Bitácora

Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio

Se realizaron los tres debates programados en la campaña para elegir al presidente número 45 de Estados Unidos.

No estoy seguro de que esos tres encuentros vayan a resultar determinantes en quién gana los comicios del 8 de noviembre.

Es cierto que antes del primer debate, el 26 de septiembre, la demócrata Hillary Clinton aventajaba en los sondeos al republicano Donald Trump por 2.4 puntos porcentuales y, ayer por la mañana, después del tercer debate, lo hacía por 6.4 puntos (ambas cifras son el promedio de las encuestas registrado por la firma Real Clear Politics).

Es decir, entre la víspera del primer debate y el día siguiente del tercero, la exsecretaria de Estado creció cuatro puntos. Pero eso puede deberse, más que a los encuentros cara a cara con Trump, a las devastadoras revelaciones que se han hecho sobre éste, particularmente el video que se conoció el 7 de octubre, en el que el empresario presumía, de forma vulgar, que su condición de celebridad le permitía besar y tocar a las mujeres cuando quisiera.

Tampoco podría yo afirmar que los tres debates hayan sido memorables por su contenido. Si acaso, lo serán por frases terribles, como aquella de Trump en la que no aseguraba su respaldo al resultado oficial de la elección en caso de resultar derrotado. 

Los tres debates se caracterizaron, más bien, por descalificaciones personales y opiniones que poco tienen que ver con el desempeño que los candidatos tendrían en caso de llegar a la Casa Blanca. 

Aun así, los debates se han convertido en una parte esencial de la democracia estadunidense. Son una herramienta esencial para calibrar a los aspirantes y, así, tomar una decisión antes de ir a las urnas. 

Y lo son porque, en general, los debates en Estados Unidos  se han distanciado del acartonamiento que representa la yuxtaposición de monólogos, y han privilegiado la discusión entre los participantes. Es decir, han sido debates.

Muy distinto es lo que hemos vivido en México desde que se inauguraron los debates de candidatos presidenciales en 1994.

Fuera del primero de ellos –entre Cuauhtémoc Cárdenas, Diego Fernández de Cevallos y Ernesto Zedillo–, ese tipo de ejercicios no ha dejado, acá, casi ningún momento digno de recordar. 

En esa ocasión, se tomó una decisión muy saludable, creo. Había nueve candidatos presidenciales, pero el debate principal se realizó entre los tres punteros, ya mencionados. La verdad, hubiera sido absurdo tener a nueve personajes en escena pretendiendo debatir.

El éxito estadunidense en este tipo de ejercicios –y quien crea que no es exitoso sólo tiene que ver los niveles de audiencia por televisión que han alcanzado– es haber formado una comisión independiente que se encarga de organizarlos. 

Esto es, no se trata de un grupo ad hoc que se forma de última hora para pactar los términos del debate sino de un organismo duradero que, desde su formación en 1987, ha establecido una serie de reglas para estos encuentros.

Algunas han sido criticadas, como aquella de que se requiere tener 15% de apoyo en cinco encuestas predeterminadas para poder participar en el debate, lo cual casi siempre ha generado encuentros de dos candidatos, los de los partidos Demócrata y Republicano.

En México, lo mejor que ha podido lograrse, en términos de debate verdadero, fue el ya mencionado, en 1994, y el primero de los encuentros en 2000, cuando también tomaron parte los tres punteros de la contienda: Cuauhtémoc Cárdenas, Vicente Fox y Francisco Labastida. 

Porque las posibilidades de debatir tienen que ver, entre otras cosas, con el número de participantes. Cuando entran en escena cuatro aspirantes o más, como se ha visto, aquello se vuelve una feria de monólogos. 

Estamos a tiempo de crear un organismo independiente, que fije reglas para los debates de candidatos en la elección presidencial de 2018. Es más, sería mejor hacerlo ahora, cuando todavía no se conocen los nombres de todos los aspirantes. 

Podría fijarse, como en Estados Unidos, un porcentaje mínimo de aceptación en las encuestas para participar y elegir los sondeos a partir de los cuales se establecería ese umbral.

Y lo más importante: reglas que propicien un verdadero intercambio verbal y no los monólogos con show que casi siempre vemos en México.

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