—Sofía, ¿aún vives?
—¡Virgo! Eso parece. Por lo menos puedo mover los dedos para contestarte. ¿Cómo has estado?
—No muy bien. Acabo de leer una buena parte de tu diario… por eso me siento mal. Por entrometido.
—¿No me lo piensas regresar?
—Ven por él.
—Tramposo. No voy a ir.
—¿Y qué pasó luego de que agarraste el avión para Playa del Carmen?
—Uff. Qué no pasó. Conocí a gente muy loca. Viví en un hostal lleno de yonquis.
—¿Le metiste a todo?
—No a todo. Muchas pastillas, mariguana, coca. Digamos que tenía de vecinos a una pandilla de italianos que surtían la calle 12 de drogas.
—¿A eso fuiste?
—No. Como leíste, mi intención era ir a trabajar mientras llegaba la visa. Y trabajé. Entré en un hotel all inclusive en donde me dieron casa y comida. Supongo que debí ahorrar algo, pero todo me lo quemé.
—¿Volviste a tocar entonces?
—No. Llegando a la audición todo salió a pedir de boca. Les gustó mi manera de tocar, pero hubo un problema: como estaba rapada y la orquesta básicamente la conformaban hombres afeminados y mujeres voluptuosas, me discriminaron. El cubano que llevaba la orquesta llegó a preguntarme si estaba enferma de cáncer o de sida. Le dije que no (eso creo) y entonces me dieron una patada en el trasero y me dijeron, muy sutilmente, “regresa cuando bajes cuatro kilos y tengas el cabello suficiente para colgarte un postizo”.
—¿Y en qué trabajabas?
—Salí de la audición desesperada porque no traía más que doscientos pesos en la bolsa para costear el resto de mi vida, así que fui a recursos humanos a ver el listado de vacantes y terminé en organización de eventos. Armaba bodas de gringos tarados. Un horror.
—¿Y el hostal? ¿Cuándo llegaste ahí?
—Aguanté tres meses en esa chambita, luego la boté y me fui al hostal. Los dueños resultaron ser familiares lejanos de mi medio hermano. Así que llegué y les pedí asilo.
Como sé francés e inglés, me dieron el puesto de recepcionista. No había paga. Era un intercambio: cama y comida por trabajo.
—Y…
—Ajá. Mucha diversión. Podía fumar y beber en la recepción. Y por las noches era la encargada de organizar las fiestas entre los huéspedes.
—¿Y Victoria? No sabía que tenías una hija hasta que leí el diario.
—Pues bien, ya conoces mi secreto. No es que lo haya querido ocultar, pero como comprenderás es algo bastante doloroso.
—¿Desde cuándo no la ves?
—La he visto una o dos veces al año desde entonces.
—¿Has intentado recuperarla?
—Claro. Al principio Germán, su padre, no quiso mandármela. Luego ella tomó la decisión de quedarse allá.
—¿Hablabas con ella mientras viviste en el hostal?
—¿Me estás entrevistando? Sí. Nos comunicábamos por Skype. Era muy difícil, ¿sabes? Porque mi situación era caótica. Un lugar lleno de drogones que iban y venían. Solteros. La mayoría muy jóvenes. Yo me volví la madre de todos. Con el tiempo, cuando me cansé de ser “el alma de las fiestas”, llené mis vacíos maternales cuidando a ese grupito de inadaptados. Hubo madrugadas en las que me dediqué a ir recogiendo los pedazos de mis amigos en los antros. Me daba una ronda por las literas y pasaba lista. Si no estaba, por ejemplo, el australiano o el israelí, me salía a buscarlos. Una vez que los encontraba, los llevaba al hostal y me ponía a cocinarles algo que los levantara. Muchas veces me acostaba con ellos para darle calor a sus cuerpos intoxicados.
—¿Te los cogías?
—No. Los abrazaba. Y veía sus omóplatos temblar por la pastilla. Muchos que llegaron al caribe llenitos o fuertes, terminaron convertidos en cadáveres. Vi sus cuerpos adelgazar. Algunos perdieron los dientes por el crack.
—¿Y saliste con alguien?
—Acostones de una noche, sí. Era muy joven y el cuerpo necesitaba desfogarse. Luego creí poder llevar una relación más en forma con un chico veracruzano que llegó a abrir un restaurante. Era un torbellino. Muy alegre y bastante guapo. Anduvimos un par de semanas. Todo fue muy intenso con él. Fui como su Virgilio en ese infiernillo.
—¿Y qué pasó? ¿Por qué terminó la cosa?
—Porque en Playa del Karma las cosas pasan rápido. No hay una noche igual. Es muy complicado sostener una relación saludable. Hay mucha carne en las calles, y yo no era lo que se dice “el mejor sirloin de la cuadra”…
(Continuará)