Después de 16 años de incertidumbre como vendedor en las calles, Juan inició una nueva etapa como comerciante en Tepeaca
Por Guadalupe Juárez
“Un día en el tianguis es muy brusco. Es pelear con vecinos, mojarse, inclemencias del clima, mal pasos (sic) de comer, transporte, bajas ventas, porque no siempre se vende; hay que buscarle, empiezas desde las seis de la mañana y terminas hasta las ocho de la noche”, explica Juan Domínguez mientras que con señas le pide a uno de sus trabajadores que acomode un extractor de jugos en un estante.
Vestido con un pants azul y calzado deportivo inicia un día más de trabajo entre tuppers de plástico y peltre.
A las nueve de la mañana desayuna fruta con yogurt, chilaquiles, jugo de naranja y café.
Un recuerdo le viene a la mente: no siempre desayunaba así, mucho menos a esa hora.
Desde los 16 años, cada viernes, a partir de las seis de la mañana, en el tianguis de Tepeaca, Juan –junto a su madre– acomodaba los tuppers y utensilios de cocina en el suelo en un espacio de metro y medio por el que pagaban una cuota de 100 pesos.
A sus 45 años Juan dejó a un lado su vida en el tianguis y decidió fundar un comercio establecido, debido a que en Tepeaca los conflictos entre líderes sociales, comerciantes y autoridades eran constantes, por lo que no estuvo dispuesto a continuar con esa labor.
Con la confianza de proveedores y los conocimientos en contabilidad de su esposa Esmeralda, Juan compró un local donde continúa vendiendo tuppers, pero además comercializa otros utensilios de cocina y electrodomésticos.
“En la calle ni una gripe te podías atender, primero por el dinero, pero también por el tiempo. Trabajar todo el día para sacar los gastos, el sueldo de alguien que te ayudara, la cuota, comidas y hasta para ir al baño paga uno, aquí –en el local– si no se vende bajas las cortinas, y ya el otro día le intentas, pero no pasas privaciones”
Sus ojos se fijan en uno de sus chalanes que acomoda cajas de tuppers. Recuerda un viernes de agosto de 2010, cuando no pudo guarecerse de la lluvia. El diluvio lo dejó sólo con dos bancos de plástico que se salvaron.
Al perder la mercancía que llevaba ese día tuvo que comenzar de nuevo, por lo que con tuppers en una bolsa anduvo de puerta en puerta por las calles de Tepeaca en busca de reponerse.
“Ser ambulante no es fácil. No te puedes poner en cualquier esquina porque ya tiene dueño, como aquí (Tepeaca) hay un solo dueño, pero en cualquier mercado o tianguis, sea de Tepeaca, Tehuacán, Ciudad Serdán, hay quien manipula y no es tan fácil crecer”.
Pero esos recuerdos se esfuman.
Hoy, sentado en un banco de plástico, asegura que la vida como ambulante lo hizo más fuerte y le ayudó a ganarse la confianza de varios proveedores que le han permitido darle trabajo a su familia.
“La vida se vive diferente. Vives más tranquilo”.
