El Partido Revolucionario Institucional atraviesa por la etapa más difícil de toda su historia, sumido en una profunda crisis producto de los desaciertos del presidente Peña y de su gabinete, quienes perdieron ya el rumbo al país.
La crisis gubernamental afecta gravemente al partido en el gobierno o parafraseando a Luis Donaldo Colosio: “lo que el gobierno hace mal, el partido lo resiente” y no podía ser de otra manera.
La semana pasada fue fatídica para el presidente de la República y priistas que lo acompañan.
Al fracaso de las reformas estructurales, se suman las promesas incumplidas como el no subir el precio de la gasolina y la electricidad que se suman una serie de decisiones desafortunadas como el invitar al candidato Republicano Donald Trump, el cual una y otra vez, se ha cansado de ofender y burlarse del pueblo de México.
Por si fuera poco, el cuarto informe de labores pasó completamente desapercibido, pero quienes lo vieron se quedaron con la impresión de que se trató de un montaje perfecto, para tratar de hacer creer que en México, nada más no pasa nada.
Pero quien reciente más esta cuestión es el tricolor, el partidazo, el cual paradójicamente paga el precio de haber recuperado la presidencia de la República en el 2012 y de generar una alta expectativa
Luego de la derrota sufrida por el PAN en el año 2000, luego de haber gobernado por 70 años este país, muchos auguraron la desaparición de este instituto político, pero los gobernadores del tricolor y los liderazgos nacionales mantuvieron con vida al Revolucionario, quien se las ingenió para mantenerse 12 años en la oposición y ganar gubernaturas, recuperando plazas importantes.
Esto mismo hizo que desde el Estado de México, Peña Nieto, en ese entonces gobernador, trazara un proyecto para hacer que el PRI pudiera regresar a Los Pinos, pero el costo de esta hazaña ha resultado demasiado caro para el “partidazo”.
La gran victoria se ha transformado ahora en la peor de las pesadillas, a los desaciertos de la Presidencia se suma innumerables casos de corrupción de gobernadores de este partido político, como Rodrigo Medina en Nuevo León, César y Javier Duarte en Chihuahua y Veracruz, así como Quintana Roo, con Roberto Borge, y ni hablar de Coahuila con el tristemente célebre Humberto Moreira y Tamaulipas con Tomás Yarrington.
Todo esto ha conformado el coctel perfecto para hacer que el PRI viva su peor crisis de los últimos años y que sea ya una clara amenaza rumbo al 2018, en donde si no pasa otra cosa, el “partidazo” se puede desfondar frente a las dos fuerzas políticas más importantes de oposición, el PAN y el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Una clara muestra de la crisis que ya golpea al PRI es que a la fecha, aunque existe presidente de partido en la figura de Enrique Ochoa Reza, es increíble que a pocos meses de elecciones vitales en el 2017, como la que se avecina en el Estado de México, el Comité Ejecutivo Nacional del tricolor, no tenga secretario de Organización, puesto clave dentro del organigrama partidista.
El PRI a más tardar en el mes de noviembre deberá de celebrar una asamblea nacional clave para la vida de este partido y francamente no se ve como puedan salir de la crisis en la que actualmente se encuentra el priismo en todo el país.
Enrique Ochoa Reza, si bien ha dado muestras de tratar de ser un priista bien intencionado, no cuenta con el liderazgo suficiente para meter en cintura a un partido que ya se siente perdido rumbo a la elección del 2018 y que comenzará a resentir la fuga de sus cuadros que buscarán acomodo dentro de la izquierda o la derecha.
Muchos auguran ahora si el final del que fuera el partido hegemónico en México durante todo el siglo XX, los vaticinios para el Revolucionario Institucional no son nada halagüeños, aunque hay que reconocer que una y otra vez el PRI ha dado muestras de que como el “ave fénix”, una y otra vez renace de sus cenizas.