La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

 

Todos los pillos, para vivir de sus pillerías, deben ser encantadores.

Querido lector:

Apréndanse bien este nombre porque lo voy a repetir las veces que sean necesarias en este texto: Sergio Antonio Rodríguez. También recuerde la empresa en la que supuestamente trabaja: TSP Consulting.

Su nombre es un nombre fácil de aprender. De hecho, deben existir cientos de hombres que se llamen así; pero al que me refiero no es un hombre común y corriente: es un truhán profesional. Y no es profesional porque haga muy bien su trabajo, sino porque esa es su profesión: robar, engañar y defraudar.

Y tampoco es profesional porque le salgan bien sus fechorías, pues toda la gente a la que ha embaucado, lo ha descubierto. Pero eso sí; es un profesional para salir impune. Hasta hoy. Eso espero…

 

Mi historia con Sergio Antonio Rodríguez es la siguiente:

Año 2009.

Necesitaba urgentemente una visa para alcanzar a mi hija, una ciudadana canadiense. La iba alcanzar para estar con ella (como toda madre que necesita estar cerca de sus hijos).

El caso es que por la repentina aparición de las visas canadienses (y muchos lo recordarán) la embajada de ese país estaba sobresaturada de trabajo y peticiones, y por añadidura, saturada de rechazos.

Era imposible acceder a la embajada. Sólo una máquina telefónica te remitía a la página web para poder mandar los formularios.

Confiada por estar casada con un canadiense y por ser madre de una niña canadiense, mandé mi petición y esperé las tres semanas reglamentarias. La sorpresa fue que me la rechazaron. ¿La razón? No era muy clara. Sólo recibí la carta con la negativa.

Me deprimí, arremetí, quise ir a tocar la puerta de la embajada para que oyeran mi súplica. Yo no quería ir a Canadá para quedarme a vivir ni para mamar del gobierno de allá como muchos mexicanos que se iban y pedían asilo para vivir como parias pagados por el generoso gobierno quebecoise. No. Yo sólo quería ver a mi hija, y no hubo ser humano que me atendiera. Sólo un policía me sugirió que volviera a mandar la petición. Así lo hice y mi sorpresa fue mayor cuando recibí una segunda carta de rechazo.

Desesperada, comencé a buscar opciones, y una opción me la ofreció Sergio Antonio Rodríguez, que en ese entonces era vecino de mis padres que vivían en unos edificios bastante modestos en San Andrés Cholula.

Este hombre, Sergio Antonio Rodríguez, dijo ser socio de una empresa que se encargaba de llevar legalmente a personas mexicanas para trabajar en el ramo de la construcción en Toronto. Su empresa se llamaba Sparta Design.

No sé por qué nunca confié del todo en Sergio Antonio Rodríguez. Yo lo atribuyo a su mirada esquiva. Este hombre, Sergio Antonio Rodríguez, es una de esas personas que no te ven a los ojos, pero en la desesperación acepté su propuesta: me propuso conseguirme la visa, legalmente, mediante su empresa. Me iba a meter como parte del programa de trabajadores que iban ese verano a Toronto.

Yo no quería llegar a Toronto, sino a Montreal. “No importa”, dijo “lo importante es meterte al país y una vez que estés allá, te liberamos del contrato y te vas a Montreal”.

Una madre desesperada acepta todo mientras se pueda reunir con sus hijos, así que  acepté.

Yo no era la única que me iba en ese supuesto grupo. Un ex jugador profesional de los Aztecas de la UDLA, Edgar Loyo, estaba en el mismo programa. Sergio Antonio González Rodríguez le ofreció trabajo a él y otros vecinos. Todos sacamos nuestros ahorros y le dimos la cantidad que pedía, si mal no recuerdo, 30 mil pesos.

Esos 30 mil pesos se fueron convirtiendo en más dinero cuando él nos decía que hacía falta más por trámites de seguro, etcétera.

Pasaron las semanas y los meses. Sergio iba a visitarnos regularmente con un bonche de papeles que a simple vista se veían muy profesionales. Formularios, contratos, etc. Todos los solicitantes firmamos los papeles. Él nos había prometido que en un mes estaríamos en Canadá.

El mes pasó. Otro más, y otro. Y ante la desesperación de todos los timados, Sergio aparecía con su facha de buen hombre a decir, siempre, que la demora se debía a que el grupo había crecido.

En total pasaron cinco meses y nada que nos íbamos. Entonces decidí investigar.

Fui a la Embajada y le pedí de favor a un funcionario, al que tuve que cazar afuera, que checara si en el sistema había un archivo de mi visa temporal de trabajo. La visa prometida por Sergio Antonio Rodríguez. Le di también el nombre de la supuesta empresa que nos llevaba: Sparta Design.

Esperé diez minutos. El funcionario salió y me dijo que no existía rastro ni de la empresa ni de los trámites del joven Loyo, ni los míos. En mi archivo sólo se veían dos rechazos de visa del año anterior.

Supe que había sido engañada.

De regreso a Puebla, mi padres y yo fuimos a ver a Rodríguez y le exigimos que nos devolviera el dinero. Su rostro, como el de todos lo cobardes que son descubiertos, se transfiguró en espanto. Habíamos desvelado su Mr. Hyde; al truhán que habitaba bajo la piel de un supuesto buen hombre.

Terminó devolviéndonos la mitad del dinero. Siguió engañando a más gente y con el tiempo estrenó carro del año y remodeló su pequeño departamento.

Años más tarde se apropió del proyecto de un pariente mío para restaurar una iglesia en Toxtepec. Se adjudicó el proyecto y ahora se presentaba en su faceta de arquitecto. Sacó de la jugada a mi pariente y se clavó los dineros de la obra (obra que ni siquiera terminó).

Desapareció de los edificios donde vivía. No supimos de él en mucho tiempo, hasta que hace tres años volví a saber de él por una amiga a la que había embaucado; ahora se presentaba como community manager. Se fue relacionando con políticos y operando varios temas de campañas electorales.

Esta amiga me dijo que Sergio Antonio Rodríguez sería en breve su socio. Dijo que era un hombre poderoso de la construcción en Canadá. Me mostró fotos que él mismo le mandaba con sus supuestas novias (modelos de Vogue a todas luces), yates, pisos en NY, ¡hasta aviones privados!

Sergio Antonio Rodríguez presumí en fotos a una esposa maravillosa: una rubia descomunal que parecía checa, cuando yo sabía perfectamente quién era su esposa: una mujer modesta y nada parecida a la de sus sueños de opio. También mostraba fotos de sus hijos ficticios: niños como salidos  de un cuento de Perrault… cuando sus hijos eran evidentemente otros.

A mi amiga la llevó al baile con varios miles de pesos que irían destinados (supuestamente)  a congresos de imagen pública. Sergio Antonio Rodríguez se sentía el Yago de Marta de por acá cerquita, pero no era más que un pobre mitómano que juraba que vivía en La Vista y pedía que lo dejaran en la entrada de este fraccionamiento para, acto seguido, tomar un taxi que lo llevaba a su casa de San Andrés.

Esto se lo hice saber a mi amiga en cuanto me mostró la foto de “tan peculiar personaje”: el millonario de la construcción, el experto en Branding y comunicación política.

Esa es mi experiencia con Sergio Antonio Rodríguez, a quien volví a toparme en persona hace casi dos años, ahora en las oficinas del periódico digital Sexenio. Lo vi y no pudo más que rehuir mi mirada. Huyó como un ratón temeroso hacia el pasillo más cercano, porque sabía que yo sabía quién era él (que ahora se presentaba como publirrelacionista de altos vuelos).

Sergio Antonio Rodríguez presume de amistades que inventa y de una cercanía al circulo rojo que jamás tendrá. En el círculo rojo no hay quien lo conozca, o sí, pero sólo como un lambiscón que trata de escabullirse siempre a los eventos.

Hoy amanezco con un Tweet lanzado por Sexenio Puebla, que reproduzco en este espacio: “Arquitecto @Santoniordgz, solicitamos se presente lo antes posible a nuestra oficina administrativa a liquidar adeudos pendientes #cobranza”.

 

¿En dónde estará hoy Sergio Antonio Rodríguez? ¿Qué personaje estará representado?

¡Cuidado! no vaya a ser usted la siguiente víctima de su mitomanía crónica.

Si lo ha visto, cuide su cartera, y dígale que pase a pagar lo que debe a las oficinas de Sexenio.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *