El malestar que miles de tuiteros mexicanos vuelcan (y endurecen en vísperas de las fiestas patrias) por el trato de jefe de Estado que la Presidencia le dio a Donald Trump tiene una explicación desde las cifras y la prospectiva: alguien en la Cancillería o entre los asesores de Enrique Peña Nieto leyó mal las mediciones del candidato presidencial de EU.
Estos días, personas bien informadas me han hecho preguntas sobre la interpretación de los resultados de las encuestas y sobre qué tantas probabilidades reales, sustentadas en el horizonte electoral estadunidense, tiene el republicano al que la mayoría de los mexicanos repudia. Compartiré las respuestas a continuación.
Primero, hay que colocar todo en su contexto adecuado: “popularidad” e “intención de voto” de los ciudadanos no es lo mismo en México que en el sistema electoral presidencial en los Estados Unidos. Eso hace una gran diferencia en la lectura de las cifras de los candidatos. Veamos por qué:
Allá, para elegir presidente se emplea el sistema indirecto: cada estado representa un determinado número de electores que en su conjunto constituyen el Colegio Electoral. Aunque los ciudadanos constitucionalmente están facultados a votar de manera libre, emiten su sufragio en el sentido del voto popular en sus respectivos estados pero ello no determina al ganador de la contienda.
El ganador es el que gana el voto electoral de los 50 estados y el Distrito de Columbia (la capital). Así, por ejemplo, si Hillary Clinton gana en California, entonces se llevará no el porcentaje de votos favorables, sino los 55 votos electorales de este estado. Todos para ella, ninguno para Trump; él no puede anotarse el porcentaje de sufragios de sus simpatizantes.
Cada victoria de mayoría de votos de ciudadanos representa una victoria total de los votos electorales. Así se van contabilizando los 538 votos electorales de todos los estados y el candidato que logre al menos 270 votos electorales gana la Presidencia.
Este sistema indirecto complejiza la elección. Un candidato puede ganar el voto popular (el voto de la gente), pero perder la elección, como sucedió con Al Gore en 2000, quien sumó más voto popular pero perdió la elección porque los estados que ganó dieron votos insuficientes para sumar el mínimo de 270. Por eso es que una encuesta electoral nacional no es un indicador suficiente para proyectar un ganador; se requiere la revisión de distintos factores para estimar una probabilidad de triunfo.
Los factores que deben considerarse son la aprobación presidencial y la satisfacción por el rumbo del país. Para mayor claridad, comparemos el caso de Obama y George W. Bush. El índice de aprobación del presidente actual es bastante bueno, registró 50% en la más reciente medición de Gallup, mientras que Bush estuvo en 31%.
En el caso de la satisfacción por el rumbo que lleva el país, si bien no es positivo, ya que este septiembre sólo un 27% de los estadunidenses está satisfecho con el rumbo que lleva el país, es mejor que el 21% que Bush sumó en septiembre de 2008.

El índice de aprobación del presidente es considerado como un muy buen predictor del resultado de las elecciones presidenciales, pues sólo en dos ocasiones no se ha cumplido esta condición. En 1960 con Richard Nixon y en 1976 con Gerald Ford, que perdieron el voto popular cuando el presidente vigente tenía un alto índice de aprobación previo a las campañas electorales. No obstante, esas fueron dos de las tres elecciones más cerradas del siglo XX.
Hay cierto comportamiento electoral estable: por lo general, los estados de las costas Este y Oeste son proclives a votar por los demócratas y los estados del centro por los republicanos. Aunque varía en ciertos puntos dependiendo del candidato, la lealtad partidista está muy claramente marcada, esto explica por qué en muchas encuestas nacionales en EU las tendencias son muy cerradas.
No obstante, hay estados donde las tendencias pueden aumentar a uno de los dos lados de último momento y son los que al final inclinan la balanza del resultado general. A estos estados se les conoce como “llaves”.
No obstante, hay estados donde las tendencias pueden aumentar a uno de los dos lados de último momento y son los que al final inclinan la balanza del resultado general. A estos estados que se les conoce como “llaves”:
- Carolina del Norte (+4% Clinton)
- Colorado
- Florida (+2% Clinton)
- Iowa (+5% Trump)
- Michigan
- Minnesota
- Nevada (+1% Trump)
- Nuevo Hampshire (+2% Clinton)
- Ohio (+7% Clinton)
- Pennsylvania (+5%% Clinton)
- Virginia
- Wisconsin
¿Qué se leyó mal? Las tendencias de los estados “llave”, por principio de cuentas. En cinco de las publicadas en lo que va del mes de septiembre, las tendencias favorecen a Clinton y sólo en dos a Trump (http://www.realclearpolitics.com/epolls/latest_polls/)
Otra factor a considerar es la imagen de los candidatos. En el tracking poll de Gallup se muestra, por un lado, un mala imagen para ambos candidatos y, por otro, un mejor posicionamiento de la Clinton, pues 38% tiene una opinión favorable de ella contra 57% desfavorable; en el caso de Trump, un 34% tiene una opinión favorable y 62% desfavorable.

En la tendencia general, se puede identificar una elección cerrada. Las últimas dos encuestas publicadas el pasado 11 de septiembre reportan una intención de voto de 46% para la demócrata contra 41% de Trump, en la encuesta de ABC News/Washington Post. Mientras, la publicada por LA Times señala 45% a favor de la Clinton contra 44% de Trump.
Esta tendencia no es algo raro en las elecciones presidenciales estadunidenses, como algunos analistas en nuestro país empiezan a manejar; hablan de un empate técnico. Pero veamos la elección de 2008: se publicaron encuestas el 11 de septiembre de ese año que daban un empate técnico, y dos encuestas que le daban cierta ventaja a Obama. Como se sabe, el resultado fue un triunfo aplastante del demócrata.

Como se puede ver, las posibilidades de Trump en este momento son menores a las de Hillary por la buena aprobación de Obama, la mejor imagen de Hillary y las preferencias a favor de Clinton en los estados clave.
Por tanto, la decisión del presidente Peña Nieto de involucrarse en el proceso electoral de aquel país e invitar y recibir como lo hizo a Donald Trump, se basó en una mera corazonada. El resultado electoral dependerá en gran forma del desempeño de las campañas en los 12 estados claves y en los tres debates presidenciales que se darán en el proceso electoral. Sí, alguien leyó muy mal.
