La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

Comida con Enrique Ochoa Reza, dirigente nacional del PRI.

Lugar: un salón del legendario Hotel Lastra, a unos pasos de Casa Puebla.

Anotación primera: Me dice Irma Sánchez, de Tribuna, que por esos salones se llegó a pasear Maximino Ávila Camacho. Y me dice más: Lalo Lastra fundó este hotel y toda Puebla venía a comer al también legendario restaurante El Merendero.

A la comida privada con dueños y directores de medios llegan desde Pepe Hanán, Toño Grajales y Rafa Cañedo hasta Ricardo Henaine.

(El matiz es importante en este caso).

Anotación segunda: Lo primero que dice Ochoa Reza al sentarse es que lo que se diga en la comida es “off the record”.

Técnicamente no se puede decir nada.

O casi nada.

El “off the record” me impide contar algunas cosas brutales.

Las líneas que lee el hipócrita lector se debaten entre romper el secretismo o respetarlo.

Mejor hago una crónica.

Ochoa Reza no se parece a ninguno de los priistas que conozco.

Está tan lejos de Manlio Fabio Beltrones como el sentido común de Donald Trump.

Anotación tercera: Don Beltrone parece un gangster elegante (gomina, ojos sicilianos, corbata lustrosa), mientras que Ochoa es un estudiante del ITAM a punto de tomar la clase de las siete de la mañana.

Beltrones es normalmente pausado para hablar.

Ocho Reza es todo lo contrario aunque tampoco se desboca.

Algo curioso: es dueño de una buena redacción mental que también lo hace diferente.

No evade temas.

A todos le entra.

Nueva diferencia: Beltrones es capaz de esconder el Mar Muerto en un rollo interminable.

Ochoa Reza despacha un tema en tres sentadas.

Sin ambages.

La conversación se vuelve asamblea por momentos.

Ya se sabe: nunca falta el dueño de medios que se asume como soldado del PRI sin tener el 0.5 de la fortuna del viejo Azcárraga Milmo.

Ochoa es paciente y todo anota.

No sé si en lugar de anotar haga la caricatura de su interlocutor.

El caso es que mueve el lápiz y responde como un tenista profesional: enviando ráfagas a una esquina ciega.

Podría romper el secretismo y revelar los puntos finos de la charla, pero sería violar un acuerdo que dio paso a un delicioso mole poblano y un chicharrón fuera de serie.

Y como todo lo que diga puede ser usado en mi contra mejor aquí detengo esta columna que se volvió un homenaje a la Ensalada Popoff del no menos legendario Barrios Gómez.

El lector —el hipócrita— sea generoso.

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