En Tlaola, la corriente de agua provocada por Earl sacó a flote mentiras, hurtos y la necesidad de reconstruir vidas
Por Guadalupe Juárez
Fotos Ricardo Rodríguez/AGENCIA ES IMAGEN
Tlaola.- “Lo que viene de la naturaleza no se puede detener”, dicen quienes lo han perdido todo por Earl.
En la cabecera principal del municipio de Tlaola no se pudo evitar que el agua del río arrebatara la casa de Aída.
Ni que dejara con estructuras frágiles el hogar de la familia Montes. Tampoco que arrebatara la cocina económica de Malvina. O la copiadora de Juan. O que dejara el patio lleno de lodo de los integrantes de la familia Picazo. O el robo de autopartes a los automóviles varados. O las amenazas al párroco. O los reproches al presidente municipal.
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En la calle José María Morelos se percibe un olor fétido. Son los animales muertos, los muebles podridos por la humedad. Los restos de casas, de sueños ahora derribados.
“Hay animales muertos y como se rompió el drenaje, pues son aguas negras las que corren. Ese es el lodo que hay en las casas. Urge quitarlo, porque conforme pasan los días hay riesgo de infección o de alguna enfermedad”, pide Florencio.
Florencio es oriundo de Tlaola, siempre ha vivido al lado del río. Su voz se quiebra al relatar cómo salvó su vida, la de su mamá, sus hermanas y su nieto de tres años.
“El agua entró de los dos lados. Siempre hemos vivido aquí y no había pasado algo así. Una semana antes se metió el agua, pero subimos todo a los muebles y no pasó a mayores. Esta vez pensamos que iba a ser lo mismo. Pero no, nos inundamos y por poco no la contamos”, agrega, mientras intenta limpiar su hogar y salvar lo poco que le queda.
Aída recuerda cómo era su casa, su cocina, su patio y sus dos recámaras. Ahora posa sólo en el terreno vacío. Intenta contar su historia, cómo salvó su vida al salir por la ventana. Días antes había llovido, el tronido de las paredes la alertó y decidió llevar a sus dos hijos a otro lado.
“Estamos sanos y salvos, eso es lo que importa”, relata.
En Tlaola las casas siguen junto al río. Las construcciones no tienen cimientos, vuelan sobre el afluente.
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Malvina tiene las manos llenas de lodo. Mira con tristeza las botellas de refresco sucias, revueltas en una carretilla. Observa su refrigerador a mitad de la calle. Ve sus sillas y mesas inservibles. Llora. Su sueño de tener una cocina económica se ha acabado.
“Se echó a perder mi inversión, mi fuente de empleo. Quería abrir hoy, pero mire, mire, no queda nada”.
Como ella, otros comercios dejaron de abrir. La papelería, el súper, la tienda, la peluquería.
“Uno le echa ganas para salir a adelante, pero qué le hacemos. Mi casa está bien, mi familia igual, pero de aquí nos sale para comer. Entonces, ¿Cómo le hago?”, se pregunta.
Aunque en la cabecera municipal de Tlaola no se registraron decesos, los habitantes denuncian que la delincuencia sacó provecho de la contingencia.
A los autos varados en el lodo los desvalijaron. Se apropiaron de animales perdidos. Se llevaron lo que pudieron de las inundaciones.
“Ni los carros respetaron. Se llevaron las llantas y los rines de varios. Hasta los estéreos mojados se llevaron, aunque a lo mejor ni los sirven”, indica Julián, quien observó cómo personas pasaban con refacciones de los autos enterrados en el fango.
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A una semana de que la tormenta tropical Earl dejara a la Sierra Norte devastada, llegan camionetas repletas con despensas, medicamentos y ropa.
“La ayuda no falta”, agradecen los afectados; sin embargo, lamentan que los productos que contienen los apoyos no pueden prepararse, pues todas sus pertenencias quedaron inservibles.
“Para qué nos traen despensas, lo que viene es arroz y frijol y ni podemos cocinarlos. Los llevamos al albergue, allá cocinan. Aquí no tenemos cocinas o estufa, algunos ni siquiera tienen casa, creo que eso no lo entienden”, reprocha Hugo González, quien se encuentra limpiando su casa a espera del repique de las campanas de la parroquia. Cada campanada anuncia la hora del desayuno, comida y cena.
El sacerdote de la comunidad, Luis Antonio –de quien no conocen su apellido– se ha dedicado a alimentar desde el primer día a las familias damnificadas y a refugiar a quienes lo han perdido todo tras los deslaves y el desbordamiento del río, incluso a las personas que no.
Sin respiro, el cura va de un lado a otro. No tiene tiempo, está computando víveres, haciendo cuentas, prefiere no salir de la Iglesia.
“Al cura lo amenazaron porque acusó al presidente municipal de Tlaola con el gobernador. Le dijo que aquí en la cabecera no había pasado nada. ¿Nada? Vea las casas que ahora ya no existen, la gente que se quedó solo con lo que lleva puesto”, acusa una de las habitantes que prefiere no decir su nombre por temor a represalias.
Ahora barre su casa, una de las treinta edificaciones afectadas de esta demarcación, de las huellas de la inundación.
Los flashes bañan al edil panista, Abdías Castillo Castillo. Es sábado 13 de agosto. Un recorrido del gobernador Rafael Moreno Valle por la zona devastada es el pretexto para que el munícipe salga en las fotos. Más tarde dirá a medios de comunicación que él estuvo al pendiente desde el primer día.
El panista ganó los comicios con la coalición Puebla Unida arrastrando acusaciones de compra de votos en las juntas auxiliares de Xaltepuxtla y Chicahuaxtla. Ahora es silencio. Espera a lo lejos que el mandatario poblano revise los casos prioritarios.
La gente lo observa, lo acusa con la mirada. Él no responde.