Por Serafín Castro
En un segundo Celso perdió casi todo. Su esposa, su hija, su nuera, su nieto de un año y dos meses. Su patrimonio. En un segundo, Earl le arrebató a la mitad de su familia. Perdió 35 años de su vida.
Pasaba la medianoche de aquel día en que la Sierra Norte vivió la peor tragedia, en la colonia La Guadalupe, en el municipio de Huauchinango.
La lluvia, incesante, no paraba. Había oscuridad total.
Dicen los colonos que las autoridades municipales no alertaron del peligro. Aun así los vecinos previeron y se organizaron para crear un refugio en lo alto del bordo y minutos más tarde anunciaron en las calles que deberían abandonar sus casas. Su vida estaba en riesgo.
Iban a salir al refugio. Minerva, nuera de Celso, entró a su cuarto por los ahorros familiares que ahí guardaban.
Natividad, su esposa, buscaba una sábana para envolver a su nieto y protegerlo de las lluvias. La pequeña Marisol, su hija empacaba un par de cosas.
Celso llevaba en brazos a su hijo de seis años. Un tronido rezumbó en sus oídos. La tierra entraba por puertas y ventanas de su casa. Las bardas cayeron como si fueran de papel.
En un segundo, él tenía medio cuerpo enterrado. Sin pensarlo, aventó a Jesús Emmanuel a la calle, un vecino, los ayudó a ambos a escapar de la tierra. Pero no así a su nuera, su hija, su esposa y su nieto. Quedaron bajo los escombros. Earl se los arrancó.
Por suerte, su hijo mayor y esposo de Minerva y Jaime, también hijo de Celso, habían dejado la casa para ir por un “mandado”. Cuando regresaron no estaba la casa. La tierra la había borrado. Hallaron, entonces, un profundo dolor.
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“La señora era muy buena persona. Apoyaba a todos. Era solidaria. Si alguien ocupaba algo ella les ayudaba. Se ganó el cariño de la gente”, habla Santiago, vecino de la familia.
Cuando la encontraron, bajo el lodo y los escombros, Minerva tenía entre sus brazos un pequeño bulto enredado entre una sábana. Era su hijo. Luis Ángel con un mes y medio de vida.
Esa noche, recuerda Celso, no estuvo ni la policía, ni protección civil, ni el presidente municipal Gabriel Alvarado, ni los bomberos. Nadie. Nadie que pudiera ayudarles a buscar los cuerpos de sus familiares, aún con la esperanza de encontrarlos con vida.
Pidió ayuda a los policías que desde sus camionetas rondaban la colonia alertando a la población; hasta después de los deslaves, y le dijeron que hasta el otro día, con la luz del sol se haría la búsqueda oficial de cuerpos.
Les solicitaron lámparas y palas a las autoridades municipales, se las negaron.
“A tientas” y con la ayuda de unos 50 vecinos, se inició la búsqueda esa misma noche. Él, Celso llevó a su hijo Jesús Emanuel al hospital.
Uno, dos, tres, cuatro. Ese fue el número de los cuerpos encontrados.
El rostro del bebé lucía intacto, no tenía golpes, Celso se tortura, piensa que si le hubieran prestado ayuda ese sábado, su nieto estaría con vida.
Encontraron los cuerpos de sus familiares a las 10 de la mañana del otro día, domingo. Ya sin vida, los tendieron sobre la calle. Fue entonces cuando llegó Gabriel Alvarado, el presidente municipal, los medios de comunicación presentes dispararon el botón de sus cámaras, dieron por hecho que el munícipe participó en la búsqueda, él no lo desmintió.
“Sólo vino entonces, vino con la prensa y se paró a un lado de los cuerpos. Se tomó la foto y después me llevó para hablar con Peña Nieto, pero fue todo. De ahí no lo he visto más, tampoco he recibido apoyo”.
El recuerdo de la escena les carcome el alma a los deudos.
El duelo lo llevaron a la casa de un vecino, arriba de una loma. Ahí pudieron llorarlos por la noche, para después darles sepultura.
Las familias de La Guadalupe, una de las colonias más afectadas por Earl, viven con miedo: sus casas se ubican en zonas de riesgo, a las orillas del río y sobre un cerro.
Aunque autoridades les piden que dejen la zona, no quieren hacerlo; pues temen que los ladrones les roben lo poco que Earl no se llevó.