Por: Neftalí Coria

Me conmovió lo que Pedro Ángel Palau –amigo mío ya en los años– escribió en su muro de Facebook. Leí sus palabras algunas horas después de enterarme de la muerte del escritor Ignacio Padilla: “Estamos rotos, Nacho, partidos por la mitad. Deshechos. No puedo creerlo aún, me da coraje, me resigno a ratos, luego lloro. Te vamos a extrañar tanto. Nada más puede decirse. Nada más por ahora debe decirse.” Pedro Ángel e Ignacio fueron muy amigos y juntos compartieron la literatura, al lado de otros amigos suyos que se agruparon y en la agrupación estaban sus valores, como bien lo dijo Ignacio: “es un ejemplo de que la literatura puede vivirse como una historia de amistad”. Un grupo de amigos talentosos y con mucho éxito editorial.

Pedro Ángel tiene razón. ¿Qué decir de la muerte de un escritor en la plenitud de su carrera? Poco se puede decir de la muerte, porque “la muerte es un fantasma, como la vida”, escribió Cioran. ¿Y qué decir de un fantasma que va por la transparencia del mundo y no sabemos cuándo ha de pasar sin aviso por nuestras calles cercanas para arrebatarnos a nuestros amigos? Quizás nada se deba decir tan pronto, porque primero se recibe el golpe seco de la tristeza dura como el metal de un sable, y ya después, sólo después, las palabras serán alivio. También tiene razón el autor de Como quien se desangra, que no se puede creer y que da mucho coraje una muerte así, y yo agrego, que da mucha desesperación una muerte de un cercano así tan de pronto, inesperada, como si la muy perra se hubiera equivocado sin remedio. Nunca es bienvenida la muerte de nadie, pero sobre todo en hombres productivos, en hombres que liman su vida con las palabras, hombres de inteligencia necesaria, de lucidez que en este país mucho escasea. Y sí Pedro Ángel, da coraje, tienes toda la razón; hay que llorar, porque con el llanto, acompañamos a los muertos e iluminamos con la luz de las lágrimas su camino a donde vayan. Los acompañamos por la orilla de su camino con la música fresca de nuestro llanto. En las palabras de Pedro Ángel, veo el dolor por el amigo perdido y puedo imaginar la pedrada recibida al saberlo y como lo dice, al resignarse. Tampoco yo lo puedo creer, pero la muerte da su hachazo a los que quedamos vivos y sólo queda mirarla como se lleva a los nuestros.

Las redes sociales se han inundado de palabras de muchos que conocía la persona y la obra del escritor. Y una muerte como la de Ignacio, siempre ha de ser dolorosa porque nadie la esperaba y entristece más que alguien muera en un momento en que el ejercicio de su trabajo, es de importancia central para las letras de estas generaciones que maduraron pronto y han logrado una muy buena resonancia. Ignacio Padilla pertenecía al grupo que lanzara el Manifiesto de la Literatura del Crack, al que pertenecen Pedro Ángel Palau, Jorge Volpi, Eloy Urroz, entre otros. Ellos lanzaron el conocido “Manifiesto del Crack” y fue una provocación con la que encontraron los reflectores de la atención y consiguieron que los lectores, escritores y editores, volvieran los ojos a su obra. El éxito de Nacho Padilla, como le decían por estimación, fue sobresaliente precisamente en estos últimos años. Sus ensayos sobre Cervantes son agudos, sin dejar de lado los que escribió sobre Shakespeare. Conservo un par de ejemplares de sus primeras publicaciones, de sus inicios. Pero lo que quiero, no es hablar de su obra, que esa se ha quedado entre nosotros, sino de este momento de pérdida. No es justa la muerte de Ignacio Padilla, y sigo citando a su amigo Pedro Ángel, porque parte en dos a los que lo recuerdan y a los que no lo podemos creer. No es justa la muerte de un hombre con esa inteligencia por muchos conocida. No, no es justa la muerte, ni justo es que la vida tropiece con ella en el momento en que la historia de un hombre no ha concluido. Muere Ignacio Padilla en un accidente, y en una edad en la que un hombre –cualquiera que sea su oficio–, ha llegado a la alta madurez y ha de ser mucho más útil para su comunidad de la que es parte.

Multipremiado, reconocido, activo y con un trabajo con el que estaba construyendo su historia de escritor que el tiempo sabrá o no reconocer. Por lo pronto, sus libros circulan y sus colaboraciones en otros medios, son muy bien atendidas por muchos lectores. Nos vimos una sola vez en Querétaro en los años noventa. En algún evento –aunque en breve– tuve ocasión de conversar con él y guardo un agradable recuerdo de su persona. Teníamos amigos comunes y hace poco leí el discurso suyo con motivo de su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua. Ignacio fue un escritor influyente y admirado entre las jóvenes generaciones de escritores.

Como lo hemos visto en la historia, no hay obra que pueda contra el tiempo, ni nombre de autor que no se apague o se ilumine con su paso, según merezca. Poco se puede decir de una obra y su autor hacia el futuro y poco, poquísimo se puede vaticinar su permanencia en la historia. La obra de Ignacio Padilla la evaluará el tiempo y su muerte apresura el juicio y sus revisiones. Su obra será más conocida, buscará caminos y más lectores verdaderos en el tiempo que le han de dar su lugar.

Descanse en paz Ignacio Padilla.

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