Por: Neftalí Coria

Gustave Flaubert soñó con escribir un relato de un hombre mono, proveniente del encuentro de una mona con un hombre. Nunca lo escribió, pero fue su intensión y es obvio que el autor de la realista Madame Bovary, no escribiera ese relato porque la literatura fantástica y de ciencia ficción quedaban lejos en su tiempo que le tocó habitar. Y sé de tan genuino interés del autor francés, porque en sus documentos personales, lo dejó escrito.

Las notas que los escritores, dejan detrás de su obra, allá en la correspondencia, en los cuadernos íntimos o en los “Cuadernos de trabajo” como les han llamado los científicos de la literatura, siempre serán de importancia. Y aunque no sólo para quien estudia a un autor esos documentos que suelen tener facciones extraordinarias en su escritura, son útiles. También para los lectores curiosos, entre los que me cuento, suelen ser inquietantes tales “astillas” de las obras, como Roberto Juarroz les llamó a los fragmentos de los textos que no llegaron a ser poemas.

Esas notas escritas en cuadernos personales, siempre me han inquietado, cuando hay un autor del que soy lector. Personalmente, disfruto leer textos digámosles paraliterarios de autores que nunca he dejado de leer, y uno de ellos es Nathaniel Hawthorne.

Leo con la paciencia pertinaz que merece tal volumen, los Cuadernos norteamericanos de Nathaniel Hawthorne. Y son eso: cuadernos de trabajo. Especie de diario, sueños de un escritor que anotaba aquello que deseaba escribir, o sencillamente, hechos, personajes, suceso que a él le parecían futuros cuentos o novelas.

La lectura deliciosa de este volumen me lleva a imaginar, cuántas semillas sembró en las páginas blancas de sus Cuadernos como un plan futuro y como resultado de su observación interesada por la abundancia de hechos, personajes, estructuras narrativas y demás motivos que a su escritura interesaron en su incesante oficio. A lo largo de estos Cuadernos, pueden hallarse una serie de pequeños relatos como semillas perennes de obras mayores que nunca se escribieron, o acaso algunas, sirvieron en alguna medida, para la invención o prefiguración de cierta obra posterior en las que cumpliría su plan.

Nathaniel Hawthorne dejó estas notas, que hiciera publicas su esposa Sophia Peabody. Pero el volumen que tengo en mis manos, contiene sólo una parte de sus “gérmenes de relatos”, como los llama Valéry Larbaud o de sus “argumentos y proyectos” como los llamó Macolm Cowley. Hay otros Cuadernos ingleses, que el autor de La letra escarlata escribiera en Inglaterra mientras cumplía con una labor diplomática en Liverpool. Cuadernos norteamericanos recogen sus planes de 1835 a 1853, y los ingleses reúnen lo que planeaba Hawthorne de 1853 a 1857. También dejó los Cuadernos franceses e italianos en los que recoge sus viajes y observaciones en tales países.

En sus Cuadernos norteamericanos abunda la fantasía, las reminiscencias religiosas, las apariciones, la imaginación de la época en la que comenzaban los modelos literarios sobrenaturales y de horror. El momento las imposibles historias de personajes fantásticos, sueños, etc. Y aunque me parece que ya como notas que navegan entre la poesía y la prosa, son piezas que se pueden leer ya como literatura, o como una colección de ficciones; no está por demás recordar que Borges y Bioy Casares, tradujeron muchas de estas piezas como textos fantásticos terminados.

Llama mi atención durante la lectura de este volumen, la manera en que puede sentirse el pulso de la imaginación deslumbrante del autor de La casa de los siete tejados. La libertad de exploración que está de manifiesto y palpitante; una imaginación vibrante e inusitada en el momento histórico que le tocó vivir al autor, aunque particularmente, pueden observarse, sus obsesiones con las que convivió y que se muestran en sus cuentos y novelas del vigoroso narrador. No está demás recordar que en la niñez de Hawthorne, tras la muerte de su padre, quien fue capitán de un navío y sometido por la fiebre amarilla en Surinam, su familia vivió un confinamiento en el que predominaba las doctrinas religiosa. Escribió Borges al respecto de la orfandad de los Hawthorne: “Entregados a la doctrina religiosa, no comían juntos y casi no se hablaban. Le dejaban la comida en una bandeja en el corredor”. Y Salem era una aldea miserable y en clara decadencia. Y no es de dudar que aquella marca en su vida, le provocara escribir sobre el castigo que se hereda, sobre el pecado, sobre la creencia en el más allá, etc. Ahora elijo –no precisamente al azar– una anotación que Hawthorne hace en 1836: “Una nube con la firma de una anciana arrodillada, los brazos extendidos hacia la luna”. Y una más que sin duda, nos muestra la impecable sabiduría y el terrible tino del que gozó su obra. El mismo año, Hawthorne, escribió esta nota con el fin de hacer un cuento: “Una serpiente ha ingresado en el estómago de un hombre, encuentra de qué alimentarse durante quince o hasta treinta y cinco años, atormentándolo de una manera horrible. Metáfora de la envidia u otro sentimiento perverso”.

En la lectura de este curioso volumen editado por BELACQVA en 2007, sigo encontrando señales y explicaciones de la obra de tan significativo escritor, como si me asomara a los momentos donde planeaba su ruta de viaje en la escritura. Sin duda, de este libro de sus “Notas de trabajo”, saltaré a la lectura de un libro suyo publicado en 1837: Twice–Told Tales (Historias dos veces contadas) del que conozco relatos sueltos, y que me resultará, como Henry James dijo cuando leyó La isla del tesoro de Stevenson: una lectura “deliciosa”.

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