Sofía y Mariano pasan un rato divertido al calor de las copas, compartiendo experiencias y haciéndose propuestas…
La Mataviejitos
Por Alejandra Gómez Macchia
Las almejas del Pacífico no venían vivas, pero conservaban su frescura. Los ostiones fueron los primeros en terminarse.
Al no encontrar cascanueces en los cajones de Miranda, abrí las manos de cangrejo con la piedra de un molcajete. Quedaron semidestruidas, pero pudimos sacarle toda la carnita.
El Chablis corrió por mis venas como si fuera agua.
Mariano se tomó tres vodkas derechos antes de pasar al vino.
Pensé que tras 10 años de sobriedad, el primer trago lo iba a tronar, y más por su condición. Para nada. Mi amigo parece conservar su callo etílico en perfectas condiciones, tanto así que yo acabé por emborracharme más rápido que él.
Pusimos música y como aquella era una mesa democrática, intercalamos la selección. El es fanático de los boleros, a mí me gusta el rock. Así que la mezcla resultó bastante bizarra. Transitamos de lo cursi a lo dark con una facilidad pasmosa.
—¿Qué fue de la mujer a que le endosaste el cheque para que desapareciera de tu vida?
—Como me lo temí, en cuanto se le acabaron los duros me llamó para exigirme más.
—No se los diste, quiero suponer.
—Supones mal. Era tan grande mi culpa que acabé manteniéndola cinco años en los que se la vivió de parranda. Era una mujer muy conflictiva y supo manipularme de tal forma que me tuvo de rehén todo ese tiempo.
—Uy… si yo hubiera hecho eso con el papá de mi hija…
—Perdiste todo por tonta. Él tenía la obligación legal de ver por ti. Me queda claro que en el fondo eres bastante ingenua.
—Ingenua es poco. Pensé que era un despropósito quitarle el dinero que a la postre sería de Victoria.
—Y seguramente ya se lo quemó todo.
—Es correcto. ¡Salud!
—¿Por qué no te traes a Victoria a vivir contigo?
—Porque me siento incapaz de ser buena madre. Estoy demasiado acostumbrada a estar sola. Si es difícil lidiar conmigo misma, ahora imagina con una niña.
—¿No se te antoja ni tantito?
—Claro que sí. Pero siento que lejos de beneficiarla, la afectaría. Soy un caos, Mariano. ¿No te das cuenta? Me lo vivo atentando contra mí misma. Ahora mismo, al ser partícipe de tu suicidio estoy siendo una irresponsable, una caradura.
—¿Es por un vulgar asunto de pesos y centavos? Con una nana podrías aligerarte la carga.
—¿Una nana? No seas mamador, Mariano. Jamás le pondría una nana a Victoria. Cuando nació estaba segura que iba a consagrar mi vida a ella. Y ve lo que pasó…
—Te chamaquearon, que es una cosa muy distinta. No creo que hayas renunciado voluntariamente a criarla.
—No. Me deprimí mucho. Es más: siento que todas las tonterías que he hecho desde ese momento a la fecha son precisamente para llenar ese vacío. Lo malo es que el efecto ha sido adverso.
—Yo te puedo ayudar a traerla. Tengo los medios. Conozco a mucha gente. Si te quieres poner espesa hasta podemos hacer que tu ex regrese y lo metemos a la cárcel.
—No. Sería un error. La única afectada sería Victoria. Pienso que con el tiempo ella decidirá dónde quiere estar y vendrá a mí. Germán es muy extraño y va a terminar por cansarla.
—Ya te dije: aprovecha que sigo acá. No lo eches en saco roto. Mi oferta seguirá en pie hasta el día que me pele al infierno.
—Lo sé y te lo agradezco.
—Pásame la botella. No sabes cómo estoy disfrutando este momento. Valió la pena esperar tanto tiempo para volver a sentir este placer. Cuando me interné lo hice con la finalidad de jamás recaer. Cumplí de cierto modo… No sabes la ansiedad que me causaba ver cómo los demás bebían. Las navidades eran un horror. Toda la gente feliz, poniéndose hasta el cepillo y yo tomando agua mineral. Dejar el alcohol te garantiza tener menos achaques, pero para un profesional del trago, como lo fui siempre, es un trance doloroso y permanente. Es como tener en tu mesa sentada a la mujer de tus sueños y no poderla tocar. ¿Crees que estando tú aquí iba a poder abstenerme de ambas cosas? Ni loco. Sofía, querida amiga, ¿te puedes acercar un poco más?
—Calma, tigre. Ahora quieres todo, ¿no?
—Todo no. Sólo lo necesario para no seguir pensando que esta vida es una mierda.
—Vamos a hacer una cosa: abramos esa botella de Pingus que tienes en tu cava y después ya veremos si me acerco. ¿Te parece?
—Nada más no te vayas a quedar dormida, mi estimada. Aún queda una bandeja de ostras en el refrigerador. Recuerda muy bien esta máxima: borracho que no come, se ausenta.
(Continuará)