Bitácora
Por Pascal Beltrán del Río
Como lo señaló el semanario británico The Economist en julio pasado, la nueva división ideológica del mundo no se da entre la izquierda y la derecha sino entre la apertura y el cierre de economías y fronteras.
Por eso los políticos populistas tienen tanto en común pese a que a unos y otros se les podría catalogar de izquierdistas o derechistas bajo parámetros ideológicos que se han vuelto rápidamente anacrónicos.
No es casual, me parece, que este año hayamos vivido lo mismo la irrupción de Donald Trump, en la elección presidencial estadunidense, que el anuncio de que el EZLN quiere participar en los comicios de 2018 en México.
¿Qué unifica esas dos propuestas, que parecen, de entrada, tan disímbolas?
La respuesta es sencilla: su condena a la apertura económica de las fronteras, es decir, el libre comercio.
Bajo los viejos parámetros ideológicos, parece paradójico que un grupo que se alzó en armas en 1994 y ha desestimado las elecciones como forma de acceder al poder, ahora diga que quiere competir en las urnas mediante una candidatura independiente.
Pero creo que es obvio que los zapatistas otearon las nuevas características de la lucha política y quieren ser parte de ella.
Recordemos que el EZLN se dio a conocer el día de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y que uno de sus principales mensajes, además de la reivindicación de las culturas indígenas, era oponerse a él.
Las nuevas circunstancias son propicias, pues, para retomar ese discurso.
Por eso no debe sorprender a nadie que Trump tenga tanto en común con propuestas que, bajo la antigua visión de izquierdas y derechas, parecerían tan diferentes: las del propio EZLN, de Andrés Manuel López Obrador y del excandidato a primer ministro de Canadá, Tom Mulcair (derrotado en las elecciones generales del año pasado).
El proteccionismo está en el aire. Y hay políticos populistas que están aprovechando el temor que genera en millones de personas lo foráneo y extraño, y la acusación de que las fronteras abiertas –a la migración o al comercio o a ambos– son culpables del mal desempeño de la economía y el estancamiento en que se encuentran grandes sectores de la población.
Pero antes que culpar a los extranjeros de lo que está sucediendo, habría que voltear a ver el agotamiento de muchos modelos de producción y formas de organización social ya rebasadas.
Sería complicado explicar en este espacio las razones de la inconformidad que recorre el mundo y que se manifiesta en elecciones en distintos países.
Una parte de las razones tiene que ver con el hecho de que la apertura económica (y no el proteccionismo) han elevado el nivel de vida de millones de personas.
Esas personas, a diferencia de sus padres, tienen una voz en los procesos políticos, gracias a una mayor educación, mayor información y la aparición de nuevas tecnologías.
Una segunda explicación es que esas personas aspiran, legítimamente, a mayores satisfactores, que tienen a la vista y han dejado de ser algo imposible de alcanzar.
Y una tercera es la rápida desaparición de una cultura que les resultaba familiar y a la que no desean renunciar.
Por eso vemos aparecer a personas en las campañas electorales que nunca habían sentido útil ir a las urnas, ya sean votantes blancos de 60 años de edad o más, en Estados Unidos, o grupos guerrilleros como el EZLN, en México, o las FARC, en Colombia.
Aunque es deseable que la democracia se amplíe cada vez más, la equivocación de esos primovotantes es pensar que sus deseos se resuelven con el cierre de fronteras y el rechazo a lo extranjero.
Al contrario. Lo que se requiere es preservar en el camino de la apertura: necesitamos más libre comercio, más competencia, más democracia, más educación, más Estado de derecho. No menos
Y un buen ejemplo de lo que hay que mantener y profundizar es el TLCAN, que ha logrado, entre otras cosas, que las exportaciones mexicanas de alimentos a EU hayan crecido 500 por ciento desde la entrada en vigor del acuerdo, hace 22 años.