Por Guadalupe Juárez
Aferrada a un tronco, Alicia –una niña de dos años de edad– es hallada por un grupo de rescatistas que buscaban cadáveres entre los escombros de una casa después del paso de Earl.
La pequeña con el torso desnudo y cubierta de lodo se encuentra sola. No llora. Su piel está fría por la espera de 12 horas entre el fango y el río que mató a su familia. Respira. Escucha los murmullos de la gente que al verla a salvo lo califican como un milagro por el tiempo en el que sobrevivió sin compañía. Hay gritos de asombro. Hay celebraciones en medio de la tempestad. Ella observa en silencio.
Su tío, su hermano y su mamá no corrieron la misma suerte.
Sábado, 21:00 horas. La lluvia no da tregua. La familia Rodríguez Lazcano se entrelaza con una cuerda por la cintura para así desalojar su vivienda al bordo del río Chiquito, que atraviesa el camino a Cuacuila. Dan pasos largos. Tratan de que sean firmes, pero un estruendo los hace perder estabilidad.
La mujer, de nombre Iseth –mamá de Alicia– arroja a la menor con la intención de salvarla, pero ella es tragada por la tierra desprendida al igual que su hijo –Agustín– y su hermano Joaquín.
Rogelio su esposo es golpeado por el alud, al recuperarse del impacto busca ayuda. Su familia ya no está, la cuerda no los protegió.
“La tierra se ha tragado a mis hijos”, alcanza a decir a sus familiares, que le piden relatar lo sucedido. El electricista de oficio repite de nuevo “La tierra se tragó a mis hijos”.
Domingo, mediodía. Los pobladores y familiares utilizan palas para remover los escombros. Emprenden la búsqueda de los familiares desaparecidos. El lodo y la lluvia amenazante los hacen retroceder por el miedo a otro alud del cerro.
Al lado del afluente su primo Yahir encuentra a Alicia sentada en un tronco cerca del río.
“No lloraba ni hacía rabietas”, le relata a un diario local acerca de la única sobreviviente a la tragedia.
Su hermano Agustín y su tío Joaquín fueron hallados más tarde sin vida. Mientras que Iseth, la madre de la menor, es considerada como desaparecida al no encontrar su cuerpo.
Alicia y su padre fueron trasladados al Hospital General de Huauchinango, donde al ser valorados por el personal médico los dieron de alta el mismo día.
“Es un milagro”, señalan los sobrevivientes.
Alicia es un milagro se repite de boca en boca.
Ella no hace ruido. No pronuncia palabra alguna. Su torso desnudo es cubierto por una cobija. Su cabello trenzado intacto. Sus mejillas recobrando un color rojizo. El color de una vida. Quizás, de un milagro.