Por: Mario Alberto Mejía
Foto: José Castañares/ Agencia EsImagen
A Nacho Juárez
TEPEACA.- Vine a San Pablo Actipan porque me dijeron que aquí vivía Concho Colotla. Un campesino me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo. Apreté su mano en señal de que lo haría pues yo estaba en plan de prometerlo todo. No dejes de ir a visitarlo –me recomendó–. Se llama de este modo y de este otro.
Como los personajes de Juan Rulfo, Concho Colotla es un hombre serio, callado, con una mirada de águila. El sombrero que le cubre el cabello revuelto –mitad canoso– forma parte de la leyenda que empezó a forjar en el sexenio de Melquiades Morales Flores, cuando encabezó un movimiento que se opuso, con éxito, a un proyecto denominado Milenio, que buscaba no sólo construir una autopista, sino entregarle las tierras de los campesinos a decenas de empresarios para que construyeran clubes de golf, fraccionamientos de lujo, fábricas, maquiladoras y naves industriales. Así lo dice Concho. Debo creerle.
Pepe Castañares y yo llegamos hasta San Pablo Actipan un día de mucho sol de invierno, de mucho viento: un día común en esta zona del estado. Concho estaba ahí, sentado, conversando con los suyos: otros señores de sombrero y verbo
seco. Concho es como ellos: no habla de más. Dice las palabras que sirven para nombrar las cosas. Sólo eso. La plática con él se da sin interrupciones, junto al panteón del pueblo que sirve como atrio de la parroquia en la que se venera a San Pablo: el hombre que sin conocer a Cristo fundó el cristianismo, según un polémico y reciente libro de Emmanuel Carrère: El Reino.

Con 58 años encima, lejos ya de esos días de asambleas y enfrentamientos, Concho es un hombre trabajador que ha acumulado empresas: pequeñas empresas: tortillerías y pollerías principalmente. También tiene sus animales en el campo. Todas las noches va a verlos, dice, y luego se pone a mirar el cielo para recordar los tiempos idos: tiempos de marchas y manifestaciones, de amenazas y secuestros, de gritos y demandas. “La tierra es nuestra, de los campesinos”, dice como diría Zapata.
En esta primera parte de una larga conversación que terminó con cueritos y carnitas, Concho Colotla relata un pasaje inédito que muchos periodistas buscaron en su momento: cuando casi a solas negoció la paz con Melquiades Morales. No sólo la paz: el final del proyecto Milenio. “Nos venciste, Concho, nos venciste”, confiesa que le dijo el gobernador en Casa Puebla.
—¿Con Melquiades Morales cuántas veces se vio?
—Fueron muchas ocasiones. Mucho tiempo no quisimos verlo porque llegar a una entrevista con él era llegar a una negociación.
—¿Cómo lo recuerda?
—Como una persona muy astuta, muy inteligente. Toda su vida ha sido político. Él utiliza la política.
—¿Lo abrazaba?
—Sí, sí. Siempre los abrazos. Si llegábamos, pues que un refresco, que unos sángüiches. Nunca le agarramos nada. Una ocasión que llegamos ahí, a Casa Aguayo, él mismo llevaba las charolas con refresco, con jugos. Nadie le recibió nada. Me dice: “Concho, un refresco”. “No, licenciado, no tengo sed”. Como no agarré nada, regresó con una charola de sángüiches. “Coman algo”, decía. “No, licenciado, no tengo hambre”. “Mira, Concho, no tiene veneno”, nos dijo, y empezó a tomar un jugo. Luego agarró un sángüich y empezó a comerlo. “Mira, mira, no tiene nada”, nos decía. “No, pero no queremos”, le decíamos. Es increíble que le hiciéramos eso al gobernador. Era de risa, pero lo hicimos.
—¿Y cuando se frustra el proyecto Milenio se lo volvió a encontrar?
—En todos los pueblos hay gente muy ligada al gobierno. Un día unas muchachas de aquí vinieron corriendo a avisarme en la noche. Venían llorando. Que me iban a matar. A mí siempre eso me causaba risa. Si no te mata el gobierno, te mata alguien que le va a hacer un favor al gobierno. Eso lo sabemos. Entonces me dicen: “Para tal día te van a matar”. “Pues qué chingá. De por sí ya estoy muerto”, les decía. “Es que tú siempre nos agarras de burla. No nos crees aunque venimos todas serias”, decían. Y yo les contestaba: “No me voy a morir muchas veces. Me voy a morir nada más una vez. Porque hay gente que se muere de miedo todos los días y a cada ratito. Y yo no me muero de miedo. El día que muera yo me voy a morir y ya”. Entonces que llamo a junta y les dije: “Creo que me van a matar. Creo. Necesitamos terminar con esto. Nomás nos están dando largas y nos van a acabar. Yo quiero acabar con todo. Si es que me matan o me encarcelan, que sea ya. ¿Qué vamos a hacer? La idea es ya agarrar los pinches machetes, palos, lo que sea… Y güey que venga, güey que agarramos. Y traemos a la prensa, y el pinche gobierno que diga: ‘fuera el proyecto, fuera’”. Teníamos gente en los pueblos que nos comentaba lo que iba a pasar. Tenía yo una gente en el gobierno que me comentaba qué había. Fue la misma persona que me dio el Proyecto Milenio. El que me lo filtró para que supiéramos a qué atenernos. Él me contaba todo.

—¿Un funcionario del gobierno de Melquiades Morales?
—Sí. Un funcionario. Pero no voy a decir su nombre nunca. Él nos ayudó al darnos el proyecto. Gracias a él supimos que querían construir clubes de golf… Ya habíamos hecho una estrategia. A todos los ingenieros que agarrábamos, les quitábamos los documentos. Nunca les robamos un celular, un aparato. Siempre los documentos. Nunca les robamos nada. Ni dinero. Al contrario, hasta les dábamos de comer. Pues ahí agarramos a los ingenieros un jueves. A mí me aventaron un vocho. Solamente Dios sabe cómo salté. Me lo aventaron a matar. Dicen que todos me vieron cómo volé. Pero no me pegó. Cuando me aventaron el coche no sé cómo dios me dio la oportunidad… Yo con mis manos me aventé. Me agarré del cofre y me aventé. Rodé. No sé cuántos metros rodé. Yo estaba en la central. O sea, en el canal de Huixcolotla: el de las aguas de Valsequillo. Unas muchachas a las que les decimos Las Cuatas corretearon a los del vocho. Les apedrearon los vidrios.
—Quiénes eran?
—Los de la SCT (Secretaría de Comunicaciones y Transportes) que venían a pagar lo de una parcela.
—El secretario era Marco Antonio Rojas.
—Sí. Rojas. Y aquí va lo bueno: mi hermano, que tenía una camioneta blanca, aplastó al vocho. Entonces lo pusimos en medio de la carretera y paramos el tráfico. Llegaron los de la Judicial de Huixcolotla: unos grandotes que decían que eran la ley y la chingada. Pues que les ponen el machete en el pescuezo. Nuestra gente. Y que les dicen: “¡Aquí no es la ley, hijo! ¡Aquí va a ser lo que nosotros digamos!” Llegaron entonces lo de Vialidad de Huixcolotla. “Don Concho, ¿qué hacemos?”, me preguntaron. “Paren el tráfico para que toda mi gente entre”, les dije. Eran cientos de camiones de nosotros que fueron. Entonces la Judicial y la SCT pararon los camiones y nosotros ya entramos. Ya nos venimos con los ingenieros de la SCT. Los tomamos como rehenes. El vocho venía ya sacando el humo de las llantas. Venía con los puros rines. Trajimos a los de la SCT hasta acá, hasta San Pablo. Entonces ya en la noche me habla el Chucho Morales. Y lo grabé. Me dice: “Concho, te hablo en mi nombre. Queda como héroe, cabrón. Entrega a la gente. Mañana que salga la prensa diciendo “Concho Colotla entregó a la gente”. Yo le dije: “¿Y nosotros qué? No manches. ¿Cuántos pinches años de prisión me dan por secuestro? No ni madres. No ni madres. No”. Me dice Chucho Morales: “No, Concho, yo me comprometo a que eso no va a pasar”. Entonces le dije: “Mira, lo que quiero es hablar con el gobernador. Que me dé su pinche palabra de que va a quitar el proyecto”. Total que quedamos en algo: a las seis de la mañana en Casa Puebla.
—¿A las seis de la mañana? ¿Ustedes y el gobernador? ¿En secreto?
—No les dijimos nada a los reporteros. Era el acuerdo. Toda la gente quería ir: señoras, señores, personas de edad. Había señores de edad que querían matar a Melquiades. Me decían: “Enséñame quién es Melquiades y yo lo mato. Yo soy bueno con el rifle. A doscientos metros me lo echo”. Ya falleció el señor que quería matarlo. Lo convencí de que no lo hiciera. Decidimos que sólo fuera con nosotros gente joven que nos pudiera defender y pudiera correr porque nos pueden madrear. Teníamos desconfianza. Creíamos que lo que querían era agarrarme a mí para intercambiarlo por los ingenieros.
—¿Y qué pasó?
—Nos fuimos a Casa Puebla. Fue Jacqueline (Rosas), fueron mis hermanos, fueron otros compañeros, fui yo. Y ahí en el Hotel Lastra nos esperaba la gente armada con machetes y con armas. A ellos les dije que en caso de que no saliéramos que se fueran a San Pablo y convocaran a la prensa para denunciar todo. El caso es que entramos a Casa Puebla. Nos recibe un coronel. “Entren”, nos dijo. Entonces llegó Melquiades bien peinadito. Me dice: “Concepción, buenos días”. “Buenos días”, le dije. Y me dice: “Me vencieron”. Así dijo: “Me vencieron”. Saqué los documentos del Proyecto Milenio que probaban que era zona industrial y no nada más carretera, y le dije: “Tú decías que nomás era carretera”. Me respondió: “Yo no lo sabía”. “¿Cómo no vas a saber? ¿Quién está detrás de ti o enfrente de ti? Eres tú”, le dije. “No. Me vencieron”. Y dijo: “Que no se vea bambolear el gobernador porque va a haber inestabilidad en el estado. Van a ver que el gobernador es débil. Dame tu palabra, Concho. Déjame hacer una rueda de prensa. Ahí diré por qué se echó para atrás el proyecto. Voy a decir que por falta de dinero”. Y le digo: “¿Falta de dinero? Pero si no ponías tú nada. El dinero lo iba a poner la iniciativa privada”. Me dice: “Bueno, déjame argumentar lo que voy a decir. A las dos de la tarde se van a reunir con Rómulo Arredondo en Tepeaca para negociar. Pero ya está negociado. Va a ser allá en el restaurante que está arriba del hospital de Isauro Rendón. Que entre la prensa a la reunión. Yo les doy mi palabra de gobernador que eso va para abajo”.
—Qué imagen la que usted retrata.
—Muy dura. No lo creíamos.
—¿Lo volvió a ver?
—Sí. En un pueblo que se llama San Bartolomé Hueyapan me abrazó delante de todos y dijo que se había acabado el proyecto. Ahí tengo la foto. Ya lo dijo públicamente. No lo decía públicamente antes de eso. Me agarró y me apapachó. Lo habíamos ido a buscar para que nos diera un documento oficial porque primero nos había dado un documento con su firma. Un documento simple sin hoja membretada. Ya después nos dio uno oficial.
—¿No hubo más palabras?
—Sí. Me acuerdo bien. Me dijo: “Don Concho, sólo le voy a hacer una pregunta: ¿Quién está detrás de todo esto?”. “Nadie”, le dije. “¿Quién?”, me volvió a preguntar. Y dijo: “¿Cómo es posible que hayan vencido al gobierno del estado? Yo tengo buenos licenciados, bue
nos asesores. Y no les pude ganar. ¿Quién los asesora?”. Le dije: “Nadie. Nadie. Es la gente. Todo lo hacemos al pensamiento de la gente”. Entonces me dice: “Todo lo hicieron como si fuera una estrategia militar. No cometieron ningún error. ¿Por qué?”. Le digo: “Gobernador, se te olvida que también nosotros somos seres pensantes. Es lo que se te olvida”.
—Qué duro.
—Muy duro.
—¿Ya había contado esta versión antes?
—No. Es la primera vez. Los reporteros nos pedían que les diéramos la versión. El propio Sergio Mastretta, de La Radiante, me decía: “Concho, ¿cómo se dio el acuerdo?”. No se lo dije. A nadie. Hasta hoy lo estoy haciendo.
