Figuraciones Mías

Por: Neftalí Coria

 

Una palabra que aletea, parece ser la que nombra a esos seres que están en los árboles como ramas briosas y sonoras, una palabra que nombra la vivacidad con la que van al cielo como astillas del aire que han brotado de la fricción constante entre la luz y el fuego de la belleza del mundo. Los pájaros son números en la sinfonía del bosque. Son los relámpagos del sueño en el poema. “Instrumentos de aire en el aire”, escribió mi amigo Antonio del Toro en un poema y ese verso acompaña una serie de poemas míos que escribí sobre estas criaturas del sonido y el vuelo. Los pájaros son sutiles trazos en el aire, cuerpos que en el viento se mecen y del viento son, “pájaros de aire” les he llamado en el último libro que escribí para nombrarlos; allí viven en la transparencia y en la alta transparencia, transparentes, vuelan y de esa claridad del aire son originarios. En mi libro quise celebrarlos como si fuera la última vez, como si de tanto verlos volar, escuchar su canto, mirar sus plumajes y sus ilustres movimientos en el cielo en la transparencia del aire, ya hubieran desaparecido y al aire se hubieran integrado, como si los pájaros en esta percepción a la que mi escritura ha llegado, estuvieran hechos del mismo plumaje que el plumaje del aire.

He escrito poesía con ellos y ellos me han acompañado a lo largo de la vida. Una vida que no entendería sin su presencia, sin esas su figura plumada y sonora que llevo en mi alma como una bendición elemental. Y guardo los signos suyos desde aquellos días del río de las aguas crecidas y los árboles como casas de nuestra intrepidez de los ocho años y la alegría de creer que íbamos a ser como esas pequeñas bestezuelas que habitaban aquel mundo de las alturas. La alegría de saber que seríamos como ellos, que posaban su cuerpo hábil en las ramas como parte de la corteza, de la que recuerdo el aroma limpio que hasta hoy día me acompaña.

Los pájaros están desde entonces en la convivencia íntima y en las cercanías de mi corazón como presencia permanente. Mi convivio con esos seres plumados y cantores que estaban frente a nuestros lustrosos sueños de volar y silbar o cantar como ellos, era una parte de la vida, pero yo buscaba fabular con aquellas imágenes que los pájaros mismos me propiciaban. Yo jugaba a ser pájaro y lanzarme al agua de las lagunas de mi niñez y aleteaba en el aire aunque también era un pez con alas en el agua de aquellos recuerdos. Jugaba a volar en el instante de saltar al agua como si en ese brevísimo momento, yo tuviera alas y pudiera elevarme para no descender nunca más y quedarme en el aire por siempre. Pero caía al agua para ser el pez de alas mojadas que podía habitar dos mundos, de los que no podía entender las diferencias. Era un pez con alas o un pájaro con aletas bajo el agua. Y en los juegos con mis amigos –que mucho sabían de aquellos dos mundos–, el pez y el pájaro eran figuras que nos asistían en el aprendizaje del mundo.

¿Pero qué tenían aquellas figuras que me habían cautivado más a mí que a mis amigos? En aquello cercanía con los pájaros también estaba la expresión de “vamos a los pájaros”, que significaba ir a cazar pájaros. Con resorteras matábamos pájaros y lo hacíamos como muchos niños, por el amor a poseerlos, que es el amor del cazador. Nunca fue el odio lo que nos guiaba. Los pájaros son hermosos y lo hermoso siempre se ha querido poseer. Una contradicción obraba en aquellos niños que fuimos y que para nada se tenía la conciencia conservacionista (hoy vivimos una fiebre por conservarlo todo para hacer del mundo un museo).

En la crueldad con los animales convivimos con ellos. La muerte suya era una constante en el juego; matábamos serpientes, lagartijas y otros animales “arrastaos”. Y ante lo que hoy se podría pensar, había en aquella depredación un espíritu de salvar al mundo de los animales malos, de los animales del demonio. Sin embargo, atinar la piedra al pájaro en el aire, tenía otro significado; estábamos derribando un ángel para verlo de cerca y en la ceremonia del triunfo, contemplar el bello cadáver en nuestras manos durante el tiempo que nuestra curiosidad lo permitiera. Recuerdos imborrables que fueron centrales para descifrar más tarde en mi escritura a esas criaturas.

Desde siempre quise comprender el misterio, que aquellos rápidos animales del aire, significaban en mi mundo ordinario. Tal vez desde entonces, rendía un incipiente culto a su belleza, porque los pájaros son la belleza del mundo que nos acompaña con sus perturbadores plumajes y sus estremecedores e incomprensibles cantos.

Hoy repito las preguntas que desde entonces me hice: ¿Dónde duermen los pájaros? ¿Cuál es su ruta de viaje? ¿Cómo es el amor de los pájaros? ¿Aman los pájaros?

Son emblemas de la poesía los pájaros. “Y los pájaros cantaban”, dice Plutarco, cuando Catón se abrió el vientre con la espada. Y cuando muere Catón según lo cuenta Plutarco, “Los pájaros cantaban cada vez más fuerte. El sol se elevaba progresivamente al cielo.”

Son la muerte los pájaros, son la belleza y la vida. Aman el aire los pájaros y el aire es todo suyo.

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