos, o de quién lo necesite.
“Si usted viene a Tlaola y no tiene en dónde quedarse, pregunte por mí. Pregunté y verá que le dicen mi nombre, yo comparto lo poco que tengo. Para eso es, para compartirlo”.
Hoy tiene 100 pesos en el bolsillo. La ropa que viste, un pantalón de mezclilla holgado y una playera roja, es donada. Las llantas que lleva su taxi comunitario son prestadas.
El tanque de gasolina tiene apenas los litros suficientes para llegar del centro de Tlaola a Colonias, en Tena go de Las Flores.
A la altura de Xaltepuxtla, junta auxiliar de esta demarcación, sigue un derrumbe. Juan mete los dedos entre su cabello, es apenas el segundo viaje que realiza y se ha tomado más de dos horas. Al frente una ambulancia, una camioneta, una motocicleta, un camión del transporte público.
“Yo con esas excavadoras ya habría liberado el camino. Ahí, me atrapó un derrumbe, salí como pude y fui a dar a mi casa un día después porque la tierra me dejó sin zapatos, luego la lluvia sin ropa. Una señora Me prestó su ropa de mujer. Lo juro, llegué a casa vestido de vieja.
“Mientras yo ayudaba a varios a pasar por el agua y los cerros, mi familia luchaba porque no se inundara mi casa ni el negocio; mi papelería se inundó y lo que me duele es la copiadora. Pero agradezco que mi familia esté bien”.
La fotocopiadora costaba 25 mil pesos. Ahora se encuentra en la calle, igual que cientos de libretas y útiles escolares que vendería este mes de regreso a clases.
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La casa donde vive se encuentra llena de fango. Lleva seis días limpiando.
“Agradezco la ayuda que están dando, pero hay que hacer filas de horas para una despensa y digo ‘pierdo el día para comer o ya voy trabajando, así como y pago mis deudas”.
Traga saliva.
Revisa el celular.
Pregunta la fecha.
“No, no. Se va a vencer el pago del ataúd de mi jefecita. Apenas la enterré”. El automóvil se encuentra caliente. Baja con un galón de agua que arroja al motor. Llora, cierra la puerta que todavía es más frágil. Aprieta el volante.
Una idea que cruza por su cabeza le devuelve el buen humor y un gajo de esperanza.
“Mañana (hoy) voy a conseguir dinero para ir a México (CDMX), dicen mis conocidos que quieren mandar cosas para los de Chicahuaxtla. Ellos sí sufrieron, se las vieron duras. Pero voy a ayudar. Voy a ayudarlos”
Juan termina el segundo viaje en el día.
Llega a Tenango de las Flores, se persigna por el dinero recibido. Mira de refilón el tanque de gasolina.
Observa dos pasajeros.
Sonríe.