Por: Serafín Castro Pérez
Caminar de la mano con su esposa y su pequeña hija por la calle suele ser un placer para Armando hasta que, al otro lado de la acera, aparece un hombre atractivo a su gusto. Todo se convierte en un infierno.
Aquella tarde de julio de 2007, cuando Armando contrajo matrimonio, creyó que dejaría su pasado: desde su gusto por los viajes con algunos amigos, sus aventuras en los principales antros de la ciudad, hasta sus reuniones con excompañeros de licenciatura.
Pero, sobre todo, él creyó que lo abandonarían esos pensamientos y sensaciones que desde años atrás lo hacían dudar: ¿soy homosexual?, ¿me gustan los hombres, pero también las mujeres?
Desde que contrajo matrimonio, todo marchaba con normalidad. Armando cambió los viajes por construir una familia –dos años más tarde nació su hija–, las salidas a los antros por paseos en el parque y las aventuras nocturnas por vivir en la colonia San Manuel, en Puebla.

Cuando niño, Armando fue instruido en una sóla dirección: deberían gustarle las mujeres. “Me encasillaron a seguir una norma, a seguir lo indicado, lo correcto”, recuerda mientras solicita que su verdadero nombre no sea revelado, por temor a ser descubierto.
La educación de Armando no sólo dictó la atracción por las mujeres, sino también la profesión que debía elegir. No tuvo otra opción y se graduó como abogado para no romper con la tradición familiar.
El temor a contradecir a sus padres le impidió hacer caso a sus inquietudes sexuales y decidió ocultar que sentía atracción por los hombres.
Cuando tenía 20 años, uno de sus amigos tuvo una pareja. “Tuve muchos celos de él; no quería que tuviera novia. Fue algo bastante raro porque era la primera vez que sentía eso por un hombre”, recuerda.
Esa experiencia fue el comienzo del camino para despejar dudas, pues experimentó una situación similar con otra amistad.
“Era extraño, porque empezaba a salir mucho con uno de mis amigos y al cabo de un tiempo lo quería más allá de la amistad, quería estar con él todo el tiempo”. Estaba seguro: sentía tanta atracción por mujeres como por hombres.
A ocho años de aquel “hasta que la muerte los separe” a su hoy esposa, Armando, un agente de seguros, mantiene oculto en el lugar más recóndito el sentimiento de atracción que los hombres le provocan.
Ni su matrimonio; ni Susi, su hija de 6 años, le son suficientes para no desear voltear la vista cuando pasa frente a un varón.
Cada día es un infierno, pues aunque ama a su esposa, también quisiera ser amado por un hombre.

La anatomía del cerebro decreta la conducta sexual
La bisexualidad y la homosexualidad son orientaciones tan naturales como la heterosexualidad, asevera Héctor Cerezo Huerta, psicólogo y catedrático del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) campus Puebla.
“Hay evidencia que demuestra que las personas son bisexuales, homosexuales o heterosexuales no porque tengan un daño cerebral, sino porque existen diferencias anatómicas y fisiológicas en distintas partes del cerebro: amígdala, hipotálamo e hipocampo, estructuras responsables de la conducta sexual; y desde ahí pudiera explicarse por qué nos comportamos de una manera u otra”, indica.
En la actualidad, la bisexualidad es definida por la Psicología, la Sociología, la Antropología y la Medicina como una orientación sexual más caracterizada por la capacidad de sentir afecto, deseo, erotismo, romanticismo y atracción emocional y física por otra persona, sin importar su sexo. Pero no es enfermedad.
Más discriminados, ocultos e invisible
A diferencia de ciudades de Holanda, Dinamarca, Irlanda y España, e incluso el Distrito Federal y Jalisco, las cuales han arropado movimientos a favor de la comunidad bisexual, en la capital poblana aún no son bien vistas las personas con esta preferencia sexual.
“Esta es una ciudad bastante conservadora, moralina y arropada en la religión, donde se tiende a clasificar la realidad en blanco o negro, bueno o malo, mujer u hombre, y todo lo que no caiga en estos dos extremos se ve como anormal”, afirma Héctor Cerezo Huerta, psicólogo y catedrático del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) campus Puebla.
“Nos han vendido la idea de que la sexualidad es un camino recto; no es cierto. La sexualidad y la preferencia es un camino que puede tener atajos, a veces es recto, a veces es curvo”, detalla Cerezo Huerta.
De entre las tres orientaciones sexuales reconocidas científicamente, los bisexuales aparecen en el escalafón más bajo de la aceptación social.
“Los heterosexuales los consideran homosexuales, y los homosexuales los consideran gais de clóset”, afirma Jonattan Aspeitia Laureles, fundador y coordinador de Chavos en la Diversidad Sexual, primer colectivo en Puebla dedicado a abordar la bisexualidad.
“Incluso las mujeres bisexuales también son rechazadas por las lesbianas”, señala Aspeitia Laureles, quien también es miembro de la comunidad LGBTTT (Lesbianas, Gais, Bisexuales, Travestis, Transexuales y Transgénero).
Además de la discriminación por parte de los miembros de la LGBTTT, las personas bisexuales enfrentan el rechazo de sus familias y amigos, agrega.
Y se cita a él mismo como ejemplo: sus padres lo echaron de casa cuando se enteraron de su orientación sexual.
Y aunque después de unos meses regresó al hogar familiar y es activista de los derechos sexuales, su familia prefiere evadir el tema.
Si reprimes la preferencia, tendrás un trastorno grave; y ése sí te va a enfermar
Imaginemos una olla exprés que ha llegado al límite: la válvula de escape está hasta arriba y, en cuanto sube la temperatura, explota. Sucede algo similar con las personas que reprimen su orientación sexual: la tensión de la secrecía y el conflicto personal y social les hacen reventar.
“El problema de reprimir la orientación sexual es casi como el problema de no decir las cosas que te molestan. Tarde o temprano van a convertirse en disforias de género”, explica Héctor Cerezo Huerta, doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Disforia es el malestar. Por ejemplo, si una persona se da cuenta que es bisexual y por represión cultural o familiar sigue la tendencia y se casa con una persona de su sexo opuesto, llegará un momento en el cual se sientan hipócritas, presentan comportamientos ansiosos y depresivos, se sienten enfermos y anormales, e incluso pueden llegar al suicidio, agrega el experto.
Hasta antes de 1973, la homosexualidad y la bisexualidad eran consideradas trastornos mentales. En ese año fueron eliminadas del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Estadunidense de Psiquiatría.
La orientación sexual hacia personas del mismo sexo fue entendida entonces como una forma de vida desligada de la degeneración social o mental luego de que desapareciera de los términos del manual de la asociación de psiquiatría.
Las personas con estas orientaciones sexuales eran sometidas a terapias de reorientación sexual; con electrochoques, operaciones como lobotomías y medicamentos hormonales trataban de curarlos.
